Viernes: Sonaron los voladores y Cangas se desperezó abriéndose al verano

Viernes: Sonaron los voladores y Cangas se desperezó abriéndose al verano

Viernes. La mañana se fue abriendo a las fechas primaverales en que estamos. Los perfiles de las montañas que rodean la villa se iban definiendo sobre el horizonte, cada vez con mayor fuerza, separando el azul del verde. Y ambos colores lucían esplendorosos.

Hacía muy poco que me pareció oír las dos en el reloj de la Basílica canguesa. Extendía el mantel sobre la mesa cuando un volador retumbó sobre los tejados. Y luego otro, y otro. ¡Qué raro!, me dije. Y me asomé a la ventana. Y en ese preciso momento comenzó una sonora salva de pólvora. Se los intuía subir desde el Prao del Molín. No tardó en llegar el olor a pólvora. Los viandantes que en esos momentos pasaban por la Calle Uría corrían hacia la de Velarde o el Parque del Minero en busca del lugar de dónde salían los voladores. ¿Qué pasaba?

El olor a pólvora era cada vez más intenso. Eso y el sol luciendo con fuerza me hicieron dar un salto hacia atrás en el tiempo. No de casi dos años ya de silencio, qué va, muchos más me parecían en el recuerdo.

-¡Creo que es una boda!, gritó una mujer en la calle contestando a otra que preguntaba.

-No. Creo que es lo de Narcenatur, opinó la de más allá

¡Qué más da lo que fuera! El caso es que en un momento me encontré en julio, en el Carmen. En un Carmen que me parecía hacía décadas que ya no se celebraba. Y parecí revivir. Como si uno de esos voladores que runfaban espacio arriba, hubiese arrastrado con él al bicho y las calles canguesas se hubiesen llenado de repente de colorido, de pólvora, de caipiriñas y de camisetas de peñas.

Y ello tan solo con el estallido de unos pocos voladores y el calorcillo del sol sobre la villa. Y es que, amigos, cada vez estoy más convencido de que las palabras Cangas y pólvora viene a ser sinónimas en estos concretos espacio y vida. No se concibe la una sin la otra aunque algunos puristas pongan el grito en el cielo y vengan a considerar todo ello como una tremenda barbaridad.

No sé tan siquiera si el disparo llegó al minuto, dio igual. Noté como la gente que estaba en la calle pareció revitalizar, e ir más deprisa, y gritar contenta. Y hasta mis huesos pareció que se sacudían la humedad y las nieblas del largo invierno. Seguro que los de ustedes, los que lo oyeron, sintieron lo mismo, o algo parecido

Hoy es siete de junio. Dentro de un mes sonará el campanín de Ambasaguas y con el inicio de la Novena nos revitalizaremos todos. No habrá Descarga, ni fuegos, pero con el espíritu festivo del Carmen no podrán ni el Covid ni los agoreros de guardia. Y de una u otra forma, los voladores seguirán subiendo y estallando.

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R. Mera

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