Nochebuena en la aldea de hoy. Aquí y allí

El tiempo estaba carvieso. Anochecía y Luisón se levantó del escaño de la cocina en el que había dormitado buena parte de la tarde. Se dirigió lentamente hacia la ventana para cerrarla. Antes de hacerlo oteó  el cielo y los tejados cercanos. Era Nochebuena y no vio salir humo de una sola chimenea del pueblo

-Va a nevar, se dijo.

Y cerró las contraventanas echando el pestillo. La radio, con el dial en Onda Cero–Cangas del Narcea, emitía una música joven que a Luisón no le decía nada.

-Si al menos estuviese Miguel, pensó, estaría mucho más entretenido.

Se sentó en el escaño de la cocina, añadió un par de troncos al fuego, cogió una rama seca y atizó con ella levantando chispas y povisas. La llama se avivó, su vista quedó hipnotizada entre ellas y, sin darse cuenta, su mente voló en el tiempo descontando años en su memoria.

Aquella Nochebuena fue ruidosa y glotona. Aún vivían sus padres, y su abuela Juana. Y acudieron todos a la casa del pueblo, a la solariega, en la que su abuelo Luís, luego su padre, y luego él fueron muirazos. Él será el último, sus hijos emigraron

Cagoenros. ¡Vaya movidísima!. Ya desde media tarde comenzó a correr el vino, y los cantarinos. Y el personal se animó. Y asaron unas castañas que pidieron más vino. Las mujeres se afanaban en la cocina aunque no por ello dejaban de ir y venir a la mesa a dar un traguín o lanzar alguna puya.

Cada dos por tres llamaban a la puerta. Los vecinos no dejaban de ir y venir. Tomaban un vaso o una copichuela de Fundador y marchaban de nuevo. ¡Feliz Navidad!

Luisón se vio tatareando el inicio de un villancico que cantaba su hermana Maruja. El único que recordaba

-Yo nun se que tien el neno/ de la carina rosá. Ay robome el pensamento/ ay, ay, ay……..

Entonces en el pueblo vivían al menos doscientas personas. O más. Al menos cincuenta casas abiertas y con ganado y todas las chimeneas fumeando a tope. ¿Pero que pudo pasar, Señor?, se dijo. Ahora eran apenas sesenta y todos viejos. Un niño y dos jóvenes.

La cena se hacía larga, larguísima. Un plato tras otro, y un traguín tras otro. Y nadie se acordaba del frío y sí de las cosiquinas vividas, de la familia, de las leyendas, de las aventuras con el ganado, de los romances de lobos y  perros….

Y así fue durante muchos años. Luego faltó la abuela, y los padres, y la familia se fue desperdigando: Madrid, Oviedo, Gijón….

Y así en todas las casas. Y ya no hubo más misas el día de Navidad. Y poco a poco, las chimeneas se fueron apagando. Y el pueblo se fue durmiendo en sus ayeres, en sus silencios. Y los años se hicieron notar en paredes y cuerpos; en praos abandonados y cuadras silenciosas. En caminos que la maleza ahogaba lentamente hasta cerrarlos… .La vida se apagaba en la aldea.

Un pequeño estallido en el fuego volvió a Luisón a la realidad.

-Mundo, mundo, mundo; se dijo mientras se levantaba lentamente dirigiéndose hacia su cuarto. En la radio, una música que no le decía nada sonaba machaconamente

Muy despacio se metió en la cama. Estaba fría. Se arrebujó entre las mantas y se dejó llevar por las nostalgias. Fuera comenzaba a nevar.

NOTA: Que cada lector lo aplique a su pueblo, comarca o zona. La idea central no variará.

 

 

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R. Mera

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