CANGAS DEL NARCEA.- La huella del crimen

Revolviendo entre los papeles, como a todo buen jubilado corresponde, me encontré con un escrito que me produjo especial satisfacción y un aluvión de recuerdos.

Pero permítanme una previa. Seguro que muchos de vosotros recordáis a Nieves La Jopa y a su marido, Benigno, que regentaban un quiosco en la Plaza de la Oliva. A este quiosco me envíaban desde el diario la Voz de Asturias, ya desaparecido, todo el material necesario para desarrollar mi labor como corresponsal durante muchísimos años. Esto nos llevó a una estrecha relación y un especial cariño. Pero Nieves era una mujer de muchas inquietudes y así cuando pusimos en macha La Maniega comenzó a enviarnos colaboraciones especiales, quizás faltas de estilo y sintaxis gramatical, pero llena de entusiasmo. Lo hacía escribiendo en hojas de calendario de pared, larguísimas y estrechas, escritos a mano con una letra grande y clara.

Pues bien, tres de estas hojas son las que me encontré dobladas y extraviadas entre otros papeles. Corresponde las mismas a los meses de marzo, abril y mayo de 1.988 y su contenido no llegó a publicarse.

Aunque largo voy a reproducirlo aquí en su originalidad para no perder su esencia modificando tan solo aquello que considero imprescindible para su clara comprensión. El hecho sucedió en la villa canguesa y Nieves intentó contarlo de forma rimada. Bien podría ser un “romance de ciego” de aquellos que se recitaban de feria en feria y mercado en mercado. Lo tituló

LA HUELLA DEL CRIMEN

De mis recuerdos de niña

y en mi cerebro grabado

llevo la historia terrible

del asesino “Navarro”-

Me la contó una vecina

que vivía cerca de casa

y tanto me impresionó

que aquí vuelvo a recordarla.

Fue natural de Gedrez

aquel feroz asesino,

mataba para robar,

sin piedad, con desatino.

Su primera víctima fue

un viejo y pobre trapero

que después de asesinarlo

lo tiró a un desfiladero.

Vivía un matrimonio

ceca de Veigalabar,

tenían una casina

y también algo de bar.

Una noche los visita

el malvado criminal

con la intención de matarlos

y así poderlos robar.

Lo consiguió, primero lo mató a él

al ir a abrirle la puerta,

luego fue a por la mujer

que temblando y medio muerta

se había escondido la pobre

debajo de la chariega.

Allí mismo la dio muerte

con su terrible navaja

llevando lo que tenían

con sus manos ensangrentadas.

Al volver debió apoyarse

en el quicio de la puerta

y allí quedó para siempre

la señal de la tragedia.

La gente aterrorizada

de quién pudiera haber sido

bautizó aquella casina

por los siglos de los siglos.

“La casa del crimen”

decía la gente al pasar

y nadie osó vivir

en ella nunca jamás.

Se fue cayendo a pedazos

sin que nadie lo evitara

hasta que quedó en escombros

como casa abandonada.

Entre tanto todo el pueblo

ante tan terribles muertes

estaba atemorizado

sin saber a qué atenerse.

Y volvió el asesino

 a dar el siguiente golpe,

esta vez fue una estanquera

y una mocita la pobre.

Esta señora vivía

en Rengos con una nieta

que la ayudaba en la casa

y a la vez en su estafeta.

Mató primero a la vieja,

la chica se le escapó,

pero la siguió en la noche

y también la degolló

pues la mocita era ágil

pero la mala fortuna

hizo que cayera al suelo

al tropezar con un tronco,

y entonces el simpiedad

la remató con encono.

En Cangas hubo revuelo

y un forense inteligente

estudió la trayectoria

del arma del delincuente.

Y la conclusión salió:

mataba con arma blanca

y en la misma dirección,

lo que dejaba bien claro

que era zurdo el matador.

Se disfrazaron los guardias

de tratantes jamoneros

y anduvieron pueblo a pueblo

disimulando el rastreo.

Y al fin cayó el delincuente

en una casa de un pueblo.

Lo bajaron esposado

cual merecía el reo,

lo metieron en la cárcel

y allí preparó la fuga

haciendo en su celda un hueco

con una simple lima

que su madre camufló

en medio de una hogacina.

Tomó unos cuantos nombres

de varias gentes de Cangas

sentenciados a matarles

porque le daba la gana.

Después vino el 36,

nada se supo de él

si se escapó o lo mataron

desapareció de aquí,

pero las gentes de Cangas

al fin pudo dormir.

Como recuerdo dejó

el nombre de aquella casa

que todo el mundo miraba

al pasar por el lugar

con escalofrío de miedo

sin poderlo remediar:

“La casa del crimen”

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R. Mera

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