La Descubierta de Ramón y Manuel

La Descubierta de Ramón y Manuel

En aquellos días, a finales de agosto de 1.936, el pueblo se hallaba bastante alterado por la cercanía del frente

-Marcho a dormir, mañana tengo descubierta

Santiago se levantó de los poyos de la plaza donde se hallaba sentado en compañía de unos cuantos paisanos mayores. No había jóvenes en el pueblo, estaban todos en el frente.

En aquellos días, a finales de agosto de 1.936, el pueblo se hallaba bastante alterado por la cercanía del frente y las idas y venidas de las avionetas hacia el mismo, especialmente hacia Guadalupe y Alias que cambiaron de mano un par de veces. Los toques a rebato venían a alterar la monotonía del pueblo, aunque aquello duró muy poco. ( Ver Un bombardero sobre Berzocana. https://www.deaceboyjara.com/2021/04/18/un-bombardero-sobre-berzocana/)

Se conoce como descubierta la maniobra que a ciertas horas hace la tropa para observar si en las inmediaciones hay enemigos y para inquirir su situación. Es también el descubrimiento o revelación de algo que se ignora

Y ésta es la que debía de realizar Santiago en compañía de otro paisano al día siguiente desde Berzocana al alto de Cañamero. Y hasta allí, por el otro lado llegarían dos cañameranos haciendo lo mismo. Se trataba de descubrir si en la carretera se habían colocado minas o explosivos.

Santiago se acercaba a los sesenta, edad más que avanzada para las perspectivas de vida de aquel entonces.

Se trataba de descubrir si en la carretera se habían colocado minas o explosivos.

No durmió bien, le dolían las piernas y estaba muy, pero que muy preocupado por su hijo. Había librado de la primera llamada a filas, pero se temía caería en la segunda. Menos mal que los otros dos son chicas, se dijo.

Se levantó a las cuatro y aún no había marcado el reloj la media cuando ya bajaba por la Calle Honda camino de la Plaza, tenía que estar a las seis en la Audiencia, en el Ayuntamiento.

Seguía dándole vueltas a lo del hijo. El primer llamamiento a filas lo hizo la República y tocó a unos cuantos de Berzocana. Pero ahora habían cambiado la cosa y los llamamientos los estaban haciendo los sublevados cuyas tropas subían desde Badajoz hacia Guadalupe y ya habían dejado un destacamento en el pueblo. Así pasaba lo que pasaba. A Pedro Mera le habían llamado a un hijo los de la república y ahora al otro lo habían llamado los sublevados. Estarían uno a cada lado en la línea del frente. Y estaban temblando que le llamasen también a José, el tercero.

A Pedro Mera le habían llamado a un hijo los de la república y ahora al otro lo habían llamado los sublevados

No sabía muy bien lo que pasaba, pero habían comentado en la Plaza que entre Alías y Guadalupe había un follón de mil demonios. Ahora avanzaban unos, ahora otros, y por lo bajini se comentaban que estaban fusilando a mucha gente. Según llegasen al pueblo los unos o los otros caían los de derechas o los de izquierdas. Bueno o algo parecido, pues la verdad es que nadie tenía muy claro qué era lo uno o lo otro.

Por otra parte, aún le dolía el cuerpo de la paliza que se habían dado el día anterior segando de sol a sol en Las Paredes. Tan solo pararon una media hora al mediodía, en plena canícula, para echar una cabezada. Patronos y jornaleros tenían mucho miedo de que, con la cosa de la guerra, las cosechas las confiscasen o se fuesen a hacer puñetas por cualquier tontería política. Lo de los yunteros fue algo que despertó ilusiones y acabó en agua de borrajas y con muchos problemas para algunos. Menos más que aquí la cosa no tuvo mucho recorrido

Volvió a las cosechas. Ya habían ocurrido en años anteriores cosas parecidas y no explicadas. En el pueblo había mucha necesidad, incluso hambre. Y ahora… la guerra.

Absorto en sus mediaciones llegó a la Audiencia. Ya estaba allí su compañero Manuel, que era de su quinta.

Desde el Ayuntamiento se habían ya encargado desde la tarde anterior de que el “instrumento” necesario para efectuar la Descubierta estuviese listo. Se trataba de una gran tarama (Nota para los foráneos: una tarama es una rama seca de árbol). Manuel había traído consigo el burro, el otro instrumento necesario para desarrollar tal menester.

