Vacaciones, silbatos y protestas de los que trabajan. ¿Dónde lo hacen los parados?

Me encuentro vacando un tanto a la contra. Como quiera que ya ando entre brumas y orballo todo el año, en estos días me dedico a pasear por la capital de las Españas y a cañear –dentro de un orden- por sus tascas.
En la mañana de ayer lo hacía de Gran Vía a Cibeles para buscar seguidamente sombra a lo largo del Paseo del Prado hasta llegarme al Thyssen en busca de las pinturas de Hooper. Y aquí aparece el motivo de mi comentario. De pronto comenzaron a sonar silbatos de todo tipo y el tráfico dejó de circular convirtiéndose en un inmenso atasco. Grupas de manifestantes comenzaron a cortar las diversas vías en el entorno de Cibeles y calles adyacentes.
¡Los parados!, me dije. Por fin, los más de mil parados han comenzado sus protestas en Madrid. ¡Ya era hora!
Como un aldeano más mes desvié de mi ruta para fisgonear lo que ocurría. Efectivamente. Personas de uno y otro sexo portando carteles con “No” y tijeras dibujadas hacían sonar silbatos y levantaban los brazos al cielo. Los conductores comenzaron a hacer sonar sus cláxones y algunos de ellos a increpaban a los manifestantes. El caos subía cada minuto, pero digamos que dentro de un orden.
-¿Otra vez estos?, preguntaba un conductor a otro más cercano
– Sí, los de todos los días a la hora del bocadillo, contentó con gesto aburrido el otro.
-¿Pero no son los parados?, me atreví a preguntar con cara que debía de adivinárseme de paleto. Y así me lo debió advertir el conductor que ni se dignó contestarme.
Pues no, no eran los parados. Pronto me aclaré: eran funcionarios de diversos organismos oficiales ubicados en aquellos entornos que protestaban por los recortes y la supresión de la paga extraordinaria de Navidad.
De vuelta a mi entorno madrileño de Moncloa y tomado unas cañas en mi bar de cabecera desde allá por el inicio de los setenta, un colega me dio esta explicación:
-No hombre no, aquí los únicos que se manifiestan, cortan las calles y hacen que lleguemos una y otra vez tarde al trabajo, los pocos que lo tenemos, son los empelados públicos y funcionarios que tienen garantizado el puesto de trabajo, lo hacen por los recortes y la paga extraordinaria; los taxistas por mantener los privilegios de una también privilegiada concesión administrativa municipal y que no se aumente el número de licencias; y los sindicalistas para mantener su mamandurria con lo que llaman la defensa de los derechos adquiridos de los trabajadores en los convenios. Aquí de los parados no se acuerda ni el Dios católico ni los del Olimpo, y mucho menos aún los sindicalistas, aunque ahora para parecer más modernos ellos mismos se autodenominen agentes sociales”.
Ante tan prolija respuesta opté por mirar hacia la calle, donde los fumadores conformaban mayor clientela que los que estábamos en la barra, y dar un largo trago a mi caña confirmando, una vez más, que las de Madrid son las mejores del mundo; bueno, al menos del que yo conozco.
¿Dónde se esconde los miles de parados?, ¿Dónde comen?, ¿Dónde rumian su desesperanza?, ¿Dónde están sus representantes sindicales?.
Se dice que las familias están salvando una situación que podría ser explosiva. Y será verdad. Y me pregunto: ¿pero la familias de siempre?, esa de padres, abuelos e hijos que en el modernismo y la fiebre del progresismo de dio por desaparecida por obsoleta y autoritaria?. O las nuevas familias modernas, distintas, diferentes, abiertas a los nuevos tiempos e ideas que nos vendieron como el no va más del zapaterismo y el feminismo más cerril?

Observen, analicen y dense ustedes mismos la respuesta.

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R. Mera

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