CANGAS DEL NARCEA.- Apuntes rápidos de la Noche del Arbolón y vísperas del Señor San Pedro

El árbol ya está ojeado hace días. Hasta que no llegue el momento no se desvelará el lugar. De esta forma se podrá cumplir uno de los requisitos tradicionales que apunta que el árbol ha de ser robado. Claro es que en los cerca de cuarenta años que he acudido a esta pagana ceremonia ha habido más de una ocasión en que el dueño, sabedor de que le tocaba, ha hecho la vista gorda permitiendo que cortasen el árbol elegido. Tan solo recuerdo una ocasión, siendo alcalde Manolo Miranda, en que toda la mocedad, con él a la cabeza, terminaron en el juzgado, pero todo quedó en nada. Los otros dos requisito que ha de reunir el citado árbol es de que su copa sobrevuele la espadaña de la ermita de Ambasaguas y  llegue intacta al citado lugar. El árbol es transportado a hombros desde el lugar en que se le echa abajo hasta Ambasaguas. Los mozos van parando en diversos bares del camino y de la calles canguesas donde generalmente son invitados. El paso por las estrechas calles es espectacular, esencialmente en el giro que ha de efectuar para enfocar Arrastraculos, el paso por el puente y su izado frente a la ermita. Una vez fijado, un joven trepa hasta la copa para dejar en ella una corona de flores.

MERA.- Antón con el cacho y Angelín
MERA.- Antón con el cacho y Angelín

La historia del arbolón ha pasado por múltiples vicisitudes y malas épocas. Del penúltimo peligro de desaparición lo salvó una canguesa llamada jocosamente por los cangueses María L`Aire. La mujer era cargada de peso y los jóvenes la increpan bromeando advirtiéndola: ¡María que te lleva el aire!. Del último fueron, Antón del Bonito, los Carralo, Patiño y un numeroso grupo de cangueses que le dieron el impulso necesario para llegar hasta ahora.

Una de las paradas emblemáticas era en el Sotero, a la entrada del puente de Ambasaguas. Angelín era el encargado, por encargo de su tía Pilar, de sacar el cacho para que se refrescasen los sufridos porteadores. Aquí se reproducía y aún hoy se sigue reproduciendo el recuerdo a María con sucesivos vivas.

 A veces el traslado se complica pero los jóvenes vencen cualquier obstáculo. Rampas duras, cuestas largas, estrechamientos, carreteras, caminos, les da igual. Su ímpetu y entrega vence cualquier dificultad. Aquí les vemos vadeando el río con el gran árbol izado a pulso sobre sus cabezas. Hubo años en que incluso el gaitero viajaba a horcajadas sobre el gran tronco.

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Ya en Ambasaguas la cosa se complica. Las calles son muy estrechas, los voladizo de los tejados apenas dejan margen de maniobra y el árbol es muy alto y pesado. De otra parte, la preocupación por no romper la copa condiciona mucho las maniobras. El esfuerzo se agiganta y la precisión es norma.

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A lo largo de la historia del Arbolón han surgido simpáticos y carismáticos personajes que siempre han gozado del cariño y el aprecio de los cangués. Año tras año, en algún momento del recorrido ello siempre aparecían. Aquí les dejo a Perurena como cariñosos recuerdo a todos ellos, la mayoría ya fallecidos.

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Llega el momento de izado. Curiosos y seguidores se agolpan junto a la ermita. Sogas y escaleras hacen acto de presencia. Se gritan órdenes y se piden esfuerzos. El momento culmen se acerca. ¡ A la de tres!…. ¡Arriba!. Y un tirón… y otro… y poco a poco el árbol sube. Hacho en ristre, un cangués cualificado en  cada época afila el tronco para encajarle el agujero abierto al efecto. ¡Un poco más!  ¡Arriba!.  ¡Esa cuerda”  ¡Metei la escalera!.  Y al final el aplauso y los vivas. El árbol queda enhiesto y sujeto. La copa sobrevuela el campanín.

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El ultimo paso. Un joven, con la corona sujeta a la espalda trepa hacia la copa para dejarla en ella. Muchas veces no se logra a la primera y se intenta una y otra vez. Se hace a pulso, tirando de habilidad y destreza. El poner aquí nombres de las distintas épocas se haría largo, pero están en lamente de todos los cangueses, sobre todo de los del Cascarín. La corona ya está en su sitio. Un año más la tradición se ha cumplido. La verbena se abre la madrugada del día del Señor San Pedro.

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R. Mera

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