BERZOCANA.- Se nos fue Demetrio

 Se nos ha muerto Demetrio. Y para todos aquellos que ya hemos dejado atrás los sesenta se nos ha ido con él un especial trozo de la historia de Berzocana, de nuestra niñez. No de la historia de grandes gestos, sino de esa pequeña historia que, paso a paso, en el silencios del día a día, configura la esencia y el ser de los pueblos, el miajón.

En junio de 2013, en un artículo titulado “Demetrio, el titán de las Villuercas” escribía en esta misma página”

Si por los pardos campos extremeños, el aire y el sol han tallado tipos definitorios del ser castúo, el aire de la sierra berzocaniega, la dureza de sus besanas y las sombras de sus encinares, también les ha conformado como hombres curtidos y duros.

Y Demetrio era uno de ellos. He aquí algunos párrafos del artículo al que me refiero:

Allá en mi adolescencia Demetrio un mocetón recio y fuerte que manejaba el saxo como si estebón de arado se tratase. Él y sus hermanos José, Andrés y Luisa, conformaban la orquesta que amenizaba los bailes del domingo. El salón estaba sobre el bar de su padre en la parte alta de la casa que tenían en el “Colaíllo el rio”, allí donde el aire “le zumba el perrengue” al decir de algún paisano.

No recuerdo bien cuando ocurrió aquello, pero hubo un momento en que Demetrio dejó la música y abrió un bar en la Plaza Mayor. Encima estaba el cine.

Como el bar dejaba muchas horas libres y poca caja, Demetrio decidió comprar una furgoneta para hacer portes. Bueno, no sé si éste sería exactamente el término adecuado para definir tal artefacto. Aquello era un artilugio con ruedas, tablas y chapas extrañamente unidas capaz de andar, mugir, estornudar y …. hasta hacer volatines. ¡Milagros de Demetrio y su navaja!. Con aquel armatoste cargado de huevos, gallinas, y cualquier cosa que pueda venírseles a la imaginación, iba y venía a dónde y de dónde hiciese falta.

Desmontaba el motor y lo volvía a montar una y mil veces. Cuerdas, alambres, latas, palos, hierros, cuñas y abrazaderas de todo tipo, servían para que aquel gran chirimbolo funcionase. Aún no me explico cómo no se mató con aquel prehistórico carroceto que venía a dejar en la modernidad al troncomóvil de los Picapiedra. Sus arrancadas eran al salto, y el frenar, si la cosa apuraba, arrimando contra la pared. Un buen día, no recuerdo como, aquel armatoste desapareció de la plaza de Berzocana, aunque siempre surgía otro casi igual para sustituir al anterior.

De la misma forma, o sea sin que se sepa cómo, apareció una magnífica bicicleta BH. ¡Un artista sobre la bici, Demetrio!. No hubo cabriola que no intentara ni forma de montar que no cumpliere. Cuando se construyó el primer muro, que separaba la pista de cemento de delante de su bar, de la plaza de tierra, que estaba rematado con azulejos, se lanzaba a toda velocidad desde la Calle del Arco o Calle Honda, subía por la rampa inicial del muro, lo cruzaba como una flecha, bajaba por el otro extremo y frenaba junto a la puerta de la casa de tío Eugenio Palrapoco, giraba, y quedando de nuevo enfilado hacia el muro, se lanzaba hacia él a toda velocidad. Y así hasta que se cansaba ante la atónita mirada de los más pequeños que, como yo, abríamos ojos como platos. También le llegaba a Demetrio alguna que otra recriminación de los más mayores que le advertían de la peligrosidad del “ejercicio circense” sin dejar por ello de alabar su habilidad. A la bicicleta la sustituyó una moto, creo que una Ducati, con la que Demetrio efectuaba exactamente las mismas filigranas que con la bicicleta incluido el paso del muro a todo escape.

