La Jura de Bandera en el Molín vista por Xuan

La Jura de Bandera en el Molín vista por Xuan

-Cagoentoloquesemenea, Pasquín. ¡Vaya movidísima!

-¿Qué dices, ho?

– Baixé el sábado a la villa y víme en too el follón. Deixamos el coche  los descampaos del Corral y`a costonos un tanto el encontrar sitio. La nieta marchose a sus cosas y yo a las mías. A medida que me acercaba a la Calle Mayor comencé a notar algo muito raro. Hasta que me adelantó un militar lleno de medallonas. Quedome un tanto descolocao. Preguntéi a una paisana que también miraba al militar con cara rara.

Las tropas llegan al prao al mando del capitán Allonca

– Es que hay jura de bandera, en el Prao del Molín, empezará pronto. ¡Ah! Ya pueden ir todos los que estén apuntaos, aunque no sean soldaos ni na de eso. ¡Las mulleres también podemos, eh! Díjolo en el de Onda Cero

-¿Jura de bandera en Cangas? Eso deben ser cosas de la modernidá, ¡cómo ya no hay mili! Pero las mulleres… debe ser algo del feminismo ese con el que la mi nieta y la su madre me amargan la vida. Y voy contartelo en castellán para que me entiendas mejor, sobre todo los jóvenes, los que lean quiero decir

Tomé café en el Elvi dándole vueltas al asunto. ¿Pues allá que voy!, me dije. Y la emprendí Calle La Fuente abaixo, entre vallas ya tubos, camín del Molín. Ya por el Sotero oí la música. Sentí una extraña sensación…

Coroné el puente ya allí estaba liada… ¡Vaya guapo que estaba el prao! Banderas, gente arriba ya gente abaixo, militares de allá para acá, la banda formando… Y el primer toque del cornetín. Pusiéronseme los pelos de punta Pasquín. Ya arrancó a tocar la banda. Un poco más abajo, ya en la plazoleta de la ermita, vi al Cuntapeiro con la su mujer. Me acerqué a saludarlos y de paso a que me pusiesen al corriente de que iba aquello.

Pegaba el sol y el bullicio aumentaba. Seguía llegando gente. Sonó de nuevo el cornetín de órdenes y, de pronto, braceando como al momento correspondía, arma al hombro, irrumpieron los soldado del Regimiento de Infantería Príncipe nº3 de las Fuerzas Armadas en el prao entre aplausos.

-¡Ahí tienes a Allonca, al mando de las fuerzas!, dijo el Cuntapeiro

-Debió de verme la cara porque siguió:

David Allonca fue alumno nuestro. Nunca, ni nosotros ni sus compañeros, pudimos intuir que seguiría la carrera militar, y con éxito.

El capitán Allonca

Le miré despacio, mientras la tropa pasaba ante nosotros y formaba mirando al ayuntamiento y las tribunas colocadas.  El tal capitán estaba negro de los soles acumulados en una y otra misión allá por países de yo  qué sé dónde.

Me contó el Cuntapeiro que era un cangués de sentimiento y que él era el artífice de aquel acto. ¡Se había empeñado en que Cangas tuviese una jura de bandera y no paró hasta conseguirlo! Ya había traído a las tropas de maniobras a estos montes en algunas otras ocasiones, especialmente al Acebo.

El capitán del batallón de San Quintín, el citado David Allonca, se encargó de pronunciar un discurso en el que agradeció a los jurandos “su desinteresado compromiso social por la defensa de España”. David pidió a la Virgen del Acebo que proteja a su regimiento en el “cumplimiento de nuestro deber”.

-¡Atención! ¡Firmes! Y sonó un unánime y sonoro taconazo junto al Luiña.

Hubo un silencio cortante. Algo me atenazaba por dentro. El Cuntapeiro me susurró que le estaba ocurriendo lo mismo

-Hacía ya muchos, muchos años. Pero reconocí el toque al momento

¡Monten bayonetas! ¡Ya! De nuevo nos llegó límpido el ruido sincronizado de la maniobra. Creo que el Cuntapeiro y yo hicimos el movimiento instintivamente!

Y de nuevo otro toque no olvidado: ¡A la bandera! ¡Presenten! ¡Armas!

E hizo entrada la bandera al son del Himno Nacional Los soldados presentaban armas tiesos como palos;  la gente en pie respetuosa; oficiales y mandos se colocaron en posición de saludo, al igual que hicieron los policías locales y agentes de la Guardia Civil que patrullaban alrededor del prao. Creo que nosotros también nos pusimos firmes. Movimiento reflejo de aquello que vivimos en nuestra juventud militar. Fueron luego bastantes, sobre todo paisanos que había hecho la mili, los que me contaron como habían vivido este momento. Y en Cangas, en el Prao del Molín, centro neurálgico de la Descarga…

Y comenzó el acto de la jura.

Trescientos cangueses, hombres y mujeres, pasaron ante la bandera, despacio, en perfecto orden, mirándola de frente y saludando respetuosamente con una inclinación de cabeza. Y es que  la pandemia también llegó aquí y por eso se dejó de besarla.

Entre las nubes el sol calentaba inmisericorde. Dos o tres soldados y un guardia civil cayeron desmayados y fueron rápida y eficazmente atendidos.

Una mujer interrogaba al Cuntapeiro sobre los detalles de lo que ocurría y lo que significaban

-Estoy muy nerviosa, tengo los pelos de punta. Ya los ví aquí otra vez, pero era muy distinto. ¡Me está gustando mucho! ¡Espero que todo sea para bien!

Y a unos sentimientos seguían otros.

Nos unimos a las roncas voces de los soldados en el homenaje a los caídos:

Tú nos dijiste que la muerte
No es el final del camino
Que aunque morimos no somos
Carne de un ciego destino

Tú nos hiciste, tuyos somos
Nuestro destino es vivir
Siendo felices contigo
Sin padecer ni morir

Cuando la pena nos alcanza
Por un hermano perdido
Cuando el adiós dolorido
Busca en la fe su esperanza….

Y tras la oración recitada por el párroco cangués, el alcalde José Víctor Rodríguez, y el coronel jefe del regimiento, Pedro Luis Gutiérrez Alcalá,,    recorrieron el prao de lado a lado para depositar una corona de flores, en el lugar preparado al efecto junto a una cruz de madera, en memoria de los caídos de la unidad ovetense en muy distintas misiones. Silencio absoluto en el entorno y el toque de oración elevándose valle arriba camino del infinito. Una descarga de fusilería coronó el solemne momento.

Homenaje caidos

El calor continuaba apurando y la ceremonia llegaba a su fin. Discursos, agradecimientos… las tropas abandonaron el prao  por la rampa de la piscina arriba. Se oía a lo lejos el cornetín de órdenes. Nadie se movía. Y entonces, con paso marcial y el banderín al frente, con el capitán Allonca al mando de las tropas entraron de nuevo para desfilar ante el coronel, el alcalde cangués y las autoridades  militares, eclesiásticas y políticas, retirándose por lo arcos del puente de Ambasaguas. Estallaron los aplausos y se prodigaron los abrazos. Junto al Sotero descansaron y dieron buena cuenta de los botellines de agua que los aguardaban. Se lo merecían.

Y por allí dejé al Cuntapeiro, que nunca tiene prisa para ir a comer, y emprendí de nuevo el camino de regreso hacia el Corral. Nunca pude imaginar que yo podría vivir un momento así en Cangas. Rejuvenecí al menos sesenta años. Tendré que agradecérselo al capitán David Allonca.

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R. Mera