Y volvió a suceder. La mina se cobró su tributo
¡La mina! ¡La puta mina!

Tronó el suelo y encontró el eco techo en el cielo río arriba, río abajo, y también entre la quietud y el correr de sus aguas limpias y, a la vez, silenciosas y sonoras. Atardecía frio y adormilado Noviembre. Los cangueses iban y venía lentos en su hacer al compás que marcaba el tiempo; un tiempo que llegó con bufanda y edredón marcando un nuevo paso cumplido ya el trajín del día. La Cangas trabajadora daba paso a la Cangas inquieta que se asomaba a la cultura y el ocio. Y esta inquietud iba de la Treito al Teatro Toreno y del Toreno a la Plaza Asturias, del hoy del libro que se presenta al ayer de las fotos y los textos olvidados que se rescatan del tiempo ido para de nuevo volver del ayer al hoy.
Y Narcea arriba, allá donde comenzaban a llegar povisas de nieve zarandeadas por un viento helado, en el subsuelo del monte el crepitar de los martillos se abría paso con fuerza entre el zumbar monótono de los motores de unas y otras máquinas. Es la Cangas que trabaja, es la Cangas que extrae del subsuelo, con dolor y sufrimiento su riqueza.
El negro de la antracita establecía contrastes con el blanco invernal que ya apuntaba en los altos.
Más, de pronto, quebró la tarde en dolor. La mujer, en el Centro de Mayores de la Vega, sintió un puntazo en el pecho. El sonido de la sirena de una ambulancia se coló alarmante entre los resquicios de las ventanas. Sonaba distinto del que emitían en su ir venir del día a día. O así lo percibió ella. Se levantó inquieta pegando su cara a los cristales de la ventana intentando controlar la aceleración de su corazón. Sintió un pronto. El zumbido del motor de un helicóptero encendió todas sus alarmas. Algo había pasado. Y con la misma velocidad con que los pensamientos la llegaban salió disparada hacia la puerta. Alga ha pasado. Sentía lo mismo que aquel día, aquel aciago día en que un costero rompió su vida para siempre llevándose a su marido ¡La mina! ¡La puta mina!
Y golpeando sentires y desbordando sentimientos, llegaba atropellada la noticia. Ha sido en Vega, ha sido en Vega. Se ha hundo el techo de la mina. Dos…tres… no se sabe, Y vuelven a sonar las sirenas, y pasa otro helicóptero. Vuela en él la esperanza, llega la Brigada de Salvamento. Y hacia la bocamina corren mineros fuera de turno, y prejubilados, y amigos y familiares y vecinos; y la zozobra, y los malos presagios… pero también la esperanza, el egoísmo de los lazos familiares… que no sea el mío Señor, que no sea el mío….Mas de nuevo se abre paso la solidaridad minera: que no estén muertos Señor,,, que no haya muerto ninguno…
Y poco a poco se hace el silencio, y los ojos quedan prendidos en la negrura de la boca mina y los sentimientos aplastados en el alma. Cae la noche y el frío y la oscuridad se apoderan del monte y del valle.
Cuatro luces se vienen agrando desde el fondo oscuro. Y la primera camilla llega a la explanada. Silencio, dolor y un amargo quejido que deriva en llanto cubre la comarca. Tiempo después llegaría otra camilla. Ha vuelto a suceder.
¡La mina! ¡La puta mina!
Un abrazo a la grana familia minera




