ÁRBOLÓN

Cangas plantó su arbolón

El árbol, de 24 metros y unos 800 kilos, llegó a la villa a hombros de los mozos
Fue izado a mano en Ambasaguas entre tejados y callejuelas

Cangas cumplió con la tradición un año más. Cuando apenas pasaba una hora y media del día del señor San Pedro, un humeiro de 24 metros y unos ochocientos kilos de peso era izado a mano en Ambasaguas frente a la ermita del Virgen del Carmen.
Todo empezó a las ocho de la tarde cuando un grupo de unos cincuenta mozos iniciaban el camino en busca del arbolón. Ya estaba ojeado. Este año se echó abajo junto al Paseo del Vino, junto al Luiña, poco más allá del barrio de San Tiso. Con el cuidado que requiere el hecho de que la copa debe de llegar intacta se inició la difícil maniobra de sacar el árbol por el estrecho camino y, sobre todo, de girar en Santiso librando todo tipo de obstáculos. La pericia se hizo notar. Salvado el primero, los mozos iniciaron el camino hacia el centro de la villa, disparando voladores, dando vivas al arbolón, al vino, a la quilica y a María L´Aire, mujer que rescató la tradición en el pasado siglo cuando estaba a punto de perderse.

Escoltados por un gaitero, la profana procesión inició sus paradas por cuantos bares se cruzaban en su camino. Como los mozos no debían de sentir mucho peso subieron al gaitero en el árbol y así cruzaron la Calle Mayor camino de la Plaza Conde de Toreno. Desde aquí se inicia el trayecto más complicado bajando por la e Cangas plantó su arbolón El árbol, de 24 metros y unos 800 kilos, llegó a la villa a hombros de los mozos Fue izado a mano en Ambasaguas entre tejados y callejuelas Cangas cumplió con la tradición un año más. Cuando apenas pasaba una hora y media del día del señor San Pedro, un humeiro de 24 metros y unos ochocientos kilos de peso era izado a mano en Ambasaguas frente a la ermita del Virgen del Carmen. Todo empezó a las ocho de la tarde cuando un grupo de unos cincuenta mozos iniciaban el camino en busca del arbolón. Ya estaba ojeado. Este año se echó abajo junto al Paseo del Vino, junto al Luiña, poco más allá del barrio de San Tiso. Con el cuidado que requiere el hecho de que la copa debe de llegar intacta se inició la difícil maniobra de sacar el árbol por el estrecho camino y, sobre todo, de girar en Santiso librando todo tipo de obstáculos. La pericia se hizo notar. Salvado el primero, los mozos iniciaron el camino hacia el centro de la villa, disparando voladores, dando vivas al arbolón, al vino, a la quilica y a María L´Aire, mujer que rescató la tradición en el pasado siglo cuando estaba a punto de perderse. Escoltados por un gaitero, la profana procesión inició sus paradas por cuantos bares se cruzaban en su camino. Como los mozos no debían de sentir mucho peso subieron al gaitero en el árbol y así cruzaron la Calle Mayor camino de la Plaza Conde de Toreno. Desde aquí se inicia el trayecto más complicado bajando por la estrecha Calle de Arrastraculos cuyo nombre ya la define, atravesando el viejo puente bajo el que se unen el Narcea y el Luiña hasta llegar frente a la ermita. Bajo la atenta mirada de cientos de personas, a fuerza, entre tejados y callejuelas, el árbol se clava en tierra y su copa se alza sobre el campanín. Un joven cangués trepó por el mismo colocando junto a aquella una corona de flores. La tradición se había cumplido un año más: el árbol fue robado, traslado a hombros, llegó con la copa intacta y sobrevoló la espadaña de la ermita. strecha Calle de Arrastraculos cuyo nombre ya la define, atravesando el viejo puente bajo el que se unen el Narcea y el Luiña hasta llegar frente a la ermita. Bajo la atenta mirada de cientos de personas, a fuerza, entre tejados y callejuelas, el árbol se clava en tierra y su copa se alza sobre el campanín. Un joven cangués trepó por el mismo colocando junto a aquella una corona de flores.

La tradición se había cumplido un año más: el árbol fue robado, traslado a hombros, llegó con la copa intacta y sobrevoló la espadaña de la ermita.

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R. Mera

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