CANGAS DEL NARCEA en la revista DAP Viajes  de la mano de Alan García

La revista DAP Viajes, de la mano de la colaboradora, Anna Mayer se hacía eco no hace muchas fechas de Cangas del Narcea y de cómo en ella “el pan huele distinto”

Alan Manin

Inicia su artículo con una referencia a los hornos de leña que encendieron hace cuarenta años los abuelos de Alan García, “cuando ella amasaba hogazas en la masera y él las repartía por los pueblos de alrededor”. Hoy el apellido Manín nombra un pequeño imperio asturiano de panadería, pastelería, heladería y confitería que llega hasta Oviedo y Gijón, pero el corazón sigue en Borracán, la aldea donde todo empezó.

 Y cuenta: “Andar con Alan por las calles de Cangas es una prueba de paciencia: cada cinco metros alguien le para. Un vecino que quiere saber por sus padres, una señora mayor que recuerda a sus abuelos, una chica que le pregunta por su hija. Ese tejido de saludos dice más que cualquier dato de ventas: Manín no es solo una panadería de éxito, es parte del paisaje humano de Cangas”.

 En su reseña nos dice que Alan pertenece a la tercera generación de panaderos de su familia. “Desde que era niño tuvo claro que quería dedicarse a lo mismo que veía hacer en casa: pan. Se formó en la Escuela de Hostelería de Gijón, viajó, trabajó fuera y ganó premios, pero Borracán siguió siendo siempre el centro de su vida. Allí regresó en cuanto pudo, allí llevó a su mujer —del valle vecino— y allí vivieron hasta este año. “Nos hemos tenido que mudar a Cangas, por la escuela de la niña. Cuando yo era niño en Borracán tenía amigos con los que jugar, pero ahora ya no quedan, y ella necesita socializar”.

Manín hace tiempo que dio el salto a las ciudades asturianas, con una tienda-obrador en Gijón y despachos en Oviedo y Tineo.  Sin embargo, es en Cangas es donde se percibe mejor la dimensión de su trabajo: allí, además del local, está el espacio de Le Llamber–Manín Sucré, mientras que el obrador central permanece en Borracán.

“En la aldea trabajan con tres hornos de cúpula alimentados a leña, cada uno pensado para un tipo de cocción distinto. Esa infraestructura, que combina tradición y precisión, marca la diferencia: no es lo mismo una hogaza, una empanada o una hornada de dulces, y cada horno ofrece el calor y la curva de cocción adecuados”.

“Aunque el pan es el corazón de la casa, Manín ha crecido abrazando otros oficios: la pastelería tradicional, la confitería y una heladería que cosecha premios. Sus empanadas, de masa de pan y rellenos sabrosos, son otro de los productos más reconocibles, igual que la repostería asturiana de siempre: carajitos, casadielles y otros dulces que conectan con la memoria del valle. En Le Llamber–Manín Sucré, proyecto que Alan impulsa junto a su mujer Rosalía, se juega además con la estacionalidad: helados en los meses cálidos, bombones y mermeladas en los fríos, piezas de repostería más ligeras en primavera. El local, moderno y luminoso, refleja esa idea de mostrar que un obrador de pueblo también puede ofrecer un escaparate actual y ambicioso”.

Cuando se acercan la Navidades aparece el producto más esperado cada año es su panettone,rebautizado con gracia como Maninntone. “La producción se reparte entre Borracán y Gijón, según el tamaño de las piezas, y se agota con rapidez en Oviedo, Gijón y Cangas. No es un panettone cualquiera: respeta el perfil organoléptico del italiano, con un dulzor controlado, toques de acidez y una miga suave que se deshace en la boca. Es un trabajo de paciencia y fermentaciones largas que demuestra la seriedad con la que en Borracán se aborda cualquier masa.

Más allá de la técnica, lo que distingue a Manín es la atención constante al cliente. Alan lo repite con naturalidad: El oficio también consiste en escuchar y responder a lo que pide cada lugar. Ese diálogo permanente entre tradición y demanda mantiene viva la relación con sus clientes, y refuerza la idea de que Manín no es solo una marca: es una parte cotidiana de la vida en la región”.

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R. Mera