¿Se ha desmadrado el tiempo, o nosotros?

¿Se ha desmadrado el tiempo, o nosotros?

Han sonado las tubas y cornas del invierno por cimas de montes que, cual naturales cajas de resonancia, han mandado sus ecos por valles y desfiladeros hacia todo los puntos que señala la marinera Rosa de los Vientos.

Cuando aún el otoño luce, o debería lucir, sus tardes templadas de nieblas y orballos suaves acariciando senderos y tejados urbanos, se ha descolgado la nieve por los altos curvados de los montes o los picachos agudos que rompen el ondulado horizonte hacia las Galicias eternas.

Aún no ha cerrado sus días noviembre y ya caminan los niños encorvados bajo el peso de sus mochilas, camuflados entre plumíferos, bufandas y mascarillas, camino de la escuela. Otros arrastran, semidormidos, maletillas rodantes de ruedas torcidas que golpean contra las losetas semidesprendidas de las aceras. También las niñas, pero yo ya soy de los viejos que creen que el masculino gramatical español integra en su definión a los distintos sexos. Y no entraré en politizadas disquisiciones lingüísticas cuando los académicos han dado ya sus razones en ciento y una ocasiones.

Represaba de mi paseo mañanero en absoluta soledad. Allá hacia Leitariegos, e incluso en montes más cercanos, la nieve se asomaba curiosa hacia los valles del Narcea y del Luiña extrañándose, quizás, de ver árboles aún vestidos de ocres y marrones. Aun queda para su desnudo invernal.

Allá hacia Leitariegos, e incluso en montes más cercanos, la nieve se asomaba curiosa hacia los valles del Narcea y del Luiña

Tal parece que, como les contaba aquí no hace muchos días, la Naturaleza se ha contagiado del “deprisa, deprisa” de la sociedad actual y también se salta los pasos y cadencias que a la misma han venido haciendo inmutable en su vestir de las estaciones y su cadencias temporales.

A un mes aún del inicio del invierno, se han vaciado precipitadamente los armarios y bufandas, polares y plumíferos, han aparecido de repente mezclándose e un totum revoltum con las camisas, faldas y pantalones veraniegos aún por guardar definitivamente.

A un mes aún del inicio del invierno, se han vaciado precipitadamente los armarios y bufandas, polares y plumíferos, han aparecido de repente

Pero pese a ello, los campos miran hacia el cielo demandando agua, incluso en la España del sur se anuncian ya restricciones. Celebremos que  aquellas se hayan iniciado. Pero los capitalinos no quieren ni oír hablar de lluvias o nieves. Solo quieren soles para sus puentes y fines de semana. Califican de mal tiempo lo que a la época corresponde y que agricultores y ganaderos, si se cumple, califican de bueno. Agua en primavera y otoño, calor en verano y nieves en invierno. Pero hasta en eso discrepamos. ¡Menos mal que no podemos intervenir en el devenir del clima y el tiempo! ¿Se imaginan ustedes reuniones, simposios, conferencias, jornadas,… de gobernantes de uno y otro lugar para determinar el inicio o cierre de las estaciones o si ha de llover o hacer sol cada semana? ¿O a los sindicatos convocando asambleas a mano alzada para dilucidarlo? ¡La de mi madre! que diría rotundo un asturiano.

O ¡Dios nos libre!, que exclamaría cualquier otro ciudadano de bien. ¡Virgencita, virgencita que me quede como estoy!

Dejémoslo pues estar

Barrio de Santiso
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R. Mera