Como quiera que la hora avanzase procedieron a enganchar la tarama grande, entrelazada con otras pequeñas que se abrían en abanico y se unían al burro mediante unas sogas que salían de la gorguera (collera).

Todo listo, arrancaron silenciosos y cabizbajos

Todo listo, arrancaron silenciosos y cabizbajos. Estaban saliendo del pueblo cuando les llegaron sonoras y rotundas las campanadas que anunciaban las cinco de la mañana. No se habían cruzado absolutamente con nadie.

Echaron a andar cada uno centrado en lo suyo, con esos silencios largos de los agricultores extremeños. Santiago pensó si no serie bueno que el hijo huyese a la Sierra, o ancáelcoño, para librarse de la guerra. Habían comentado que alguno de Cañamero así lo había hecho, pero que les perseguían.

Se puso a liar un cigarro. Las piernas se movían una detrás de la otra acompasando su hacer al que marcaba el burro, bastante más lento y cansino que al que los dos hombres estaban acostumbrados en su diario andar del pueblo a fincas y de fincas al pueblo tras días cargados de duro trabajo. Ofreció la petaca llena de tabaco de cuarterón a Manuel que la aceptó. Liados los cigarros y tras prenderlos con un mechero de mecha, a cuya rueda hubieron de golpear unas cuantas veces para lograr que arrancase chispa a la ya casi gastada piedra, Manuel lanzó una gran bocanada

-¿Y tú qué opinas de todo esto?

– Manuel, ya sabes que en estos tiempos no es bueno opinar de  nada, y menos de lo que ocurre tanto en esta calle como dos más abajo. La cosa está jodida, pero que muy jodida, así que ¡chitón y a lo que nos manden!

Rumiando cada uno sus penurias y tribulaciones llegaron hasta cerca del Mellao sin haber vuelto a cruzar palabra.

-Digo yo que con esto de la guerra vamos a pasarlas putas. Me da que se acabó el sembrar y el cosechar, el dar jornales para arrancar jaras, o para limpia en las dehesas. ¡Ya me dirás de qué vamos a comer!, amén de lo poco que nos dé el huerto. Y si la dichosa guerra dura mucho,¡ ya me dirás! ¡Putos políticos y la madre que los parió!

Como quiera que el burro caminase cada vez más lento y presentase tendencia a pararse cada dos por tres, los hombre, que caminaban a su altura, decidieron tomarlo del cabestro (ronzal) para llevarlo controlado y que acelerase el paso. Así que en la comitiva de la Descubierta iban los hombres delante y, detrás, el burro tirando de la tarama que se arrastraba por el suelo levantando abundante polvo en una carretera que, por las piedras y tierra, mas parecía camino de monte que no carretera de tipo alguno.

Iban los hombres delante y, detrás, el burro tirando de la tarama que se arrastraba por el suelo levantando abundante polvo

No olvide aquí el lector que la misión que tenían era la de descubrir si en la carretera había minas o explosivos de forma que éstos saltasen al entrar en contacto con la tarama que abarcaba casi todo el ancho del camino. Y este quedase expedito, libre y seguro para todos.

El sol había ya comenzado a cascar cuando cayeron en la cuenta de que ninguno de los dos había cogido agua. Santiago si llevaba en el morral un cacho de pan y queso y Manuel pan y morcilla patatera. Lo compartirían.

Como quiera que por la mañana tan solo habían tomado un poco de achicoria, a la que hacían pasar por café , decidieron seguir hasta la Teja y parar allí a comer algo esperando que el agua corriese pues ésta, como a cada verano correspondía, escaseaba en los campos y fuentes.

Se empinaba el camino llamado carretera y apretaba el calor. Decidieron parar un poco a la sombra de unos castaños para que el burro, viejo ya, recuperar el resuello y ellos fumar un buen cigarro a la sombra.

Los liaron con la habitual parsimonia del campesino extremeño mojando casi con unción la banda de pegamento del papel Bambú cuyo librito llevaba Santiago sujeto con la tapa de la petaca de cuero repujado que había heredado de su padre y éste, quizás, de su abuelo.

-¿Y qué crees tú? ¿Qué esto de la guerra, va p´a largo o acabará en unos meses?, preguntó Manuel más que a Santiago como si se lo preguntase a él mismo

-Puess… ¡vete tú a saber! Yo creía que no pasaban de Sevilla, pero ya están en Guadalupe y van como tiros p´a Madrid. Los de la República t´an mu desorganizaos, me da que cada uno va por su sitio.

