El intento de unos escolares cangueses de crear un transporte escolar individual

(Y sin subvenciones)

No sé si fue el curso pasado o el anterior. El caso es que, por lo que fuere, presencié  y escuché una discusión de unas mujeres, en el Paseo de Dámaso Arango, que discutían y echaban algún que otros sapos y culebras con respecto a que, no sé que autoridad, permitía que el bus que llevaba a los alumnos de la villa al Instituto de Obanca no parase frente al Hotel para que montasen los niños de esas calles cercanas que, por la conversación, deduje no eran muchos. Consideraban era una enorme discriminación y desprecio a  aquellos tiernos infantes, todos habían dejado ya atrás los doce años, que tenían que bajar andando ¡Y con las mochilas! Ello obligaba a padres o madres a acompásalos y cargar con libros y cuadernos, no fuese el demonio que le diese al niño algún jamacuco. Aunque dicho sea todo, eran muchos los padres y abuelos que se veían obligados a, vete tú a saber por qué extrañas reglas, a cargar con la mochilas por la mañana y a volver a recoger niño y mochila al mediodía. ¡La protección de la infancia era un derecho irrenunciable!, vociferaba acaso la mejor preparada, en su creencia claro está,  del corro.

Por asociación de ideas retrocedí atrás, muy atrás, en el tiempo y vi como de aquel mismo lugar un nutrido grupo de chavales cangueses emprendían camino a Corias en cuyo convento recibían clases. Y no protestaban, siempre bajaban o subían contentos, jugando, corriendo o efectuando alguna que otra diablura como a su edad correspondía. Ni un solo padre en el entorno.

Desde octubre hasta finales de junio, sin dejarse asustar por lluvias, nieves, fríos o calores, salían animados y contentos a las ocho de la mañana, subían a comer  para volver de nuevo a las dos a Corias con vuelta a Cangas allá a las cinco de la tarde.

¡Y ello sin acompañarles ninguna madre y sin que ningún abuelo les llevase el cartapacio con los materiales escolares! ¡Pobrecitos míos! Unos ocho kilómetros cada día hiciese el tiempo que hiciese. Como habrán deducido ustedes, el recorrido siempre se efectuaba  a pie, aunque, de vez en cuando, alguno se agenciaba una pollina y se aprovechaban subiendo a la mima por riguroso turno logrando así hacer más llevadero el camino. Como es lógico, el agenciador tenía derecho a hacer todo el camino montado

Para que no duden de la veracidad de estos hechos les daré algunos nombre de aquellos intrépidos cuyos apellidos quizás les suenen o encuentren entre ellos el de algún bisabuelo o tatarabuelo: Daniel Regueral, Porfirio Ordás, Camilo González Reguerín, Rodolfo Regueral, Claudio Díaz Argüelles, Joaquín Pérez (que terminó de dominico), Gonzalo Valledor, Juan Gamoneda, Eduardo y Guillermo Ron y… otros muchos.

Lo que no les faltaba a nuestros estudiantes era ingenio y decisión. Como la pollina no daba para todos y, además, era de servició esporádico, uno de ellos, en un viaje a Oviedo vio un entonces moderno medio de comunicación llamado velocípedo. Aquel cangués se acercó al original aparato, lo examinó detenidamente y tomó los datos necesarios para poner en marcha la idea que acababa de ocurrírsele. ¡Se acabo el ir y venir a Corias andando! Al volver a la villa acudió a una de las herrerías que entonces existían en la misma y logró que con sus datos y bajo su dirección, el herrero le construyese un velocípedo digamos que “a la canguesa”.

Un velocípedo

Y llegó el día. Un poco más abajo del Corral nuestro héroe se subió al artilugio aquel que, a medida que avanzaba carretera adelante cogía más velocidad. El resto de la tropa corría tras y junto a él, gritaban, saltaban, advertían de una más que inminente caída, pero nada; con mucha ventaja sobre todo el grupo llegó a las puertas de convento. ¡Ahora solo quedaba construir uno para cada uno de aquellos escolares!

Pero ¡ay!, no habían pensado en la vuelta ni en la cuesta de Vegalabá. Aquel vehículo era demasiado pesado para moverlo cuesta arriba, Y entonces no solo tuvieron que volver andando sino también tuvieron que remolcar aquel pesado artefacto.

 Y allí quedaron aquellos sueños de modernización del transporte escolar de aquellos estudiantes cangueses

Otros tiempos, otras gentes

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R. Mera