Del gigoló al borrón

Del gigoló al borrón

Acercamiento a una definición

En el brujulear del decir diario suele encontrase el oyente avisado expresiones de extraña rareza que, por sí solas, podrían dar lugar a todo un tratado lingüístico y, sobre todo, semántico.

Si en la peculiar forma de expresión canguesa nos encontramos términos como quilica o pelgar, de difícil definición y aún más difícil adecuación en un vocablo foráneo a este entorno; no lo es menos el vocablo borrón (burrón en algunas aldeas) en la especial connotación que le da el cangués y que la hace cambiar según el tono y la inflexión que cada uno da a su pronunciación, tal cual ocurre con pelgar. Sépase de mano que este borrón, como adjetivo definitorio de un hombre,nada tiene que ver con el que produce una mancha de tinta en el papel o el de los actos que se olvidan o archivan: ya saben, aquello de: “borrón y cuenta nueva”.

Si la idea del gigoló italiano es perfectamente entendida como la de un joven elegante y ameno que vive de arrendar su cuerpo a señoras siempre ricas y generalmente fondonas y entradas en años, la de borrón no se atiene a definición general ni a idea exclusiva.

Un cangués diría rotundo que un borrón yes un borrón y punto

Indudablemente que no es un rufián o gavión encargado del tráfico de mujeres públicas. Más bien no le importa ofrecerse a cualquier mujer en público.

Tampoco ningún encelado o enamorado de única mujer. Admitimos si acaso el encelado, pero referido a toda mujer, sea ésta de cualquier estirpe, edad o condición social.

No es garañón en cuanto a que, yendo más allá de donde se debiere, se entiende como hombre destinado profesionalmente a cubrir a las mujeres, como aquel es el asno encargado de cubrir  la yeguas y burras, en su acepción americana es la de caballo semental.

Menos aún es bujarrón como sinónimo de sodomita, ni tampoco le podemos encuadrar en expresiones como burlador, macarra o zafio pìcamulos.

También puede ser corsario de mujer ajena en busca del encornudamiento del vecino

Sí podía admitirse, como aproximación a una definición más exacta la de bucanero o corsario de mujer ajena en busca del encornudamiento del vecino que en la chufleta pública, y si aquel lo logra, puede cambiar su nombre de pila por el de astado, borrego, buey, cornúpeta, encastado,   deseo de acercamos a la idea canguesa de borrón hemos podido comprobar como tal individuo, poseedor de la condición que aquí se estudia, en cuando atisba el revuelo de una falda se enfervoriza y afervora: se alienta así mismo, se anima, edifica y electriza; se entusiasma, envalentona, exalta y excita. Incluso, y en los casos más graves, aunque la falda sea de una mesa camillas.

Si hallándose en la barra del bar una mujer le saluda, se magnetiza, perturba y alucina; se embelesa, se encandila enflautándose y encocorándose. Se escachifolla, hipnotiza y engolosina de tal manera que, dejándose resbalar por el taburete como gelatina apestosa todo él se convierte en fálico pensamiento-

Las palabras más utilizadas de su vocabulario son: horaco, caverna y agujero; calado, cariado y abierto. Y en cuanto a verbos: horadar, penetrar, perforar, taladrar, introducir, calar, meter, embutir, empotrar, encajar, ensartar, incrustar, insertar, mojar y pocos más.

Aunque se autovalore más allá de su propia memez, no deja de ser un necio, badulaque, ceporro imbécil y mentecato majadero que no ve más allá de sus narices ni de su propia estulticia.

Por el otro lado, el de las mujeres, las respuestas de éstas nos pueden ayudar a definirlo por cuanto que las reacciones que su sola presencia produce son de náuseas, asco, arcadas, fastidio, disgusto, aversión, angustia y repugnancia.

Estoy seguro que, aun después de este acercamiento, para los no cangueses el borrón sigue siendo indefinible y, por el contrario, para éstos sigue estando perfectamente claro: Un borrón ye un borrón.

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R. Mera

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