BERZOCANA.- Los güevos de tía Caridad

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No se cuanto tiempo ha trascurrido. Mucho. En aquel entonces, las calles de Berzocana estaban empedradas y el sonar de los cascos de las caballerías al golpear las piedras era un sonido familiar y más que habitual. Junto a casi todas las casas había un corral o una cuadra donde los animales pasaban la noche o donde descansaban cuando las actividades del campo entraban en época de lentitud como ocurría cuando el viento  frío soplaba de la Sierra y el personal se refugiaba junto al fuego de leña a la vera del puchero del café y con las sartenes de asar las castañas o hacer las migas a mano.

No era este el tiempo de mi relato por cuanto el sol calentaba de lo lindo, se habían levantado  las eras y el trigo nuevo dormía ya en los trojes (las atrojes en nuestro decir).

Berzocana se hallaba en fiestas y en aquellos años de penurias éstas eran un motivos de gran satisfacción por cuanto permitían trasnochar, bailar y cantar, y alternar de bar en bar acudiendo a comer “tan solo si había tiempo” como bien decían mis tíos “Los Meras”, hermanos de mi madre. Entiéndase el alterne como tomar vino tras vino si eras mayor y disponías de algo de dinerillo o con gaseosa si aún no habías entrado en quintas. Podía suceder que el domingo grande alguien se permitiese el lujo de tomar una cerveza después de misa y procesión o invitar a ella a la mujer, aunque no solía ser lo más habitual

Los “peos” (borracheras en su estado inicial)  eran pues algo habitual por cuanto a lo largo del año eran pocos los vinos  que podían beberse y por tanto “el cuerpo no estaba habituado a ello y por eso se emborrachaba la gente, no por beber mucho”. Al menos así se lo explicaba el menor de los Meras, José, a su madre, mi abuela Juana, a la que eso sí, siempre acudían a visitar en cuadrilla cuando se enzarzaban en estos menesteres que, infaliblemente, se repetían cada año en las fiestas de agosto y en Nochebuena.

Y en esa andábamos aquel último domingo de agosto que era la fecha en que entonces se celebraban las fiestas libres aún de la presión que después ejercerían los “veraneantes” para adelantarlas al penúltimo domingo y así ajustarlas a su mejor calendario de viajes vacacionales.

No se como terminé en aquella aventura, ni siquiera se si era el lunes o el martes de la fiesta. También debía de ser uno de los primeros veranos en que acudía al pueblo tras mis días en  Navalmoral y a punto de marcharme a Madrid a cumplir la mili como voluntario. El caso es que hallándome en la Plaza, en eso no han cambiado muchos las cosas, pasaron en cuadrilla mis tíos los Mera: Fulgencio (al que todos llamaban Gaspar), Lorenzo y José, a los que en esta ocasión acompañaba su primo Antonio Paturro que creo era el más joven de todos. Me acerqué a saludarlos.

Toros en la Plaza jpg
Toros en la Plaza jpg

-¡Coño Pepe!, ¿ya tendrás edad para tomar un vaso con nosotros, no? preguntó Gaspar

Sí hombre, sí, para eso siempre se tiene edad, anda vamos, argumentó lanzado tío José, el más inquieto de todos ellos, a la vez que me agarraba del brazo y me incorporaba al grupo.

Entramos en el bar de Demetrio. Había ambiente y corrían los vinos y las bromas

-¿Qué van a tomar los Meras, vaso o peseteros? (Así llamaban a los grandes dado que su valor era de una peseta). Demetrio solo preguntaba por el envase, el contenido lo daba por seguro

-Grandes para nosotros y pequeño para el sobrino, que está empezando, y mejor será que no tengamos lío alguno con nuestra hermana, aseguró tío Gaspar, refiriéndose a mi madre.

Pidieron dos o tres rondas a la vez que bromeaban y contaban ciento y una aventuras de la trilla, de la siega, del pastoreo, de los toros en la plaza y de cómo  acotaban un trozo de la misma para, con troncos y tablones, levantar un buen tablao en el que después llevar a sus novias y  hermanas a ver de cerca las vacas que traían desde La Nava y un toro, o dos si el año venía bueno. Y todos sin excepción fumaban un cigarro tras otro tras liarlo con pausa previamente.

-¿Iremos a ver tío Diego, no?, preguntó Paturro aún sabiendo la respuesta

Y hacia allá procesionamos sin prisa parando con unos y otros grupos que, al igual que nosotros, efectuaban el recorrido completo de tabernas a la sazón bastantes más que ahora.

De nuevo se sucedieron las rondas y hasta algún tímido intento de entonar “La Medallona”, pero el canto no era lo suyo.

