BERZOCANA.-Procesión de Viernes Santo con “Via Crucis” alternativo

A la memoria de Isaías Granizo Escobar, recientemente fallecido

El Nazareno de mi juventud tenía un manto un tanto avejentado y llevaba una cruz diminuta que bailaba de un lado a otro, era tan ridícula que tenían que atarla a las manos de la imagen para que no cayese.

Era Jueves Santo y ya había quedado atrás la hora del Ángelus. Un tibio sol abría las calles de Berzocana a una luz que comenzaba a antojarse primaveral.

Sin pensarlo me dirigí a la iglesia cuyas puertas se encontraban abiertas. Sin motivo alguno, dejándome ir. Algunas personas ocupaban los bancos o rezaban frente al Monumento en cuatro reclinatorios colocados al efecto. Algunas cosas permanecían inmutables en el tiempo. Delante, dos de la cofradía del Corazón de Jesús; detrás, dos de las Hijas de María. Volví la vista hacia atrás, bajo el coro. Allí, en sendas andas, se encontraban dos imágenes. Con intencionada parsimonia me dirigí hacia ellas. Eran Jesús Nazareno y la Virgen de la Soledad. Mis recuerdos se fueron hacia la llamada entonces “Casa de Dios”, un edificio grande, hueco y frío, que tan solo se abría en contadas ocasiones y cuya entrada a la iglesia o ermita estaba precedida de una especie de corral amplio y destartalado, con plantas y algún árbol, al que se accedía por un portalón, y  con ocultos rincones que a los más pequeños causaban, si no miedo, al menos prevención. Allí vivía la familia de tío Isidro, un hombre unido totalmente al paisaje del edificio en mi memoria. Aunque tengo dudas y puedo confundirme, creo que tenía dos hijos apodados: Canarias y Patatafrita

De allí eran mis recuerdos de las imágenes que ahora tenía delante de mí. Pero no me parecía el mismo Nazareno. Frente al que permanecía en mi memoria, éste lucía un nuevo manto con especiales bordados y en un folio colgado en el frente de las andas podía leerse: “Manto donado por la familia Tena Zuil”. La cruz que portaba sobre su hombro era proporcionada a su tamaño. El Nazareno de mi juventud tenía un manto un tanto avejentado y llevaba una cruz diminuta que bailaba de un lado a otro en la Procesión del Silencio del Viernes Santo. Era una cruz tan ridícula que tenían que atarla a las manos de la imagen para que no cayese. Fue precisamente el apellido Zuil el que me retrotrajo en el tiempo de la memoria.

El Nazareno en la actualidad

Si en aquel entonces, el Cristo portaba una cruz desproporcionada en su pequeñez, tío Ángel Zuil cargaba una grande. Con ella entre las manos se situaba en el centro de las filas que formaban las mujeres en la procesión del Silencio, que entonces sí lo era. Los hombres avanzaban en apretado pelotón tras el cura que, a su vez, caminaba tras el Nazareno. La entrada de las imágenes a la Casa de Dios estaba precedida de la subasta de los brazos de las andas. De ello se encargaba con peculiar estilo tío Ángel Zuil. El final era glorioso. Cuando la subasta se cerraba a la voz de “y tres” añadía con entusiasmo: “Cada uno que se agarre a la suya y adentro”.

Cuando yo comenzaba a gallear, allá por los inicios de los sesenta, decidí apartarme del monaguilleo y colocarme en la procesión, atrás del todo, como los mayores.  No muy cumplidores de lo del silencio, allí procesionaban Isaías Granizo, Pepe Merino y Paco Sotana, entre otros conspicuos feligreses de ocasión.Caminaban unos pasos detrás del grueso del pelotón y allí llegaban ya un tanto diluidos en la distancia los cantos de la mujeres, acompañados por el de una media docena de hombres, los que caminaban más cerca del sacerdote que, creo recordar,  entonces lo era don José Álvarez Luís que durante muchos años lo había sido en Solana.

