BERZOCANA.- Y sonaron las campanas y el órgano

Y sonaron las campanas y el órgano; y el sol acudió a sacar brillo a las piedras, a la historia y a los recuerdos

Fue un domingo intenso con una mañana soleada que, poco a poco, se fue llenando de nostalgias y de recuerdos cuasi perdidos entre los pliegues que el tiempo va conformando en la memoria.

Un repique no habitual iniciado con la campana gorda vino a sobresaltar mi lento  acomodamiento la festividad del día. Era 26 de octubre, día de la Aparición en estas tierras de los Santos Fulgencio y Florentina allá por 1223. No tardaron en incorporarse al mismo, unas y otras campanas. Y terminó un toque. Y se inicio otro, esta vez con la campana chica. Y luego otro con la mediana y la gorda, y hasta el esquilón. Y hubo un momento en que sonaron igual que en mi niñez e igual que cuando era yo el que las repicaba con Pablo, o con Elías o con Canete. Y me invadió una ola de nostalgia, incluso se me humedecieran los ojos.

Pronto me dijeron que las hacían sonar miembros de la Asociación de Campaneros extremeños  que viajan por unos y otros pueblos buscando no se olvide la tradición del toque de campanas y las diversas formas de hacerlo.

Inicio de la procesión

Y salió la procesión con las imágenes de Fulgencio y Florentina. Más de una vez he comentado a cofrades y alcaldesa que no entendía como el Arca con las reliquias salía en procesión el día de San Fulgencio y en las fiestas patronales y no lo hacía en la Aparición, en lógica un momento más especial e importante ya que de no haberse producido ésta no existirían las conmemoraciones antes señaladas, como tampoco la de Santa Florentina. Lo he hecho de nuevo y un cofrade me aseguró que el tema se discutirá en una próxima reunión. Por otra  parte, entiendo las reticencias de algunos, cofrades o no cofrades, a romper una costumbre de mucho tiempo atrás, ni tan siquiera sabemos si ha sido así siempre o no.

Estaba agradable la mañana. Un tanto atropellada y un más apelotonada, la procesión discurría apacible entre saludos y charlas de la feligresía más centrada en lo profano que en lo religioso. Siempre he dicho que en Berzocana las cosas del diario quehacer y la relación con los Santos van de la mano convirtiendo, de alguna manera, lo social y religioso en un todo. He de señalar aquí que con los berzocaniegos procesionaban muchos vecinos de Mancha, el pueblo del actual párroco, Antonio José Triguero, que hasta aquí se habían trasladado para celebrar con nosotros la festividad.

Al llegar a la Plaza alcancé a Augusto al que hacía muchísimos años que no veía. Vivía a la derecha en una de las últimas casas de la salida de la carretera de Cañamero. Su hermana Vicenta era de nuestra pandilla. El día antes me había presentado a su sobrina, hija de Augusto, que trataba de hacerse con mi libro “Remembranzas berzocaniegas” para regalárselo con motivo del 87 cumpleaños. Mientras cruzábamos la Plaza, de alguna manera, empezaron a incorporarse a la procesión berzocaniegos de aquellas nuestra niñez y adolescencia: Pepe el de tío Diego, Quico Obispo, Isaías. Pepe Merino, Pacorro, Tarra, Pajarino, Juan Luis Sonrisa, Ramón Gordito, Pedro Ramono… Sonaban de nuevo las campanas y otra vez la nostalgia pudo con nosotros… Parpadeábamos con rapidez para que no se notase nuestra emoción. Y volvió a suceder cuando acudimos a tocarnos a los Santos y sonaban el órgano y las campanas lanzaban sus últimos repiques, incluso cuando las voces de mis paisana arrastraban las sílabas desafinando

-Osss prometeemoss Santos benditos

no abandonaaaros nunca jamáaas

porque vosoootros también quisisteeess

en este pueeeblo siempre mooorar…

Y más aún cuando acabada la ceremonia religiosa, a la puerta de la casa de mi hermano Miguel, le entregué mi libro especialmente dedicado. Pasaba su mano y otra vez por las fotos de la portada. No abrazamos y de nuevo lagrimeamos…

– Pepe, quizás sea esta la última vez…

La procesión lllega a la plaza

Ya les dije, la Aparición de este año fue un especial día de emociones. Quizás porque los años pasan deprisa y cada vez somos más conscientes de que cualquiera de estas procesiones que marcaron nuestra vida puede ser la última.

La tarde se abrió menos cargada de recuerdos y más dinámica en lo social. Tienen mis paisanos la buena costumbre de cerrar sus actos púbicos con un chocolate con churros o unas migas, según lugar y circunstancias. Esta vez fue un chocolate en la Casa de la Cultura una vez terminado el concierto que se celebró en la iglesia como colofón a las Jornadas Culturales y Arqueológicas Villuercas-Ibores-Jara en las que tuve el honor de intervenir. Lleno, buen humor, saludos y buenos deseos al menos hasta la próxima celebración de la Aparición de los Santos, aunque estoy seguro de que los vecinos, aunque no son muchos, tendrán más celebraciones, más migas y más chocolatadas, antes de completar el ciclo del año.

(Pulsa)

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R. Mera