Volvimos hacia la Plaza por la calle Pizarro y bajamos por Colón donde se ubicaban otros dos bares frente a frente. Uno de ellos lo regentaba creo que Velaero, y el otro tío Florián en aquellos años y luego Felipe Polla, cuñao de Velaero, aunque puede que no coincidan fechas y nombres por cuanto cambiaron de dueños en alguna que otra ocasión. Sálvense pues los nombres, que al cuento no vienen, y que conste su existencia y nuestras paradas en los mismos. Volvimos a la Plaza.

-¿No pensareis que hagamos el feo a tía Turura?, preguntó tío Lorenzo.

Y sin un solo comentario hacia allí nos dirigimos Graillas arriba cuando ya el reloj de la torre había dado las tres del mediodía.

-¿Onde van los Mera en cuadrilla? ¿A segar a las Gargáligas?

Tío Juan Portales,  sentado en el poyo corrido que miraba a la plaza, nos saludó así con grandes voces y aspavientos, algo muy típico de él y que heredó algunos de sus hijos, como mi tío Manolo, que también heredó el  Portales como todos sus hermanos.

-No tío Juan, es que hemos adelantado la vendimia y vamos a empezar aquí mismo sin necesidad de ir hasta el Cerro de las Viñas

Tío Lorenzo tenía un hablar pausado, solemne, más que de campesino extremeño de prior de Guadalupe ejerciendo en novena de septiembre. De haberse puesto a ello en algún carnaval hasta podría haberse hecho pasar por el Papa de Roma, ese de la “Pelegrina” que ellos cantaban en Nochebuena.

Cumplidas la rondas pertinentes y tras dar una serie de consejos sobre el arte de cortar el pelo a Simón, peluquero de profesión, que allí vaciaba vaso tras vaso, hicieron convenio (como en el villancico del charco de vino) de acercarse a saludar a Sena ya que en esas fechas “no se puede hacer de menos a nadie, no señor”.

Yo notaba ya que algo no iba bien e intentaba aguantar el tipo como si fuese un consumado bebedor y el vino no me afectase, aunque me animó el que Paturro me confesase que el se encontraba ya “un poco pintón”.

En el bar de Sena sí rompimos ya la barrera del no atrevimiento y, aunque no pudimos con “La Medallona”,”La Tani”, ni con ninguna otra de las de “Paquito la Zambra” que empezaba tío José. Sí cantamos la de la “Pelegrina”, aunque con cortes y saltos de adelante atrás y de atrás adelante según el que en cada momento cogía la batuta de la dirección de tan improvisado y desafinado coro.

Sirvió ello para que tío Lorenzo contase otras cuantas aventuras del tal “Paquito la Zambra”, comediante y cantante que acudía por el pueblo, actuaba en el salón de tío Salero, y cuyo representante en Berzocana era tío Antonio Abolús, Abalús o Abolú , pues de esas y más formas  he oído llamar  a un peculiar personaje vecino de todos ellos cuando aún estaban solteros.

No mucho más allá se encontraba el bar de tío Emilino y claro, no le íbamos a hacer el feo en tan señaladas fechas. Allí llegábamos cuando el reloj de la torre buscaba ya la media pa las cinco”. Puede que para entonces ya comenzase yo a ver dos botellas en el mostrador cuando realmente solo había una.

La corralá y parte de la casa hoy en día
La corralá y parte de la casa hoy en día

-Oye Gaspar, dijo tío Lorenzo. Vista la hora que es ¿por qué no vamos a ver si la cuñá Caridad nos hace unos huevos fritos con unos cachinos de chorizo?

-No es mala idea, no, dijeron casi al unísono Paturro y tío José.

– A última hora, y pa por si acaso, podemos llevar el vino de aquí, precisó Lorenzo, pensando quizás que con el calor podría apretar la sed aunque el recorrido era corto.

– No hombre no, vino no; tengo yo allí media arroba de pitarra, aclaró tío Gaspar

-¡Pues andando que para luego es tarde!

Apuramos los vasos y nos encaminamos decididos hacia la Altura en cuya corralá vivía tío Gaspar.

Pasamos la puerta del corralón y dejando a la izquierda las cuadras nos dirigimos hacia las escaleras que daban acceso a la primera planta donde se hallaba la cocina y la casa en sí.

-¡Caridad!. ¡Aquí te traigo a estos que dicen que ya va siendo hora de comer y que si nos preparas unos huevos fritos.

Desde arriba, como si llegase rodando por los escalones de la escalera, tronó la voz de tía Caridad:

-¡Pa güevos estoy yo!. ¡Si queréis güevos os freís los vuestros!

Tío Gaspar cerró los ojos, arrugó la frente, e hizo un gesto significativo con el brazo de arriba a abajo a la vez que Paturro encogía su menudo cuerpo y aguantaba la risa con exagerados ademanes de manos y pies:

-Joder Pepe, si entre el vino y el calor yo los tengo ya casi cocíos, y mira ahora lo que dice tu tía.¡Vámonos echando leches!

