Cosiquinas de no hace tanto. Una gran boda y más comercios y callejeo

Cosiquinas de no hace tanto. Una gran boda y más comercios y callejeo

Con estas impresiones, recogidas esencialmente de la obra de Mario Gómez y Gómez pretendemos acercar a las nuevas generaciones un Cangas muy distinto al de ahora. Hilvanando frase de aquí y de allá hemos pretendido reconstruir algunos rincones del Cangas de mediados del siglo XIX y principios del XX, así como de sus gentes

Publicadas las estampas 1 y 2, vamos hoy con la tercera y última

3.-Una gran boda y más comercios y callejeo

La novia era mi madrina, hija de D. Domingo Sal de Rellán, el boticario de arriba, porque de abajo lo era D. Nicolás Ballesteros… los dos primeros boticarios que tuvo Cangas… Preparaban muy bien el polvo de ojos de cangrejo o de asta de ciervo que recetaban D. Joaquín el cirujano o mi abuelo.

“Me acuerdo muy bien de los bartolillos de María de los caramelos”

Tengo la duda de si en aquellas fechas se habían inventado ya las pastillas de goma, pues yo me acuerdo muy bien de los dulcinos y las galletas de D. Darío, de los caramelos retorcidos de Manolita de Silo, de las mantecadas de la Peluca y los bartolillos de María de los carameros.

El novio era un bizarro teniente de Infantería que se llamaba D. Luis David Matols, uno de aquellos destinados a la llamada Zona de Reclutamiento establecida en Cangas y por Cangas desfiló entonces una oficialidad muy distinguida, y otra, ésa de la reserva, muy apreciada por los viticultores de la villa, y que hacía subir el precio de las magras.

La botica de arriba estaba en la tercera casa, a la derecha, yendo desde el Mercado hacia la Plaza de Riego.

La casa de Jiménez la que, con su fachada principal a la calles Mayor, hacía esquina a la calle de Burgos y Refierta. La casa estaba entonces en ruina y estaba en obras, me acuerdo de un corredor destartalado y de un desván muy alto y a medio hacer, en el que Encarna, Sara, Antón, Rodas y otros chiquillos algo más grandes que yo, hacían comedias solo para chiquillos.

En la planta baja era donde Jiménez tenía el comercio, éste cerró con el incendio, luego se puso allí una tómbola, rifa y panorama, después una lujosa tienda de ultramarinos, y más tarde se estableció allí Pedro Potape, el genial comercial de Cangas…fue después comercio de Víctor y ahora tienen allí sus nietos un gran café establecido.

Los comercio antiguos, el de Rizoso, el de D. Román, el de Ríos, el de Parnicos, iban desapareciendo… Los garbanzos, que casi eran un lujo, compraban los cangueses a arrieros que venían de Castilla, el café era cosa de señores y totalmente desconocido en las aldeas, no se comía otro queso que el de afuega´l pito, solo en la villa se conocían los fideos y en aquel tiempo no había latas de conserva, ni mermeladas, ni frascos de encurtidos…

El primer comercio especial de ultramarinos y loza fue el de D. Darío Oliveros

El primer comercio especial de ultramarinos y loza fue el de D. Darío Oliveros que vino de Luarca. Era muy fino y daba siete caramelos por dos cuartos, caramelos envueltos cada uno en su papel. Estaba en la casa vieja de D. Saturnino Blanco, que hacía esquina a la calle Mayor y a la Plazuela. Más hacia el fondo estaba el comercio de D. Ramón el Lencero.

Acabó el comercio de Trapiello en la Plaza, el de D. Baldomero Uría, la primera ferretería que hubo en Cangas; el de D. Estanislao Ron, antes del Anfesón, y el que D. Ceferino Ordás tenía en Ambasaguas.

El prototipo y el genio comercial era Pedro Potape… No sé en qué local se estableció primero, yo recuerdo en la Refierta, en el que había sido comercio de los Jiménez, luego en la calle de la Cárcel, donde ahora tiene Marcial Arango su comercio, y después frente a la Plaza, a la bajada de la Vega.

Mi abuelo derribó la casa vieja de Miramontes e hizo la que luce sus balcones a la Refierta

Café Madrid

No me acuerdo de la casa vieja de Miramontes, la que derribó mi abuelo para hacer la que luce su balcones en la Refierta, pero sí de la casa vieja de Villamil, con unos balconcitos de madera pequeños y muy viejos. D. Felipe hizo el derribo, hizo una hermosa casa… Después de su muerte recuerdo de unos disgustos entre su mujer, D. Virginia y D. Joaquín Regueral, porque de la casa de éste quedaban todavía abiertas unas ventanas hacia las habitaciones de la casa de Villamil.

Por estas fechas, mi familia puso también comercio. Rosita, una muchacha de la villa, dispuesta y avispada, era el brazo y mi madre el alma de la empresa.

Otros tiempos otras gentes.

Fin de la serie de tres estampas

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R. Mera

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