Ruidos y silencios: De Madrid a Cangas

Ruidos y silencios: De Madrid a Cangas

Pues después de todo, tampoco estamos tan mal en el Suroccidente. Y planteo en positivo esta reflexión por cuanto en estos días de justas reclamaciones y demandas, bueno es también que dejemos ver un guiño al optimismo y un apunte de notoriedad a aquellas pequeñas cosas que tenemos, que por cotidianas y repetitivas ni vemos ni sentimos y, por tanto, no disfrutamos.

Verán. Por motivos que al caso no vienen hube de desplazarme a Madrid, antaño denominada la capital de las Españas, título que podría recobrar dado el interés de unos u otros grupos en afirmar que somos un conjunto de pueblos y naciones, es decir varias Españas.

Sea lo que fuere, el caso es que, mediada la tarde, salí a dar mi cotidiano paseo, obligatorio si a mediodía se ha alternado calibrando la calidad de las cañas madrileñas, como a la sazón era mi situación. Encendí la radio y me quedé enganchado en el Gabinete, del programa de Julia en la Onda, mientras caminaba Cea Bermúdez arriba. Percibía el sonar del tráfico rodado y humano que a eso hora no era precisamente muy intenso. El termómetro andaba por los trece grados haciendo agradable el caminar; eso sí, con chaquetón y bufanda por mor del airecillo serrano. Giré en Bravo Murillo camino de la glorieta de Bilbao mientras aumentaba el transitar humano y, sin saber cómo ni por qué, lo hacía también el tráfico.

Me perdía ya algunas frases del debate radiofónico y subí el volumen. Pero el cachivache, integrado en el móvil, se negó, advirtiéndome que era contraproducente hacerlo. Amén, me dije.

La calzada atestada de vehículos que runflaban, pitaban, o frenaban con chirridos estridentes. Las motos rugían aun cuando fuesen a paso lento

Avanzaba camino de Princesa cuando ya se me hizo imposible escuchar las voces radiofónicas con nitidez. En ese momento me di cuenta. La acera estaba atestada de acelerados viandantes en una y otra dirección. La calzada, de vehículos que runflaban, pitaban, o frenaban con chirridos estridentes. Las motos rugían aun cuando fuesen a paso lento. Aquello se convirtió en un caos. Y me llegaban toda clase de ruidos. Y fue en ese momento cuando me di cuenta de su intensidad y de lo molesto que resultaba. Era tan fuerte y extensa su evidencia que pese a ser muchos, chirriantes y muy distintos y diversos, tan solo lo percibía como un todo.

Y me llegaba el sonar del agua en la Estacada de Fariñas, y me llegó también el canto de un gallo desde Las Barzaniellas

 Me vino a la mente el caminar lento y relajante efectuado la tarde anterior por el Paseo del Vino. Tan solo llevaba colocado un auricular. Y me llegaba el sonar del agua en la Estacada de Fariñas, y me llegó también el canto de un gallo desde Las Barzaniellas. Y hasta el eco lejano de una gaita interpretando una marcha procesional me llegaba desde una vivienda de la Recta del Pontón.

Igualito que en Madrid.

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R. Mera