Un pelmazo en Cangas. Una historia real vestida para la ocasión (I)

Un pelmazo en Cangas. Una historia real vestida para la ocasión (I)

-I-

Estoy completamente seguro de que todos y cada uno de ustedes ha tenido, tiene, o se ha cruzado con un pelma en su vida.

Está el pelma personal, el cercano, el que da la vara en el círculo más estrecho, en el de familiares, vecinos y amigos. Y luego está el pelma global, el plasta, el tonto el haba que se cree Demóstenes y Cicerón en una misma pieza, el botarate sistémico. Y el que funde en uno solo a los dos citados

Una de las característica definitorias del pelma, amén de su incontenible verborrea y su yoismo (todas las frases las comienza con el pronombre yo) es su afán por detenerte para colocarte su  egocéntrico discurso. Te coge del brazo e intenta detener tu marcha como sea. También se da a menudo el que no tienes ni repajolera idea de qué demonios te está hablando y le da absolutamente igual que se lo digas una, cien, o mil veces. Ni se da por aludido

-Mira que te digo; atiende aquí un momento…, esto es importante, esto es muy bueno… yo… yo…yo…

Y dan igual tus quehaceres o tus prisas, o el hartazgo del tal; el te sujeta e intenta pararte, o va reteniéndote caminando contigo. Y no para un momento de darle a la lengua. Y no te deja ni arrojándolo aceite hirviendo.

-Es que yo… es que mira… ayer estuve con gente importante, te cuento mira… y el director de… y el presidente de… y jefes de… y hablé con un magistrado, no con un juez cualquiera no, con un magistrado muy amigo mío… Y por más que tires no logras zafarte del pelma, pertenezca al grupo que pertenezca.

Hay pelmas que se apostan al inicio de aquellos lugares en los que se inician las distinta rutas de paseo que salen de la villa y allí aguardan vigilantes la llegada del incauto que inicia su matinal o vespertina caminata para pegarse a él y no soltarle.

-¿Que? buenos días. ¿Al paseo?

Y a él que se pega sin tan siquiera darse cuenta de que lleva puesto los auriculares y no le hace ni puñetero caso. El pelma, a lo suyo.

Pero nos queda el pelma de los pelmas. El ególatra adanista creador del cielo, de la tierra y controlador de cuanto en ella acontece. El pelma más pesado que un camión de cinco ejes cargado. El convencido de que todo cuanto bueno acontece en su pueblo es gracias a él. Y en su convencimiento te da la más solemne turra para que le valores cual si hubiese llegado a Marte y asentado allí un campamento de exploración espacial.

Y algunos, y ejemplos haylos no muy lejanos, han hecho de ello, del ser pelmas pesados, o pesados pelmas, casi una profesión y hasta han logrado compaginarla camuflada en un paripé profesional de otra remunerada, que les traía completamente al fresco, pero de la que vivían.

Son tales su desfachatez, cinismo y egolatría, que están convencidos de que estas tres descalificaciones sociales son en realidad virtudes que ellos tan solo poseen. Yo, y quizás también algunos de ustedes, he conocido casos en los que el infrascrito ha seguido pegado al sufridor, zumbándole a la oreja cual moscón de vaca en agosto, hasta introducirse con él en el domicilio, saludar con un además a la mujer… y sentarse a la mesa mientras el matrimonio come. Y les prometo que ni esto ni lo que sigue me lo he inventado, amén de estar convencido que estos casos son también conocidos por un buen puñado de cangueses.

Pero el pelma, pelma, aguanta muchísimo más allá de que le pidan que se vaya una y otra vez… no oye, no escucha nada a nadie salvo a sí mismo. Y su único fin conseguir lo que quiere.

Me hallaba en cierta ocasión en un departamento ovetense sentado en una mesa poniendo al día algunos asuntos con quien en aquellos menesteres ejercía como mi jefe. Al entrar ya había visto como un cangués departía con otro empleado en otra mesa. Me hice el longuis porque sabía era de los clasificados como pelma y loktite, si se te pegaba no había ya forma de soltarte.

Un par de veces dirigimos la vista hacia la mesa por cuanto el citado levantaba la voz de tanto en cuanto. Y lo hacía cada vez más a menudo y gritando más. En un momento determinado mi anfitrión hizo ademán de levantarse e ir hacia allá por cuanto la actitud de su compañero subió de decibelios y no pintaba nada bien aún cuando el cangués ni se inmutaba

-¡Vete a tomar por …. !Una y mil veces! ¡Eres un plasta y un pesao, un egocéntrico que no atiendes a nada y no tienes idea de nada!. ¡Y vete antes de que me cague en….braceaba  y gritaba puesto en pie el visitado

Quien me atendía quedó a medio camino en su ir cuando oyó al cangués responder con el mayor aploma y  tranquilidad del mundo.

-Bueno…bueno… .No es para tanto… siéntate que vamos a hablar… lo que tienes que hacer es…

El afectado, soltó un sonoro cargamento, tiró la silla y desapareció

El cangués nos miró displicentemente y soltó:

-Hay gente que no tiene paciencia ninguna, ni se entera de las ideas que yo propongo y encima se cabrea. Y displicente siguió farfullando a medida que se alejaba.

Este mismo pelma protagonizó quizás el más rocambolesco e inimaginable acto definición última y total de pelmazo irredento.

Una canguesa, llamémosla Amelia, felizmente casada y madre, trabajaba en una empresa de la villa como administrativa. Era representante sindical y como tal tenía una serie de horas libres al mes para dedicarlas al desarrollo de esas actividades. Como compañero en el sindicalismo, que no en el trabajo  pues de él huía como gato escaldado procurando no hincarla mes tras mes y año tras año,  tenía al pelma antes citado cuya ambición esencial, e incluso vivencial, era la de acumular horas sindicales para evitar el tan siquiera tener que acudir al puestos de trabajo.

El infrascrito había logrado ya acumular unas cuantas dando la vara y el carro entero a los que de ellas disponían hasta lograr hacerse con casi todas.

-O se las daba o se venía a casa a vivir conmigo; no me dejaba ni cuando iba a cagar, argumentaba uno de los acosados.

Y en esta andábamos cuando decidió ir a por las horas de Ana. Si las lograba no aparecería por el puesto de trabajo ni un solo día al mes. Se dedicaría a sus chanchullos, mítines varios y a colarse en cualquier acto o acontecimiento en el que el creyese era necesario, invitado o no estuviese al mismo.

Continúa mañana

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R. Mera