El anochecer de un año y el despertar de otro. Silencios, nieves, y ausencias

31 de diciembre de 2020. Buscan las manecillas del reloj las tres de la tarde. Con un vaso de cerveza en la mano me asomo a la ventana. Está el tiempo carvieso, que dicen los cangueses. Triste, de nieblas borrando paisajes y perfiles, De paraguas, pocos y apresurados, por la calle.

Día 1. 11 de la mañana

Me lo repito a mí mismo: sí, es 31 de diciembre, es el último día del año. Y el día viene a convertirse en un resumen de aquel, como si condensase en un fotografía sus largos 360 días de problemas, de negruras, de confinamientos, de pérdidas, de tristezas y de ausencias… incluso de esos pequeños momentos que nos hemos dejado de vivir a lo largo del mismo y que hoy , yo al menos, echo más de menos: el momento del café, la charla del atardecer, la lectura del periódico en la tranquilidad de tu bar del día a día, los momentos no vividos de fiestas y conmemoraciones… Todo ha sido como robado del diario vivir en este año nefasto.

Doy un largo trago a mi cerveza. Por dárselo. No me sabe como en otras ocasiones. Tienen razón Xuan; ni el vino ni la cerveza saben igual en casa que en el bar. ¡Anda que no varía!, me ha comentado en más de una ocasión. Y es que le falta el momento, la conversación, el medido bullicio, el entrar y salir de unos y otros, y el comentario jocoso o con mala leche del vecino de mesa.

Y hoy aparece todo aún más acrecentado. Ya se ha iniciado la tarde y ésta avanza lenta, pesada y quejumbrosa hasta la noche. Miro el reloj, marca más de las tres. En uno cualquiera de estos años pasados, tanto recientes como no tan recientes, aún no habríamos acudido a comer. Estaríamos por la Calle Mayor dándole al momento vermú con entusiasmo.

-¡Feliz año, amigo!

Y alguien choca su vaso con el tuyo. Incluso se felicitan entusiasmados vecinos que apenas se saludan el resto del año.

El Paseo aparece vació de vida, tan solo de vez en cuando algún vehículo pasa salpicando agua y barro. Un par de ellos llevan nieve en la baca. A los lados, estacionados, otros no dejan ni un solo hueco libre. Quizás los dueños y sus familias lo estén también en los domicilios. Son la alegoría de la quietud, o quizás la indiferencia, o el olvido intencionado a lo que fue el año.

Apenas recogida la mesa, la tarde se cierra en aguas, las nubes ocultan la luz y la noche se viene a la villa fuera de horario aunque acorde con el momento. Hasta lo físico parece aliarse con lo espiritual en este atípico fin de año.

Leo el periódico, en papel. Aún me gusta pasar las hojas y sentir su olor a imprenta. Tras el café, una película y un reportaje sobre la historia de Extremadura me llevan hasta más allá de la diez. Es la hora de las conexiones múltiples, del encuentro virtual de las familias que nos ha impuesto la pandemia. Mejor cada uno en su casa, aunque sea con añoranza y preñada la mente de recuerdos, de buenos momentos; tiempo habrá.

Hablamos simultáneamente desde Madrid, Aranda de Duero y Cangas. Nadie ha salido a la calle. Todos celebran en sus domicilios. Antes, Berzocana también tuvo su momento fin de año.

Se acerca la hora de las uvas. Hay cortes en las emisiones televisivas de varios canales. Por las Redes se denuncia que falta la señal en muchos pueblos. No podrán seguir las campanadas y “el momento Pedroche”.

Cena frugal, un trago de sidra achampanada y trastear por la tele. No me convence ninguno de los programas tradicionales de las televisiones en abierto. Creo que hasta hemos perdido el sentido del humor. Nosotros y los que, teóricamente, deben provocarlo. Termino en la Dos con “Cachitos de hierro y cromo”, cosas de la edad, supongo. No bien el reloj marca el paso de una hora del nuevo año, a la cama. Adiós al malhado 2020.

Día 31, 14 horas

Aunque uno ha sido un tremendo trasnochador, ahora echo más de menos las salidas de mediodía que las nocturnas. Y es que los años también imponen sus ritmos vitales sin necesidad alguna de convencimiento mental o médico que a ello te lleve.

Tras los habituales despertares con ida y vuelta a la radio, a las siete de la maña me asomo a la ventana. Llueve y la iluminación navideña da aún más sensación de soledad. Vuelvo a la cama. Onda Cero me congratula con la radio tras una noche de música para olvidar. Tiene su programación habitual de información, análisis y tertulia.

A las ocho y media comienza a clarear. Las calles siguen solitarias. Desayuno con tranquilidad. Hoy renuncio al paseo matutino, ni el tiempo ni la festividad están para ello. Sí lo hago un rato por el pasillo con la radio de fondo. Llueve, silencio y soledad en la calle. Yo, como muchos de ustedes, quizás todos los que me están leyendo, nunca hemos conocido el despertar de un nuevo año de esta guisa.

Van a ser las once. La nieve rodea la villa y ha bajado un tanto de Santa Marina. Con timidez comienzan a caer algunos copos que se distinguen entre la oscuridad que aún perdura pese a la hora. Bajo un paraguas negro un hombre avanza solitario por la acera del Parque del Minero. Los copos se van y se vienen.

Abro el ordenador y me pongo a escribir este artículo a la espera de que comience el Concierto de Año Nuevo en la Viena de los Valses y los salones. Sin público, y sin las palmas en la Marcha Radetzky , seguro que esta vez será también más frío. Viendo llover tras los cristales y como la niebla envuelve a la villa me dejo ir con los valses de los Strauss

Pese a todo, que el nuevo año os sea propicio y vuestros deseos encuentren acomodo en el mismo. Paz y bien.

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R. Mera

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