-¡Coño cuñá!. No te pongas así que ya te ayudo yo!, señaló tío Lorenzo completamente serio y sin mover un solo músculo

Para cuando quiso volver a contestar tía Caridad ya estábamos todos arriba y en la cocina.

-Ya os podéis ir todos a tomar por culo de aquí que no hay güevo ninguno. Donde os han dado el vino que os den los güevos.

Tío Gaspar ya había dado con la damajuana del vino y estaba llenando unos vasos

-¡Lo que me faltaba!.¡Y bien colmaditos, si¡. ¡Písalo un poco pa que entre más!.

Como quiera que la mano ya no estaba muy firme se derramó algo de vino

-¡Quítate!. ¡Quítate de ahí que ni eso sabes hacer!, dijo la tía quitando vaso y botella a su marido.

Y tía Caridad se puso a llenar los vasos sin dejar por ello de protestar y repetir una y mil veces que todos los Mera eran iguales, que cuando olían el vino ya no había forma con ellos.

-Y ahora hasta traen al sobrino. ¿Será pa que vaya aprendiendo,¿no?

-Digo yo Antonio, que me parece que de los güevos na de ná; la cuñá no está pa la mano, señaló tío Lorenzo mientra golpeaba con el meñique la polisa del cigarro e intentaba que se soltase un trozo de papel semiquemado que de él colgaba.

En ese momento Antonio me hizo una seña y comenzó a levantarse del corcho en el que se había sentado.

Salí tras él disimuladamente.

-¿Dónde vamos?

– A por lo güevos que yo se onde está el nial

Bajamos decididos y Antonio se dirigió hacia la cuadra. Nos metimos entre las mulas que allí tenía tío Fulgencio hasta alcanzar el pesebre detrás del cual se hallaba el nial. Bueno, los niales, pues la gallinas se hallaban por diversos lugares. Los recorrimos todos y creo recordar que encontramos una media docena de huevos con los que volvimos ufanos a la cocina.

Nada más entrar a tío Gaspar se le quedó la cara lívida. Dio la impresión de que los efectos del vino se habían evaporado como por ensalmo.

-Ya hay güevos, dijo Antonio mientras los soltábamos encima de la mesa.

Tia Caridad, que se encontraba limpiando se quedó con trapo y plato en el aire

-Mataos, os podrían haber matao.

Tío Gaspar repetía esta frase una y otra vez. Antonio y yo nos mirábamos totalmente desconcertados. Ni idea de que iba aquello

-¿Pero ha pasao algo?, acertó a decir finalmente Paturro

-¿Pasar?….. Las mulas…. Las mulas os podrían haber matado a los dos. Y movía la cabeza de un lado a otro.

Tía Caridad repetía una y otra vez:

-¡Dios míos, Dios mío!. El vino; esto son cosas del vino

Al final, tío Lorenzo, pidió calma y, con su habitual cachaza explicó:

-Esas mulas son mu falsas,falsas como la mala monea y malas; más malas que Satanás. No consienten que nadie se acerque a ellas, tan solo mi hermano Fulgencio y eso con mucho tiento. Muerden y cocean a todo aquello que se mueva a su alrededor. Y claro, Fulgencio no entiende que vosotros pasaseis entre ellas, cogieseis los güevos y volvieseis con ellos tan tranquilos.

Antonio y yo nos miramos sin saber aún a que carta quedarnos. Las mulas no habían hecho ni siquiera un movimiento y eso que Antonio pasó la mano por el lomo de una acariciándola al pasar. Entramos y salimos hablando y bromeando con total tranquilidad.

-Nuestros Santos, eso ha sido cosa de nuestros Santos, remató convencida tía Caridad.

Y entonces tío Lorenzo remató:

-Está claro que hay animales que son mucho más inteligentes que las personas. Esas mulas son unas hijas de la gran puta, pero se dieron cuenta de cómo iban estos dos y los perdonaron, no iban a jodernos el día.

Levantó el vaso que tenía en la mano y lo vació de un trago. En ese momento se rompió la tensión y estallamos en risas a la vez que tía Caridad, esta vez sin reñir nada, nos los llenaba de nuevo.

Y aquí he de dejar esta historia inconclusa por cuanto no recuerdo si al final tía Caridad nos hizo o no los huevos con el cachín de chorizo. Cuando vea a Antonio Paturro se lo pregunto, quizás el se acuerde.

 

 

 

 

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R. Mera

Un comentario en «BERZOCANA.- Los güevos de tía Caridad»

  1. Muy bueno amigo “Lutrera”. Me ha encantado tu relato, especialmente el recorrido por las tabernas. Me trae muy buenos recuerdos de la niñez. No me acuerdo muy bien de si en el bar de enfrente al de “Velaero” estaba Felipe “Polla” o seguía tío “pelines”. Geracias, Pepe, por el buen rato que me has hecho pasar.

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