SUROCCIDENTE. Llegó agosto pleno de soles y de ilusiones que se desvanecerán en breve

Niños veraneando en Larna

Nos ha llegado agosto pleno de soles y bullicio veraniego. Ha despertado el Prao del Molín de sus excitaciones de pólvora y ha amansado su diario quehacer acogiendo niños y no tan niño ávidos de un chapuzón y una siesta. En algún rincón aún guarda un recuerdo cuasi perdido de meriendas de tortillas y empanadas de cangueses del hambre.

Bullen las mañana y se quedan las cales solitarias en la tarde. Los corillos en los que el cotilleo es rey y señor se multiplican entre abrazos y saludos de los de aquí y de los de allá o entre los de allá y aún más allá. Taponan aceras sin el menor pudor y aun te miran mal si le pides permiso para pasar. En una de estas situaciones, un paisano con tarabica en lugar de corbata te mira condescendiente. ¡Estos aldeanos! Y le sonríe complacida una mujer enjoyada con olor a perfume comprado años atrás que se mezcla con el de naftalina que la ropa desprende.

Se han despertado pueblos y aldeas al griterío de niños y el ir y venir de emigrantes temporalmente retornados. Los coches maniobran para cruzarse unos con otros en pistas semiolvidadas, plenas de agujeros y delimitadas por maleza que se despliega en guerrilla por unos y otros lugares.

¡Porco ayuntamiento! ¡Porco goberno!  Se explayan unos y otros al modo italiano culpando a los demás de todos los males venidos y por venir. ¡Porco alcalde! Se desfogan agitados al contemplar la de cada pueblo de origen tras todo un año de olvido y despreocupación. Ahora reclaman todo e incluso culpan del abandono a los pocos vecinos que aquí y acullá luchan contra la falta de medios y, sobre todo, de juventud. Incluso hay pueblos donde no puede realizare la sextaferia. ¡Son todos mayores de 65 años!

Nos llega agosto envuelto en calores húmedos plenos de promesas juveniles que vivimos intensamente en las mañana y pagamos en los atardeces y con alguna que otra noche de insomnio. No son fuentes de vigor para maduros los largos vermús que de la mañana llevan a la tarde, sino el vinín o la caña que, en su justa medida, preludian el yantar y llevan a  la sosegada siesta, al café de media tarde y el paseo junto cualquiera de nuestros ríos. Y a poder ser en solitario.

Cual bandadas de vencejos chillando al llegar las primeras sombras de la noche, grupos de niños foráneos van y vienen de arriba abajo y de abajo arriba por las caleyas de  las aldeas libres por completo de las ataduras de la ciudad y la estricta vigilancia materna y paterna. Muchos de ellos más dependientes todo el año de la de los abuelos que la de aquellos.

Llegó agosto pleno de soles y de ilusiones que se desvanecerán en breve. Y nos quedarán once meses de olvidos y soledades

Hay vida, se dice un vecino sentado en un viejo taburete junto a la puerta aprovechando los últimos rayos del sol. Puede más su ilusión por ver que su aldea se mantiene que la realidad de los hechos. Tozuda realidad del  día a día del envejecimiento y la despoblación.

No va más allá el mes de agosto de inyectar una pequeña dosis de optimismo a aquellos más ilusionados o autoconvencidos. No quieren ver que agosto es tan solo un mes y  que en él quedan agazapados los problemas; vendrá detrás nada menos que once en los que   la soledad, las ausencia, las nieblas y los silencios, serán los ejes céntrales del diario acontecer. Dejarán de oírse la voces de los niños y las peroratas del “más listo” llegado a la aldea. Y llegará el frio, Y las nieblas se descolgaran desde el Cueto, el Caniechas o el Rabo de Asno… Y entonces, los veraneantes de la emigración se olvidarán del pueblo y de sus vecinos hasta el próximo agosto. Es el signo de los tiempos.

Pero mientras esté aquí agosto, disfrutémoslo.

Perdón, ¿me permiten pasar?

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R. Mera