CANGAS DEL NARCEA.- El renacer de La Viliella

Isabel Martínez, una emprendedora jienense, se encuentra dispuesta a asentarse en el suroccidente asturiano y dar vida al prácticamente muerto pueblo de La Viliella, en el concejo cangués en la reserva natural integral de Muniellos. En esta aldea decidió reformar un viejo inmueble dilapidado y convertirlo en Casa Luna, unos apartamentos ideados para ofrecer alquileres de larga estancia.
No solo ha logrado que más vecinos se hayan instalado en él, niños incluidos, sino que su impulso ha permitido darle un lavado de cara a caminos, plazas y diferentes emplazamientos del pueblo. También ha logrado dinamizar la vida y el día a día de la zona con diferentes actividades y talleres, además decrear una comunidad y una red de colaboración con sus vecinos. Y, asimismo, ha logrado un «paraíso» en el que vivir con su marido y su hija.
Esta andaluza recuerda que, cuando llegó a la Viliella por vez primera, descubrió que «la carretera no llega al pueblo» y «no había ni cartel», algo de lo que ella se ha encargado colocando un indicador «para que la gente cuando llegara allí supiera para dónde tirar, porque termina la carretera, ves que hay un caminito de asfalto a mano derecha y luego la carretera de tierra al frente y la gente se perdía».
Se decidió a recalar en el pueblo «por un anuncio de Idealista». Esta emprendedora había heredado un terreno de su abuelo, contaba con el dinero de su venta y apostó por «invertirlo en algún sitio». El cambio climático le llevó a descartar la idea de que esa apuesta se llevase a cabo en su tierra, Andalucía, por lo que inmediatamente pensó que «lo bueno sería algo tan verde y bonito como Asturias».
Admite que, antes de dar con la que ahora es su casa, estuvo «mirando en un montón de sitios», con la experiencia previa de haber estado «donde va todo el mundo que no es de Asturias, que es a Cangas de Onís, Picos de Europa y toda esa zona».
Después de un año buscando sitios dio con un anuncio en Internet «que ofertaba una casa en la Viliella, en Muniellos» y pensó «que el precio era bueno, 30.000 euros, por una casa de 300 y pico metros cuadrados con hórreo, 3.000 metros cuadrados de terreno y unas fincas».
Al conocer la historia de la zona comprendió que «estaba totalmente sin explotar. Me enamoré del sitio en cuanto lo vi, pensé que era un paraíso».

Explica que cuando llegó había ocho vecinos viviendo, en un pueblo quehabía llegado «a tener 274, dos bares, cura que daba misas, casa del párroco, cárcel y un montón de historia”.
En un principio pensaba destinar la casa a un centro de crecimiento y terapias para retiros, si bien pronto se decantó por los alquileres de larga estancia».
Cuando llegó pudo ver que en el pueblo «había ocho personas», de las cuales «menos una, que tenía casi 60 años, todas las demás pasaban de 70». No en vano, «el señor mayor, Julio, va a cumplir 90 años ahora». Se percató de que «estaban totalmente abandonados, porque allí la gente iba, como mucho, 20 días o 30 días en el verano, coincidiendo con el mes de las fiestas y desaparecían».
Remarca que su casa «estaba completamente en ruinas, sin nada», antes de la reforma, por lo que pasaba mucho tiempo con sus vecinos, por lo que pudo darse cuenta «de las carencias que allí había» y admite que le daba «mucha pena» ver «tan solos y tan abandonados, hasta por sus propias familias» a sus vecinos.
Esos mismos vecinos le ayudaron «como si fuera su nieta o su hija» y le una inestimable ayuda en la reforma de la vivienda. Lo dio muchas vueltas concretando que «quizá el alquiler vacacional» era buena idea, por «la experiencia de conocer el lugar, las rutas, los molinos de hace 400 años, la central eléctrica, que es una pasada, la ruta del oro…».
Y decidió ponerlo de larga estancia y a recuperar el pueblo, porque el dinero no es lo fundamental. En cuanto puso el anuncio de sus apartamentos de alquiler de larga estancia «el primero tardó 20 días» en ocuparse.
«El segundo lo alquilé el mismo día y el tercero a la semana, pero no es porque no me llamara la gente, sino porque, como tengo seguro de alquiler, tienen que aprobármelo y yo pasar el filtro de ver qué tipo de personas son y si se pueden adaptar al pueblo», apunta.
Reconoce que «vivir en un pueblo no es fácil, porque mucha gente lo ve como algo idílico y maravilloso, y luego, cuando va allí, dice, ‘uf, vaya tela’ con lo de tener que coger el coche para cualquier cosa, estar completamente aislado, pensar que te puede pasar algo y no puede subir la ambulancia hasta arriba…».
Como requisito esencial Isabel Martínez pide a sus inquilinos que sean «gente que esté dispuesta a involucrarse en el pueblo». Si alguien tiene que subir a Cangas le trae los medicamentos a los mayores, si alguien va a Villablino trae comida, pellets o lo que necesitemos; si uno de los vecinos tiene que subir al médico organizamos ese día para que alguno de los vecinos más jóvenes pueda subirlo y aprovechar para hacer las compras, ayudamos con los animales…», explica.
La clave es que «no vienes a estar en tu casa, vienes a crear comunidad». El pueblo en poco tiempo ha pasado de 8 a 18 habitantes, al tiempo que «los vecinos que iban antes los 20 días en las vacaciones ahora, como saben que hay gente, ya van más tiempo» y más regularmente. Una de las cosas de las que se siente más orgullosa es de lograr «tener niños en La Viliella».




