Murió Javier García, vicario que fue de Cangas

Murió Javier García, vicario que fue de Cangas

Javier García Pérez- Alfaro, “Javierón, se nos fue discretamente. En Cangas su fallecimiento pasó prácticamente inadvertido hasta que el actual párroco puso una nota en Facebook.

Llegó a Cangas del Narcea como vicario parroquial con Jesús Bayón. No fue mucho el tiempo que pudo ejercer como tal, pero se le recuerda con cariño y por su inmensa humanidad acorde con su cuerpo. De ahí el sobrenombre de Javierón que ya sus compañeros le impusieron en el seminario

Nació el 21 de noviembre de 1960.  Siguiendo a Javier Gómez Cuesta señalaremos que al finalizar el bachiller en el San Fernando estudió Historia en la Universidad de Oviedo. En la Facultad en la que se licenció mostró ser inteligente y trabajador, de los que le gusta y bucea en la asignatura. Le llamaban “Javierón” por su altura y corpulencia. Ejerció su profesión y vocación de profesor en varios centros: en Los Robles, en el San Fernando de Avilés, incluso fuera de Asturias, en Tarancón, dejando montón de amigos y algún contradictor opaco a lo que para él eran evidencias.

Su vocación a los 46 años no solo es tardía, es madura. Fruto de una lucha consigo mismo y con otros amores, y por no creerse suficientemente digno y capacitado para ser llamado por el Señor al sacerdocio. Javier era exigente y riguroso consigo mismo y con los demás, noble como de roble “hecho a azuela”, sin refinamientos, sincero a lo bruto, apasionado, fidelísimo seguidor del Señor…

Tan solo fueron dieciséis años los que pudo ejercer el ministerio sacerdotal

Primero estuvo en Benia de Onís alternando con la educación en la Escolanía de Covadonga. Luego, cuatro años con Amaro Balbín en Arriondas (2008-2013). A la vuelta de Salamanca, donde estuvo unos meses renovando sus estudios de filosofía, fue destinado como vicario parroquial a Cangas de Narcea con Jesús Bayón. Buenos maestros, y él un buen compañero, de esos que dejan mil anécdotas por su manera de ser tan comunicativa, tan explosiva y tan natural. En él no había dolo ni engaño.

Los últimos tres años fueron la batalla titánica contra la enfermedad. Al dar los primeros síntomas fue destinado a Sabugo de Avilés, su parroquia de origen. Hospital y parroquia se iban turnando. Esperanzas y resignaciones se iban sucediendo. Se enfrentó con plena lucidez al incierto futuro que le esperaba. Ejerció el ministerio hasta sus últimos días, sobre todo de la penitencia, con plena dedicación.

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R. Mera

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