San Blas, Tuña, las naranjas y Basilio Garrido

San Blas, Tuña, las naranjas y Basilio Garrido

En Tuña hace unos años

Permítanme ustedes un recuerdo infantil. Allá en la década de los cincuenta del pasado siglo, para los niños como yo el que los Reyes Magos te trajesen una naranja era especialmente ilusionante. Y si como le ocurrió en una ocasión a mi amigo Miguel Esquelina te traían dos, eso ya era el colmo de la felicidad y de crecerte ante los amigos. Sí, sí, ya sé que esto es ahora es un tanto increíble para los más jóvenes, pero así eran las cosas en aquellos entonces.

Y es que hoy es San Blas en Tuña. Y en toda esta comarca Suroccidental recordar al santo, a Tuña y a su feria, es traer rápidamente a la mente la imagen de las naranjas. Y eso es lo que a mí me ha sucedido, y una cosa trajo la otra.

Son las naranjas una nota diferencial de la citada feria ajena a ganados, precios referenciales para el año que comienza, compraventas y otras cosas propias de todas las que por aquí se celebran. Si se va a San Blas a Tuña hay que comprara naranjas. Pero ¿de dónde viene esta tradición si es que así puede llamarse? Pues ¡vaya usted a saber! Papeles, papeles que lo acrediten no hay, o al menos yo no los conozco. Pero  quiero hoy compartir con ustedes una, digamos  historia justificativa, que hace ya muchos años me contó el serrano Basilio Garrido, escritor asturianista de Mieldes. Decía Basilio con su habitual socarronería aldeana que la naranja pasó a ser un “elemento justificativo” de los paisanos que iban a la feria ante sus mujeres. Y es que, contaba, ellas no se fiaban de que los paisanos hubiesen ido efectivamente a la feria, y es que muchos de ellos, y lo sabían las paisanas muy bien, arrancaban por la mañana a la feria, pero no llegaban nunca a Tuña. Se liaban acá y allá por los chigres del camín, cargaban, falaban,  cantaben  ya… adiós la feria. Pero para su aquel, para ellos era tal cual si hubiesen feriado  abondo. Pero ¡claro!, la parienta notábalo y ya taba el cristo armao. Asín que, seguía Basilio expresivo y solemne, dálguna de ellas ocurríosle la maldad. Todo el que  dijese que iba a la feria a Tuña, tenía que volver con una naranja de las que allí se mercaban, entonces de las primeras del año que por los pueblos de Belmonte ya Salas se recolectaban, porque el que viniesen de fuera era algo impensable e imposible. Y remataba: Toy en mí que seguro que se le ocurrió a d´alguna de Sierra, ¡son tremendas! Y reía complacido ante mi cara de asombro. Sea ello lo que fuere. A mí me sirvió la explicación. Y  ya lo saben: que van a la feria de San Blas a Tuña: compren al menos una naranja, no sea el demonio.

Naranjas en Tuña

Blas fue un médico, obispo de Sebaste, en Armenia, actual  Turquía, Hizo vida de ermitaño en una cueva, que convirtió en su sede episcopal. Fue torturado y decapitado a principios del siglo ib. Su culto se extendió por todo Oriente, y más tarde por Occidente. Se lo considera patrono de los enfermos de garganta  y de los otorrinolaringólogos.

En Oviedo se celebra desde al menos el siglo vi, cuando se funda una cofradía en honor del obispo de Sebaste para venerar la reliquia que se custodiaba en el convento de La Vega. Expulsadas las monjas en 1854 de su cenobio, la costumbre de besar la reliquia siguió celebrándose desde entonces en el monasterio de San Pelayo, donde fueron acogidas las religiosas. Durante toda la jornada las monjas “pelayas” venden las célebres y típicas “rosquillas de San Blas”, elaboradas artesanalmente en el convento. De cómo llegó su veneración y patronazgo a Tuña, ese es otro misterio, como el de las naranjas.

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R. Mera