Unos apuntes para el irse y volverse del Arbolón

Unos apuntes para el irse y volverse del Arbolón

Cuando junio abre sus días al sol y el verano apunta en las riberas del Luiña, siempre me viene a la cabeza la festividad del día 29, San Pedro y el Arbolón.

Desde los inicios de los ya lejanos años setenta cuando arribé por estos lares, siempre me llamó especialmente la atención este rito ancestral en sus orígenes y que, no seamos egoísta, no es único de Cangas. Yo ya había visto algo parecido en algunas villas de la Vera cacereña y por tierras valencianas. Lo que no tiene parangón posible son las formas y las vivencias. En eso las comparaciones son imposibles.

No andaba por aquellos años muy boyantes la festividad. Con la vitalidad que las explotaciones mineras confirieron a la zona vino a revitalizarse también la fiesta de San Pedro y con ella la puesta del Arbolón en la noche del 28. No quería aquí prodigarme en nombres porque lo más seguro es que alguno quede enredado en las marañas del olvido y cometa alguna injusticia. Aquel renacer fue muy especial. Quizás como el que ya había ocurrido anteriormente en otras épocas en que, a punto de desaparecer, el empuje de una mujer del barrio, María L´Aire, logró que la tradición renaciese.

El empuje de una mujer del barrio, María L´Aire, logró que la tradición renaciese

Es por ello por lo que cada año, los mozos que transportan a hombros el gran árbol griten y coreen su nombre con vivas y aplausos cuando llegan al Sotero, al inicio del puente llamado “romano”.

A partir del fallecimiento de María tomaron las riendas los mozos de la Calle de Abajo con la colaboración del resto de la villa que, a los pocos años, languideció de nuevo. Por aquel entonces, abuelas como Josefa la de Tomasín el municipal, y Marina, la de Garabata, confeccionaban con cariño  la corona de flores para que los gateadores la izasen a la copa del árbol ya plantado tal como lo hizo con especial maestría y en más de una ocasión José Luis Montaño Cuco.

Decíamos que de nuevo la plantá del Arbolón no pasaba por su mejor momento. Y algo ocurrió que vino a catapultar la víspera del señor San Pedro. No sé qué fue, ni cual el detonante. Unas pucheras, unos cachos, el recuerdo de unos, las ganas de otros y el entusiasmo de los demás, allá en una u otra noche, vino a poner en marcha la vieja costumbre.

Por allí andaba Patiño El viejo con el hacho, y los Carralos, y un  jovencísimo Antón Bonito, y un no menos joven Suso El cartero….y  tantos y tantos otros mozos entonces y ahora ya abuelos.

Manolón y Adralés vienen ahora ser la imagen que el concepto del Arbolón trae a mi mente. Ellos y otros como ellos supieron recoger aquellas vivencias y traerlas y mantenerles en nuestros días al igual que hizo La Mecha con la confección de la corona.

Y por eso, y año tras año, nos veremos en la noche del día 28 plantando el Arbolón tras haber efectuado las correspondientes y tradicionales paradas en los chigres que al paso surjan.

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R. Mera

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