Llegado el momento, los citados decidieron comenzar su especial “Vía Crucis” pese a que en aquellos años la procesión no tenía tal carácter como ahora sucede. Sin cruzar una sola palabra entre ellos entraron en el bar de Emilino dispuestos a efectuar la primera estación

-Danos tres vasos de Viernes Santo, dijo Pepe Merino

José Antonio se quedó con la botella en el aire con gesto de suspense

-¿Grandes?, preguntó.

-Chapirancos, aclaró Paco al tabernero que lo entendió al momento

Les sirvieron tres vasos más grandes que los normales a los que también llamaban “peseteros” ya que al ser más grandes costaban nada menos que una peseta. Pronto me di cuenta de que no eran solo ellos los que hacían el “Vía Crucis” ya que otros hombres entraron también en aquel momento

-¡Que se os escapa el Nazareno!, dijo tío Gaspar, único paisano que se encontraba sentado en una mesa.

-¡Humo!, apuntó Isaías dando a la “h” un acusado acento aspirado eminentemente extremeño.

Pese a su cojera, agarró el bastón y fue el primero en salir. No se veía ya la procesión pero sí llegaban apagados los cánticos: Perdooona a tu pueeeblo Señorr, perdoooona a tuu pueeblo, perdóooonalo Señorrr…. Lo hacían arrastrando largamente las notas y las vocales en un peculiar chirrido que se repetía siempre en todos los cánticos eclesiásticos fuese cual fuese la festividad.

No habían dado cuatro pasos cuando Merino giró a la derecha saliéndose del trazado procesional

-Habrá que atajar algo ¿no?

Así lo hicieron para parar de inmediato en el bar de Sena donde efectuaron su “segunda estación penitencial” con otros chapirancos.  Se incorporaron a la procesión cuando la última imagen ya había pasado frente a la casa de tío Juan Portales. Nuevas estaciones en casa de Julián y de la Flor…

.Perdóoonalo Señorrr…continuaban los cánticos.

-¿Pero es que este hombre no va a perdonar nunca al pueblo ese, llevamos un montón de años con lo mismo. ¿De dónde era?, preguntó Merino

-De allá p´alante, del extranjero; aclaró Paco, siempre con su parco y rotundo decir

-Pues podía perdonarlos ya de una vez, digo yo, ¿no?, siguió Merino en su argumento.

-No nos joas, contestó Paco. Si los perdona a ver qué hacemos al año que viene el Viernes Santo; así con la procesión y las cosas de la iglesia, al menos se entretienen las mujeres y nos dejan tranquilos; cerró Paco la argumentación en lo que para él venía a ser un largo discurso.

Con algo de disimulo abandonaron la cola procesional y se dirigieron hacia el bar de Demetrio dispuestos a seguir con su particular y mojado “Vía Crucis”, mientras procuraban pasar desapercibidos a las miradas de Las Titas (Las Pelonas), dos solteronas que arrodilladas en sendos reclinatorios, colocados en el altillo semicircular que daba paso a la entrada de su casa, en la Plaza, donde ahora está el bar de Pedro, cantaban con gran entusiasmo manteniendo en sus manos cruzadas sendos rosarios y unas velas con unas rodelas de papel que protegían aquellas de la caída de la cera

-….Nooo estés eternameeeente enojaaado, perdooonalo Señor…..

Me dirigí lentamente hacia la salida de la iglesia. Los pensamientos se habían sucedido agolpándose o diluyéndose en cada uno de sus momentos mezclando escenas que seguro se había producido también en distintos años y procesiones. Mañana, Viernes Santo, unos cincuenta años después de la aquí relatada, habrá de nuevo Procesión del Silencio. Lo que no haremos Isaías, Paco, Merino y yo serán los “Vía Crucis” de antaño. Con una disimulada sonrisa en la boca salí al sol radiante de la ya avanzada mañana berzocaniega.

Del libro de José Luis R. MERA “Remembranzas berzocaniegas”

 Relato 46 pág., 191

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R. Mera