La Bestia del Río Narcea
Hoy les acerco la fábula escrita por una maestra de esta comarca que ha querido acercar a su alumnos a la obra de Francisco Jesús Redondo Losada, instalada en Los Nogales, y sobre cuyo nombre y representación se ha elucubrando quizás demasiado. La maestre prefiere que no aparezca aquí su nombre.

La Bestia del Río Narcea
Cuentan los viejos del valle que, cuando la niebla baja como un rebaño manso por las laderas de Cangas, algo despierta junto al río. No es una criatura viva, dicen, sino una bestia de madera y piedra, erguida, que respira con el rumor del agua y mira al cordal como si esperara el regreso de algo perdido.
La escultura, una mole de roble y pizarra, representa una manada detenida en mitad del tiempo, animales que parecen avanzar contra corriente. Los niños del pueblo la llaman La Bestia, y los ancianos la miran con respeto. Porque bajo sus patas, aseguran, duerme un dolmen antiguo, tan viejo como el eco de las montañas.
En las madrugadas de niebla, cuando el Narcea apenas se distingue de la nube, algunos dicen haber visto sombras que se mueven entre la escultura: una manada real, hecha de bruma, que atraviesa el río sin dejar huella. Los ganaderos que suben con sus reses al monte juran que, al pasar junto a la Bestia, sus vacas se detienen y mugen bajo, como si saludaran a algo que reconocen.
Dicen que en tiempos neolíticos, cuando los hombres aún seguían las rutas del sol y de las estrellas, este mismo lugar fue paso de viajeros y pastores hacia los tótems de piedra que marcaban los caminos de la meseta, señales para las almas y los animales. Con el tiempo, el bosque los cubrió y el río los olvidó, hasta que un escultor, guiado, quizá, por la misma memoria que ronda los sueños, levantó de nuevo la figura: la Bestia totémica que guarda el paso.
Algunos creen que es solo madera, otros, arte, otros, que es un símbolo de lo que nunca se pierde, el lazo entre los hombres, la tierra y los animales. Cada cierto tiempo, cuando el Narcea crece y la niebla se espesa, la madera parece palpitar y resuena como un corazón antiguo. Entonces, el río calla y las vacas se agrupan en silencio.
Y si uno se atreve a mirar con atención se podría jurar que la mole de madera y piedra da un paso hacia adelante, buscando el viejo camino que lleva a los tiempos ancestrales.




