Pito roz II

Pito roz II

Viene de ayer: https://www.deaceboyjara.com/2021/12/14/pito-roz-i/

Entre dichos y cuentiquinos fue pasando el tiempo y la noche se les vino encima cuando apuraban la tercera botella. Cada vez estaban más animados

-Oye, atendei aquí, llamó la atención Ansón. Y digo yo que dónde van a prepararnos el pitu ¿Teneislo ya pensao?

-¡No corras tanto, ho! No hay que vender la piel del oso antes de cazarlo. Primero vamos por el pito.

Colocados de nuevo en los vehículos emprendieron camino dejando pronto atrás Corias y el Puente del Infierno.

Permítame aquí el lector que guarde el nombre del pueblo por cuanto aunque el “delito” pueda estar prescrito, y ustedes puedan intuir el nombre de aquel, no quiero yo ahora recordar rencillas ni revivir pleitos de aldea que, tanto al narrador como a alguno de los participantes que puedan ser identificados, le lleve, no a pasar vergüenza ante sus hijos o nietos  (cada cosa hay que situarla en su época), sino a recibir algún garrotazo de afectados por el hecho, no por Antunón que moriría unos años después, sino por alguno de sus descendientes.

No tardarían nuestros aventureros en dejar la carretera y, salvando un pequeño puente sobre el Narcea, emprender el empinado camino que los llevó al pueblo. De acuerdo con lo acordado cruzaron el mismo  hasta llegar al pico, donde se terminaban la casas, y donde ya con las luces apagadas aparcaron en una pequeña explanada diseñada para que los vehículos que hasta allí llegaban pudiesen dar la vuelta

-Esa es la panera y detrás está el gallinero, apuntó Linde susurrando al resto y señalando con el dedo.

Estaba prácticamente despejado y podían moverse sin necesidad de linterna.

Julián distribuyó al personal

-Lino, Gayoso y Mesa, al gallinero; Matías, Ansón y Limés, conmigo. Linde a vigilar por si viene alguien.

-¿Pero vosotros dónde hostias vais?, preguntó inquieto Mesa, que se temía lo peor.

-¡Tu tira y calla!, le señaló Julián con un gesto imperativo.

Saltando una pequeña pared que delimitaba una huerta, los primeros accedieron sin dificultad al gallinero. Levantaron una pequeña tranca que cerraba la puerta y accedieron al mismo. Lo hicieron silenciosos, moviéndose con gran cautela. Algunas gallinas se removieron inquietas emitiendo ruidos y gorgoteos.

-¡Allí!, apuntó Gayoso señalando al gallo rojo que dormitaba encaramado en unos palos

-¡Vete por él!

-Midiendo con prudencia, Gayoso adelantó un pie, luego el otro, iba extendiendo los brazos. Se removieron de nuevo las gallinas. De pronto, con precisión, dio un rápido paso; adelant´´´´o los brazos y con pericia asió al gallo. No le dio casi tiempo a revolverse o cacarear. Con un movimiento preciso Gayoso le retorció él cuello.

-¿Cogemos el otro”, preguntó crecido.

-¡Vete a tomar por culo! ¡Arrea!, le dijo Mesa empujándolo hacia fuera

Y salieron con el mismo sigilo con que habían entrado.

Tiraron el gallo en el maletero y se sentaron dentro del coche. No se oía ni se veía nada.

-¿Ónde andarán estos cabrones?, preguntó Lino preocupado

Con sigilo se acercó Linde con cara de circunstancias

-¡Vámonos que van jodernos! Esos cabrones se metieron en la panera y aún no han salido.

Justo entonces percibieron como los otros cofrades bajaban la escalerilla de la panera entre grandes risas y tropezones cuasi forzados.

Los chistearon desde el coche para que no hiciesen tanto ruido.

Al llegar junto a ellos se dieron cuenta del porqué de las risas y el cachondeo. Venían los tres cargados a más no poder. Aunque no se distinguía claramente constataron que habían arrasado con una parte sustancial de la matanza de Antunón. Unas ristras de chorizos, un par de lomos, un lacón, una porción de costillar, dos andollas, un chosco, unas morcillas y un jamón al que ya le faltaba al menos la mitad.

-¡Locos, locos!’Tais locos!.

Linde no sabía dónde meterse. Reconvenía una y otra vez a sus compañeros de aventura temiéndose lo peor.

Arrancaron los coches y con las luces apagadas abandonaron el pueblo.

Comentando “la hazaña” y riéndose unos de otros por el aquel de lo hecho o dejado de hacer, llegaron a la villa pasadas ya las doce.

-Invito unas copas en el Chipi, que nos las hemos ganado. ¡Aún estoy sudando!, señaló Julián.

No necesitó esfuerzo alguno para convencer a la concurrencia que emprendieron el camino como un solo hombre

-¿Y cenar cuándo?, preguntó Gayoso

-Cada uno a su casa

Julián, Matías y Mesa quedaron para el día siguiente a media mañana. Tenían que programas la cena y encontrar un sitio adecuado.

-Oye; creo que debíamos de invitar a Antunón, así sería la putada perfecta, apuntó Julián con una más que pícara sonrisa en la cara.

-Eso, y de paso, jodemos un poco a Linde.

Se encontraron con que precisamente Linde era el único que podía invitar a aquel con lo que descartaros la idea de que éste llegase a la cena sin saber de los otros y viceversa. Convencieron al citado para que hiciese la invitación para el día siguiente en la esperanza de que hasta entonces no se percatasen de la falta del gallo y parte de la matanza. Tras analizar la situación desde uno y otro punto convinieron en invitar también al vecino de los padres de Linde en el pueblo para que así no resultase sospechosa la invitación tan solo de Antunón dado que la relación entre los Linde y éste no era muy cordial.

Convinieron en hacer la cena en el bar de Javita, justo en el cruce con la carretera de Llamas ya que, se decían, estaremos más aislados y no aparecerá nadie “a meter allí los focicos” como es más que probable sucediese de celebrarla en alguno de los de la villa.

Informados todos los comensales del día, lugar y hora, Linde quedó encargado de cursar las invitaciones a Antunón y el vecino. Julián y Mesa fueron a llevar los ingredientes para la cena y a cerrar el trato con el chigrero.

Y llegó el gran día. A eso de las ocho y media ya estaban allí los primeros bebiendo unos vinos. No tardaron en llegar Antunón, el otro vecín, y el resto de comensales que se fueron sentando a su particular criterio y entender alrededor de la mesa al efecto preparada. En el medio de la misma lucían ya esplendorosos unos cuantos platos repletos de los productos del gocho que tan hábilmente habían sido sustraídos de la panera de Antunón.

Sigue mañana


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R. Mera