Remembranzas festivas.- Un nuevo 16 de julio en uno de estos próximos años

(Síntesis preparada y emitada por Onda Cero procedente de un artículo más amplio)

El sonido del campanín se metía en la sangre. El contrapunto del campanón resonaba en el pecho y la brisa del atardecer acariciaba, intentando relajarlos, los rostros de los cangueses. De los que se disponían a participar en la Descarga y los de los que aguardaban, con los nervios a flor de piel, su inicio.

Un anillo de color humano rodeaba la villa y otro de fuego latente el Prao del Molín. Tan solo se oían algunos gritos y silbidos de los foráneos pendientes del horario y ajenos por completo a la liturgia del momento.

Marta, en el camino de Llamas, en la fila de tiradores, mantenía firme su volador con la mano izquierda. Detrás, a la distancia establecida, María, con un par de docenas de ellos bajo el brazo, se disponía a ejercer de apurridora. Ambas tenían fija la mirada en el Prao en el que, empequeñecido entre las máquinas, se encontraba el presidente de Artesanos con otro volador en la mano y la vista fija en el puente. La manga procesional entraba en el mismo.

En los Nogales, entre los tiradores del Arbolín, Rosalyn aguardaba impaciente con sus docenas de voladores bajo el brazo. Aunque ya llevaba un par de año apurriendo recibía las últimas instrucciones de su padre

-Tú siempre tranquila, con pausa, nada de precipitarse que hay tiempo suficiente.

Ella asentía sin pronunciar palabra. Veía como la imagen de la Virgen se acercaba al centro del puente e intentaba controlar sus nervios. Sus nervios y sus recuerdos. Aunque joven, la Descarga la llenaba de vivencias y recuerdos, se emocionaba y se le humedecían los ojos.  

Y la Virgen se paró en el centro. Calló el campanín y el volador del presidente de artesanos salió del Prao.

Marta ni siquiera lo oyó estallar. Solo oyó un grito

-¡Brío!

Y soltó el volador. Se volvió y María la puso otro en la mano. Se le escapaban las lágrimas. Y repitió el movimiento con celeridad y precisión una y otra vez.

Olía a humo y a pólvora, Tronaba el cielo. En los Nogales, Rosalyn recibía en las manos de su padre un volador tras otro. Más allá del puente sobre el Narcea, el sustituto del “puente roto”, camino del viejo matadero, otras mujeres, tiradoras y apuridoras, participaban en el disparo

Las máquinas llegaron a su cénit con un estallido total.

Marta y Rosalyn saltaban y se abrazaban llorando a todos aquellos que tenían cerca.

La Descarga y Artesanos habían alcanzado su plenitud e iniciaban una nueva época.

 

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R. Mera

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