¿Qué el mechero no funcionaba?. Allí estaba Demetrio. ¿Qué era el reloj?. Demetrio. No había aparato que se le resistiera. Su principal y casi única herramienta de trabajo: una navaja de regulares dimensiones y cachas de madera (cabritera, decía él). Fue todo un MacGyver a la berzocaniega.

El bar que regentaba en la Plaza, con un gastado y alto mostrador de madera, era todo un muestrario. Allí se podía encontrar de todo: muelles, tornillos, tuercas, navajas, mecheros, piedras para los mismos, mechas, frascos con gasolina para los mecheros, botellas del año pum, telarañas, copas microscópicas para el aguardiente…y un largo etcétera.

¡Y qué decir de cuándo puso un despacho de sellado de quinielas de fútbol!

En las noches de invierno, Demetrio se sentaba detrás del mostrador, se colocaba el brasero entre las piernas, cogía la badila en la mano y se quedaba roque. Lo de la badila tenía su aquel. Explicaba que si en el sueño se quedaba algo más allá de calambuco, entonces se le caía la badila y despertaba. O sea el uso de la badila como precaución de cualquier accidente con el brasero.

Pienso yo que Demetrio debió ser el inventor del autoservicio, y mucho antes que lo hicieran los americanos. Miren. Como la clientela no era mucha había veces que estaba solo. Entonces el cliente llegaba, y si Demetrio estaba calambuco, se servía el vino de la botella allí preparada (solo había un tipo de vino), llenaba el vaso y después de más o menos rato dejaba el dinero en el mostrador y se marchaba sin decir ni mú. Claro que los clientes habituales también se las traían. Así, al pronto, recuerdo a Tarra, El Pintao, el Mudo, Colorín, Comunes, Simón el barbero (que pedía un tanque en lugar de un vaso) Quinceño, Antonio la Picarona, Velaero, Rafael pos-pos, y otros más jóvenes como Isaías, Paco Sotana, Nicanor Sopinas, Pepe Merino, Pedro Ramono, Tejero…o los más mayores, entre ellos un cuarteto de la calle Carretas que hizo historia: tío Orejinas, tío Tostao, tío Obispo y tío Felipe.

Ahora, cuando tanto nos preocupamos de cremas y potingues para darnos en la cara después del afeitado, hay veces que me viene a la memoria con qué facilidad resolvía nuestro Demetrio esta cuestión. Tras el metódico rasurado que efectuaba con brocha, el preceptivo jabón de barra y navaja barbera, ponía en su mano un abundante chorro de coñac (Veterano o Soberano, según la botella que estuviese más cerca), se mojaba también la otra mano y se frotaba la cara con ambas. La piel quedaba tersa y lista para revista.

Oírle hablar era todo un espectáculo por la cantidad de decires y giros originales que utilizaba. Le recuerdo también un seiscientos al que en aquel entonces tan solo debían de quedarle dos piezas originales, chapistería incluida, y cuyo motor era capaz de armar y desarmar con la sola ayuda de su navaja. Había veces que quedaban piezas sueltas por el suelo. Era igual. Demetrio se subía daba a la llave de contacto y el chisme aquel arrancaba y rodaba.

Autodidacta al máximo, y hasta el cierre del bar, continuó sirviendo café de puchero, y tirando los cacahuetes de aperitivo a todo lo largo y ancho del mostrador-

“¡Estoy jodido!”, solía decir cuando se le pregunta por la salud. El trabajo, el duro trabajo había dejado en el cuerpo de Demetrio múltiples cicatrices, pero él nunca, nunca, ha perdido el humor. Bajo su perenne bigote, se ríe, se encoje de hombros, bebe un vaso de agua caliente y te dice: “¡A ver qué vas a hacer, así es la vida!”

Hasta siempre Demetrio

 

El artículo completo en

https://www.deaceboyjara.com/2013/06/24/remembranzas-berzocaniegas-demetrio-el-titan-de-las-villuercas/

 

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R. Mera

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