De cuando los serranos asaltaron el Ayuntamiento cangués

De cuando los serranos asaltaron el Ayuntamiento cangués

Lo ocurrido días atrás en Estado Unidos con el asalto al Congreso y el Senado me trajo a la mente otro sucedido aquí, en Cangas, hace ciento treinta años. Vamos con los antecedentes.

La situación

La subida de impuestos, sobre todo si éstos son considerados abusivos, han generado y generan siempre protestas de todo tipo como ocurre cada dos por tres en éste o aquel lugar. Claro es que los tiempos y las costumbres cambian y probablemente hoy en día seguramente es más difícil lograr convencer a los habitantes del concejo cangués para que, palo o guadaña en ristre, acudiesen a tomar el ayuntamiento por mor de su desacuerdo con la subida y distribución de pagos de los impuestos. Me reservo no obstante una pequeña duda por cuanto, dado el auge de los populismos de uno y otro signo y visto lo al principio señalado, no estamos libres de cualquier locura.

Mieldes

Y así andaban las cosas con respecto a los impuestos municipales en 1.890 cuando los campesinos de la comarca de Sierra, en este concejo cangués, expulsaron del Ayuntamiento a la Corporación Municipal en protesta por la subida de los impuestos municipales agudizada por lo que consideraban “un reparto no equitativo, pues los más pobres resultaban altamente perjudicados por la desmedida avaricia de los caciques de turno”.

Deseosos de saber algo más al respecto, el tinetense Rafael Lorenzo y yo acudimos a charlar con Basilio Garrido, vecino de Mieldes, en la citada comarca de Sierra, escritor autodidacta quien, con su fácil verbo y pese a su avanzada edad, nos trasmitió el relato recogido oralmente de la boca de sus padres, relato que intentaré sintetizar y organizar aquí para ustedes, y que podríamos titular “De cuando los serranos tomaron el Ayuntamiento cangués”.

Correspondía a cada contribuyente una cuota de dos ducados, unas cinco pesetas y media, una cantidad más que importante para la época

En aquel entonces, la Corporación canguesa decidió aprobar el pago de una nueva cuota global, cuota que habría de ser repartida proporcionalmente entre las distintas parroquias del concejo. Para hacerlo, el Ayuntamiento decidió crear una comisión integrada por los hombres más representativos de cada una de ellas, o por lo menos eso era lo estipulado en las ordenanzas, “como si los más representativos fueran los más inteligentes o los más honrados”, apostillaba Basilio que agregaba: “Y es cada uno de los interesados entendía por representativos a los caciques y a los más fuertes económicamente”.

Correspondía a cada contribuyente, por término medio, una cuota de dos ducados, unas cinco pesetas y media, según Basilio, quien precisaba que era una cantidad más que importante para la época “pero eso no era lo malo  -precisaba- sino que al ser repartida por caciques y pudientes éstos acordaron en la comisión formada quedar exentos del tal impuesto”.

Ni que decir tiene que la indignación se extendió por el concejo en general, pero especialmente en la comarca de Sierra.

Valcabo

Los preparativos

Había en Valcabo –siguió contando Basilio- un tabernero muy popular en toda la comarca por sus chistes llenos de filosofía que siempre amoldaba a la situación precisa del momento, por eso en casa de Mero, que así se llamaba, se daban cita los domingos los burriquinos de Bruelles, los xarreiros de Llamas y los madreñeiros de Tabladiello, amén de otros vecinos de los pueblos cercanos. Y allí entamaban largas reuniones en las que bebían una tras otras pucheras de vino de la tierra mientras hablaban del negocio de los caballos, el tiempo, el ganado, y la venta de xarras y madreñas.

En la amenidad de la conversación salió a cuento el determinar quién era el más rico de la parroquia de San Martín de Sierra. Carrasco, el de Llamas, apostó por Don Pablo, vecino de Bruelles; el Patalico lo hizopor Don Cristóbal, de Llamas.