Y el hambre, siempre el hambre en los pueblos extremeños…

-Claro, claro, claro. Y los de un lao a llevarse a los mozos de  los pueblos, y los del otro lo mesmo. Y el campo a joderse… y los pueblos abandonaos… y la próxima sementera se quedará sin hacer…. Caviló Santiago un momento para seguidamente añadir apesadumbrado: Y el hambre, siempre el hambre en los pueblos extremeños…

Dieron las últimas chupadas al cigarro. Chupadas largas, profundas como sus sentimientos. Se cercioraron de dejar bien apagadas las colillas y, parsimoniosos, reanudaron el camino.

 La carretera se empinó algo más. La gran tarama, arrastrando por el suelo, levantaba un polvo amarillento que iba y venía hacia uno u otro lugar según el viento

-El viento está cambiante, tamos en los últimos días de las Cabañuelas, sentenció Santiago.

Por fin llegaron a la Teja. Pusieron a beber al burro en la especie de pileta sobre la que caía un delgado galro de agua.

-¡Estáis locos, pero muy locos!, ¡podíais estar muertos los dos… y el burro!

Felipe se presentó ante ellos como salido de la nada

-Se asustaron los hombres que miraban a uno y otro lado un tanto asustados

-¿Qué pasa? ¿Hay tropas?

– ¡Que tropas ni que leches!

-¡Vosotros!¡ vosotros sois los inconscientes! Estáis haciendo la descubierta, ¿no? ¿Y dónde se ha visto que los hombres vayan delante del burro y de la tarama? Se supone que buscáis bombas enterradas, entonces deberíais ir detrás del todo y separados de la tarama por si estalla alguna. Pues vosotros no, ¡qué va!, los primeritos, delante del burro incluso, ¡con dos cojones!

Santiago y Manuel se miraban incrédulos

-Puesss…puesss…, a nosotros nadie nos dijo nada. Hicimos lo de siempre, cogimos al burro de la jáquima y adelante. ¡Qué cojones podía pasar! ¿Quién iba a poner por aquí una bomba de esas si no pasan ni las cogorrutas?

Riendo, los tres hombres se sentaron junto a la fuente mientras abrían sus morrales. No variaban mucho, pan, queso, morcilla de patata. Felipe aportó un buen cacho de tocino.

-¿Pero de´onde coños sales? Increpó Santiago a Felipe

– ¡Coño! Salí a la carretera por el camino que viene de Romilano. Fui a ver unas ovejas a ver si me venían bien. Quería llevarlas p´a los cercaos, allá p´a La Mocara… no me gusta na como se está poniendo esto.

Felipe salíó a la carretera por el camino que viene de Romilano.

Pasaron una media hora larga comiendo y hablando, ambas cosas con ritmo pausado y ya como de siesta. Dieron una corta cabezada y decidieron continuar con sus tareas. Felipe hacia el pueblo, los otros dos hacia el puerto. Al arrancar ambos iban a colocarse delante del burro. Se miraron, se rieron, y tras sujetarle la jáquima al cuello, lo arrearon y se colocaron detrás de la tarama.

-¡Pero que bombas ni que leches!, remungó Santiago casi para su caletre a la vez que adecuaba el paso al de la bestia que arrastraba la tarama.

Llegaron al alto sin novedad alguna, como venía ocurriendo desde que la tal descubierta se efectuaba.

-Oye  Manuel, digo yo que bajaremos andando dónde nos salga de lo güevos, delante o detrás del burro. Si no había bombas al bajar, no las habrá al subir. ¡Digo yo!

Se colocaron delante del burro para evita el polvo y llegaron al pueblo ya avanzada la tarde.

Al despedirse, Santiago pasó el brazo por el hombro de Manuel

Si el general ese de Sevilla se entera de lo qu hemos hecho nos darán una medallona

-Oye, estoy seguro de que si se entera el general ese de Sevilla, ese que dicen habla tanto por la aradio, de lo que hemos hecho nos da una medallona.

Y riendo se separaron.

Ya anochecido, sentados en los poyos de la plaza, comentaban su aventura de guerra. Días después, según turno, habrían de repetirla.

Y años después, sentados en la puerta de mi casa, en la calle de  Carretas, en un anochecer agosteños aún recuerdo las risas de mi madre diciendo al contárnoslo:

-Pero qué torpes, Dios mío, qué torpes éramos todos en aquel entonces.

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R. Mera

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