Las Vísperas, el Ramo y el “Cierre de los Santos”

Las Vísperas, el Ramo y el “Cierre de los Santos”

FOTO: Un momento de ramo en el interior del templo

Cada fiesta patronal guarda para aquellos vecinos que las viven un momento especial, un momento en el que todo se condensa y se hace uno, en el que se funden el ayer y el hoy en un estar emocional que se vive con el corazón y los sentimientos a flor de piel. Y es curioso. En estos tiempos de descreimiento general y del religioso en particular, esos citados momentos están impregnados de un especial carácter que los definen y ensalzan; que los convierte en el punto esencial y vivencial de la fiesta.

Y así se vive intensamente en Cangas del Narcea el momento en que la imagen de la Virgen llega al centro del puente medieval de la villa y miles de voladores rompen la tarde en un estruendo, en este caso no infernal sino tremendamente mariano, que hace temblar la tierra y vibrar los cristales, amén del corazón de los cangueses. Y hay múltiples momentos de éstos en cada pueblo y cuidad: las mascletás valencianas, las ofrendas florales en el Pilar, lo empalaos en Valverde de la Vera, el descendimiento del ángel en Aranda de Duero….

Y si es así en mi pueblo de adopción, en el de nacimiento, en la extremeña Berzocana, ese momento es el de “Cerrar los Santos”. Y aunque esta expresión es totalmente conocida y entendida por todos mis paisano, sean de la edad que sean, bueno será que la aclaremos para los foráneos dado que, en estos tiempos de síntesis literales que pululan por Internet y otros medios, alguien pueda entender que cogemos a los santos patronos y los encerramos en celda o jaula. ¡Dios nos libre!.

Tomemos como ejemplo el ritual del domingo de las fiestas patronales de agosto.

Las reliquias de los Santos Fulgencio y Florentina, depositadas en un arca de madera de carey con incrustaciones de nácar, y relicarios, son depositadas en el dosel que se coloca en la nave central de la impresionante iglesia gótica. Tras procesionar por las calles de la villa presiden desde allí la solemne misa conmemorativa al final de la cual los fieles acuden devotamente a besar aquellas que se encuentran en unos pequeños relicarios de plata. Los sacerdotes o cofrades que las portan repiten desde hace siglos el mismo movimiento: tocan la frente del devoto, llevan a la boca el pequeño relicario al efecto diseñado, y tras el beso, de nuevo a la frente, a la vez que repetían en latín:

Cerrando los Santos

 Per merita Sanctorum tuorum Fulgencio y Florentina concedant  salutem et pacem, algo que desde el Concilio Vaticano II se hace en castellano:

-Que por los méritos de tus santos Fulgencio y Florentina se te concedan la salud y la paz.

Hasta hace no muchos años, las Reliquias permanecían en exposición desde la mañana, custodiadas por los cofrades, que se turnaban, hasta que se efectuaban los oficios litúrgicos de por la tarde con la celebración del Ramo. Terminado éste se inicia el cántico de vísperas que ahora efectúa prácticamente el sacerdote en solitario, apoyado en algunos momentos por el coro parroquial, pero que antaño tuvo una especial significación que no renuncio a contaros, aun temiendo que ya lo haya hecho en alguna otra ocasión y caiga en la repetición.

Acudían a las celebraciones sacerdotes de muy diversos lugares de la diócesis. Aquel año, Don José, el párroco, con el de Deleitosa y otro de Plasencia, revestidos como la solemnidad requería, se quedaban junto al altar mayor y dirigían el rito mientras en el coro el resto de los llegado se concentraban en el canto alrededor del órgano al que daba vida mi padre Juan Luis, mientras nosotros, los monagos, le dábamos al fuelle con fruición y especial deleite compitiendo en ver quién lograba elevarlo en el menor tiempo posible para después dejarlo caer mientras mandaba el aire al órgano.

