El apagón

¿Y usted dónde estaba? Si nos hacen esta pregunta, enseguida deducimos que se refieren al apagón del pasado lunes, día 28. A mí me pilló en un séptimo de Oviedo y solo. Estaba escribiendo y pensé sería el automático. Aún con riesgo de venirme al suelo en cualquier momento comprobé los fusibles colocados más alto de lo aconsejable a mi edad y agilitada. Nada de nada; todo estaba en orden. Me asomé al pasillo y comprobé no había luz ni en el mismo ni en los ascensores. La cosa debías ser general, pensé. Llegó un aviso al móvil, era de Cangas: “¡Se ha ido la luz en toda España! Seguidamente otro, “… Y en Francia y en Alemania… y en Portugal”. Lo puse en duda. Las redes había puesto su maquinaria de desinformación y de rumores y decires sin ton ni son en marcha. Llamaría a mi mujer. No había señal alguna en el móvil, en un momento se había apagado todo. La cosa no pintaba bien. Recordé que en la mochila tenía un móvil ya viejo que tan solo utilizaba como radio en mis paseos por su comodidad. Funcionaba. Las emisoras analizaban la situación. También preparé una `radio pequenina´ de las que tan solo se pueden oír por los auriculares. Me tranquilice y me puse a leer a la espera de lo que sucediese y a que llegase Maribel que estaba en la compra. Hubo de subir hasta el séptimo escalón a escaldón. Hasta 109 contó.

En los pueblos, las primeras horas pasaron totalmente desapercibidas. Las preocupaciones comenzaron cuando avanzaba la tarde y la dichosa luz no regresaba. Esta se centraba en los arcones y cuanto en ellos se guardaba. Desde el bloque contiguo al que me encontraba, una mujer preguntaba gritando desde el balcón si alguien tenía gas para calentar el biberón del niño.
Mal lo pasaron los repartidores y taxista en las grandes ciudades y en otras no tan grandes. En Madrid, un joven de una empresa de reparto dejó de trabajar porque no le funcionaba el Google Maps y no saber ir a ningún sitio sin él. Mal lo pasaron también los taxistas más jóvenes ya que tan solo sabían moverse por Madrid con el dichoso Google, no como los antiguos que debían de saberse la ubicación de cada calle para obtener la licencia. El empleado de reparto de una ferretería no fue capaza de encontrar La Plaza Elíptica, llego hasta Santa María de la Cabeza y allí se despistó. ¡No se le ocurrió preguntar a nadie! Tan solo daba vueltas y más vueltas al dichoso móvil ya talmente muerto. Aquí en Oviedo tal le vino a pasar también a otro repartidor que se dirigía a Las Campas. Le entraron las dudas en la Plaza de Díaz Merchán y por instinto llegó al popular barrio. Pero allí fue incapaz de encontrar la calle a la que se dirigía. Tampoco se le ocurrió eso tan antiguo de preguntar y, por supuesto, ninguno de los citados había oído nunca el dicho: Preguntando se va a Roma.
Pequeñas cosas que pudieron ser más graves; de éstas, que las hubo, no hablaremos hoy, pero sí debemos de pensar en que esto o algo parecido, o peor aún, puede volver a pasar. Estemos preparados para ello y no confiemos todo a la electrónica y las máquinas. En estos casos, un viejo transistor de pilas dejará siempre arrinconados a los móviles más modernos.