Pueblos, vacíos, niños y realidades

Pueblos, vacíos, niños y realidades

Me van a permitir ustedes que me retrotraiga unas fechas en el tiempo, no mucho más que unos días

Cuando, como presidente del jurado, me entregaron los más de 150 cuentos que habían presentado los niños al Concurso que anualmente convoca la Librería Treito con motivo de la Semana del Libro, me llevé una sorpresa. Lo que tenía entre mis manos no eran cuentos ni ficciones, eran certeras descripciones, desde el punto de vista infantil, de la realidad de nuestros pueblos, de sus necesidades, de sus vacíos, de sus esperanzas. Y es que en la convocatoria se había sugerido que el tema fuese el vacío que se está produciendo en los pueblos. Lo tomaron al pie de la letra

Y lo hacían de una forma certera, gráfica, vivencial. Dentro de esta redacción incluyo hoy esta otra de un niño de diez años, una estampa que, dice él en su título, sucede en un pueblo cualquiera, pero que después nos confirmó que era en el suyo:

“Casi todo los días, después de hacer los deberes, Daniel va a la plaza de su pueblo a jugar al fútbol. Allí juega a lanzar la pelota contra una portería que su padre le ha hecho con unos trozos de hierro. A él le gustaría ser portero y parar goles, pero no hay nadie que se la tire. Daniel juega y piensa que le gustaría que hubiese más niños para jugar con él”. Y completa el cuadro de esta soledad sentida con esta otra referencia: “En un banco, al lado de la plaza, su abuela le observa”.

“Había más niños antes en cada casa que ahora en todo el pueblo”.

Un niño sin niños con quienes jugar y una abuela acurrucada en el rincón de las añoranzas: “No hace muchos años, en esta misma plaza, un montón de niños jugaban a los bolos, a la pelota, a la comba…”, le dice. Y remata: “Había más niños antes en cada casa que ahora en todo el pueblo”.

La imagen es tremendamente gráfica: ida y vuelta de la pelota contra la pared, sus golpes resonando en el silencio del pueblo, y en la esquina de los años idos quizás, o sin quizás, uno de los últimos testigos de la existencia de las aldeas en nuestra comarca.

“Cerraron la mina y mis padres se fueron, y los de mis amigos”.

“Solo había ocho vecinos en el pueblo, yo era el único niño, la gente se moría porque eran viejos y los jóvenes se habían ido a buscar trabajo”, dice otro. “Cerraron la mina y mis padres se fueron, y los de mis amigos”. Esta frase se repite en unos y otros relatos. Incluso algunos precisan. “Mi padre se jubiló y dejamos el pueblo”. La mina, el cierre de las minas como elemento disgregador; el paulatino alejamiento de la agricultura y la ganadería. Y soluciones… soluciones infantiles e ingenuas que te provocan una sonrisa y un hálito de esperanza en el futuro. Para ellos, casi todas las soluciones están en manos del alcalde… y de que abran las minas de nuevo.

Bendita infancia.

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R. Mera

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