Imagínese el lector el guirigay:

Los sacerdotes del altar cantando y oficiando; el ramo dando vueltas en el templo seguido de los fieles, los niños, las conversaciones, los saludos….

-¡Otros devotos y devotas!

Y unos fieles soltaban el Ramo… y otros lo cogían…, y se despistaba un niño… y alguien llamaba a la abuela para que se acercase…

Suenan los panderos monótonos acompañando a las voces agudas de las mujeres en el soniquete repetitivo de las coplas. El órgano sonando a toda pastilla con todos los registros abiertos y los curas cantando en latín con inusitado entusiasmo. Añádase a ello las puertas de la iglesia abiertas de par en par por las que se colaba el calor agosteño de la calle que invitaba a todos a refugiarse dentro. Y allí seguían las charlas, los saludeteos, las llamadas, las presentaciones, el intercambio de bromas, el comentar cuantas ramas u hojas se habían cogido del Ramo….

Algunos de los sacerdotes más jóvenes se escaqueaban al trascoro para fumar y bromear. Me acuerdo especialmente del año en que estaba Don David, pequeño, nervioso y con gafitas, coadjutor a la sazón en la parroquia de San Andrés, Navalmoral; y Don Matías que lo era de Berzocana Con ellos bromeaban Juan José Pastor,  otro coadjutor de Deleitosa, el de Logrosán y alguno más. También Florencio que nunca perdió el espíritu del seminario y le encantaba subir a cantar las vísperas.

Cuando los devotos dejaban de acudir a “llevar el ramo” y depositar su óbolo en la cesta que portaba tío Miguel González, callaban los cantos, se apagaba el órgano y el silencio se iba haciendo por sí mismo en el templo.

Todos se dirigen a la nave lateral izquierda

Nadie lo había explicado nunca, nadie lo hace ahora tampoco. Se actúa conforme a los movimientos heredados de la tradición de muchos, muchos años. Los cofrades se colocaban en sendos bancos colocados a los lados del dosel. Los sacerdotes procedían a incensar a las reliquias, se alineaban los monaguillos. Tío Obispo subía al dosel por una escalera de madera preparada al efecto para coger el arca. Otros cofrades lo hacían con los relicarios. Y todos ellos religiosos y cofrades se dirigían escaleras arriba hacia el altar dedicado a los Santos en la nave izquierda de la iglesia, lugar donde se encerraban y encierran

Simultáneamente muchos fieles se dirigían hacia la citada nave izquierda para seguir la ceremonia. Otros, cual si hubiesen recibido una especial orden, hacían un oblicuo izquierda de tal forma que todos los ojos, desde cualquier punto, venían a confluir sobre el sarcófago donde se iban a depositar las reliquias.

Y en el medio del silencio. Juan Luís abría todos los registros y los cientos de tubos del órgano lanzaban miles de acordes que llenaban la iglesia haciendo pequeños a los feligreses. Era el momento culmen

-Iste confessor domini, colentes, cuem pie laudant, populi per orbem, hac die laetus meruit beatas, scandere sedes. Haec die laectus meruit supremos.

El vozarrón de Juan Luís se mezclaba con el de los sacerdotes. Don José incensaba, tío Obispo entregaba el arca al sacerdote subido en el altar que lo depositaba en el hueco del sarcófago. Y luego, uno tras otro, los relicarios. La emoción aplastaba los corazones y almas de los fieles que vivían ese momento especial tanto con sus Santos como con todos aquellos berzocaniegos que les precedieron o que se hallaban ausentes.

Hecho de nuevo el silencio, Dos José cierra las puertas plegables. Un golpe y otro retumban en el silencio del templo. Y seguidamente el girar de una llave, y de otra: Bajan cofrades y sacerdotes y el público comienza moverse y a hablar. Todo ha terminado.

Y con mayor o menor solemnidad esta ceremonia se repite en los días de la Aparición, San Fulgencio y Santa Florentina.

(En recuerdo de cuantos así lo vivieron y nos lo trasmitieron)

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R. Mera

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