En el pozo del Corral vio, elevándose, una columnilla de humo. Los párpados se le fueron cerrando lentamente

Estaba la mañana tibia. La niebla había comenzado ya a retirarse y el sol bajaba deslizándose ladera abajo desde Santa Marina buscando las aguas del Narcea. Apenas había movimiento en las calles canguesas. En El Corral este silencio era aún más acentuado. Ni tan siquiera se percibía el acostumbrado sonar de los motores girando hacia uno u otro lugar en la rotonda o cruzando a más velocidad de la permitida en demasiadas ocasiones.

Con tal silencio, Luis oía el roce de sus pies arrastándose por la acera. Cuando era consciente de ello paraba, se reubicaba e iniciaba de nuevo el camino esforzándose en avanzar  levantando  el uno tras el otro de manera que no se arrastrasen. Duraba poco el intento. No tardaba en volver a la comodidad del dejarlos deslizarse sonando sobre el suelo desigual de la acera.

Paró frente a la puerta del juzgado, respiró profundamente y dejó que su vista abarcase todo el espacio. Que curioso, se decía así mismo, la mayoría de las veces miro y no veo el barrio como es, sino como era. Y entonces se apoderaba de él la melancolía y los recuerdos acudían atropelladamente a su mente en unas ocasione y en otras, las más, aparecían y se difuminaban en un pronto, en un ramalazo de consciencia que tal cual llegaba se iba. Esa mañana sentía una sensación extraña. Los recuerdos que predominaban eran los de su niñez, especialmente de su madre, y ello pese a haberla perdido muy pronto, antes de entrar en quintas, recordaba. Se veía acudiendo a la escuela en las mañanas de invierno con el frío metido en los huesos y la sensación de hambre revoleteando por su estómago. Pero también le acudíanmuchos y muy buenos momentos. Sus `robos´de fruta por los cercanos huertos de Obanca, su baños en el pozo del Corral saltándose todas la indicaciones y consejos de su madre, las tardes del inicio del verano cuando el olor de hierba seca les llevaba a pirarse las clases.

Pepe El Gallo ¿había sido su maestro o el de du hijo? Las imágenes aparecían y se perdían como fogonazos  de volador en la noche. Una y seguidamente otra… y otra. Trastabilló y estuvo a punto de caer.

Esto era la Panadería de Silvela… pero yo iba donde Pacho el Guardia a por tabaco para mi padre…. Tanteando las paredes y con  metódica lentitud fue bajando hacia el río.  Y se veía rodeado de todosaquellos nenos que, como él, llenaban El Corral de vida y gritos. ¿Dónde estarían?, ¿dónde jugarían losnenos de ahora? Sintió una sensación de ahogo y ya junto al rio, con el pozo de fondo, se dejo ir en sus recuerdos. No diría nada a la fía de los mareos. Su Luisa lo habría entendido, pero la fía era otra cosa…

Se acercaban las fiestas del barrio y llegaba con permiso de la mili, del Ferral. Hablaba con el Cubano en la puerta de la sastrería. El bullicio era notable.  Y se vio tirando voladores y estrenando una camisa, y de nuevo a carreras por el barrio arrastrando la cartera, y besándose  con Luisa el día de la boda, y bailando con ella en la verbena,  alternando con los amigos, y de nuevo en la escuela, y cortando madera en el monte y trabajando la huerta en mangas de camisa… El sol reflejándose en el agua le atraía con fuerza irresistible… Todas las imágenes de su vida pasaban por su cabeza a gran velocidad. Más que imágenes eran sensaciones fundidas con aquellas. Le pesaban los párpados… él y su hermano Juan robaban el tabaco de la petaca del abuelo, y quitándole el librillo de papel, liaban un cigarro en la cocina…

Su vista se fue hacia una columnilla del humo que, difuminándose, salía del medio del río, parecían de unos restos de hoguera cuasi apagados…Cual si hubiesen disparado fuegos artificiales en el agua, de entre cientos de luces y ráfagas de luz emergieron una serie de bellísimas mujeres danzando

-¡Existían! ¡Las xanas existían!

Fue su última sensación. Plácidamente, con una sonrisa en los labios, dejó de percibir cualquier sensación. Ni tan siquiera oyó el estallido cercano de un potente volador. Era la mañana de San Juan.

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R. Mera