Al no ponerse de acuerdo, Mero, que era el más pobre da la parroquia, zanjó la disputa argumentando que en realidad él era el más rico sin discusión alguna. Y argumentó, no sin cierta solemnidad, que lo era por cuanto pagaba dos ducados de arbitrios municipales mientras que los que ellos señalaban como los más ricos no pagaban nada, luego no lo eran

Y comenzaron las intervenciones cada vez más calientes de los contertulios:

-¡Eso es vedad!, vociferó Narciso, el de Bruelles

-¡Claro que es verdad!, agregó golpeando en la mesa “El pollo de la Venta

-¡La culpa la tienen el alcalde y los concejales de Cangas!, sentenció Carraspa

-¡Lo que debemos de hacer es ir allá el sábado que viene y echarlos a todos fuera!

-Precisamente ese día es propicio ya que hay sesión plenaria a las once de la mañana. He comentado esto con amigos y todos están de acuerdo. Podemos contar con Pedro “el Tronco, de Dagúeño; con Pepe, el Gamallar, de Mieldes; Franciscón, de Parrondo; Ramón de Facio, de Tabladiello; El Rapu, de Tandes y Escarramán, de Portiella, que con los que aquí estamos sumamos diez, y como es día de mercado se nos unirán más de los que vengan de los ríos Coto y Rengos.

-¡Bastámonos nosotros!, afirmó Narciso, el de Bruelles. Lo que hay que hacer es guardar el secreto para que el asalto sea por sorpresa…

Alguien apuntó que era necesario nombrar un jefe de la revuelta y se decidió que lo fueses Narciso. Éste no tardó en aceptar el mando y  dar instrucciones precisas

-A las doce en el Corral con buenos garrotes. Escarramán montará en un burro cargado de cencerros y esquilas para llamar la atención y, juntando gente, subirán por La Vega gritando: ¡Abajo los caciques!,¡Queremos un Ayuntamiento de campesinos!. Por la Calle Mayor irán yendo hacia el Ayuntamiento para juntarse allí con nosotros “comenzando entonces todos a dar patadas a las sillas y al alcalde”. Y se reía Basilio recordando esta recomendación de Narciso.

Santarbás

Llegando al Ayuntamiento “comenzaremos entonces todos a dar patadas a las sillas y al alcalde”

El asalto

Nadie faltó a la cita. Llegado el momento, los asaltantes, provistos de garrotes y otras armas agrícolas disuasivas, interrumpieron la sesión plenaria gritando:

-¡Fuera todos de aquí!. ¡Quedáis destituidos y expulsados!

Se armó un gran revuelo. Mientras los serranos se empujaban unos a otros para entrar, Alcalde y concejales salieron precipitadamente del salón de sesiones corriendo escaleras abajo perseguidos por los asaltantes que buscaban el modo de propinarles golpe tras golpe.

Al salir se encontraron con más manifestantes cuyo número no dejaba de crecer. Era el sentir de todo un pueblo que se levantaba en justa rebeldía intentando romper las ligaduras que les amarraban a una situación insostenible. Eran los marginados de la fortuna y de la vida protestando contra los privilegios de los señoritos y los caciques. Era un acto de repulsa contra los poderosos locales que vivían a costa del sudor ajeno, especialmente el de los campesinos.

Desalojados alcalde y concejales, rebeldes y manifestantes volvieron hacia el Corral gritando, pero la suerte les volvió la espalda ya que al llegar al mismo se vieron sorprendidos por la Fuerza Pública que cargó contra ellos. Se inició la desbandada. La mayoría huyó hacia Corias, otros cruzaron el río buscando hacerlo por Obanca.

El Pollo y Escarramán se lanzaron por el camino de Curriellos perseguidos por los guardias. Al verse acorralado, Escarramán lanzó un certero pedruscazo a uno de ellos que cayó redondo al suelo.

La rebelión fue sofocada y al día siguiente todo volvió a su ser. No consiguieron lo que pretendían, pero lograron que el hecho y sus nombres pasaran a la historia. Y es por ello por lo que hoy lo he traído ante ustedes.

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R. Mera

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