BERZOCANA.- Remembranzas berzocaniegas: de mayo a junio

flor

De nuevo doy cabida en esta página a Fulgencio Rodríguez Mera que, como habrá ya apreciado el avispado lector, tiene mis mismos apellidos. Y ello no es casual, es mi hermano, el pequeño por más señas.

Esta es su colaboración para Remembranzas:

Venid y vamos todos

 Rebuscado en mi memoria de la infancia aparee la imagen del mes de mayo de hace 60 o 50 años. Los días eran largos, el sol  empezaba a calentar, las calles de nuestra querida Berzocana estaban llenan  de gentes que bullían sin parar,  parecían despertar  del letargo del crudo y duro invierno. Las mujeres cosían en las calles y los niño corrían alegres y libres, si ningún peligro, entre otra cosas porque no había  coches, solo alguna que otra vez pasaba el camión de Sandalio Merino, provocando el levantamiento  del campamento de las mujeres que  le echaban la bronca por pasar o causar  algún que otro desollón en las fachados.

Eran años de pobreza, años de cocido diario, años  en los que las  gallinas y loa cerdos campaban a sus anchas por las calle buscando una mierda de caballo, mulo, burro, o de algún niño, pues no tenían escrúpulo de hacerlo en medio de la calle; a algunos hasta  se le facilitaba el trabajo de tener que bajase los   pantalones dejando la costura de atrás abierta, a esta apertura se las daba el nombre de culeras

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En  la Iglesia se ponía el pabellón,  un telón grandísimo, de color azul  celeste,  que colgaba de una corona de metal cubriendo desde la bóveda al suelo todo el presbiterio, delante, con cajones mesas y tablones, todos cubiertos  con paños bancos y azules se hacia   un altar en la que se subía la imagen de la Inmaculada que hoy  está debajo del coro, velas, flores  y macetas eran los demás adornos.

Como abundaba la pobreza, las flores  se traían del campo, siendo las más usadas la flor de espino, tan bien llamada Santa María, o las de azas, que algún alma devota plantaba en su huerto y daba el debido permiso para  cortarlas, así es llenaba la Iglesia de la fragancia que desprendían.

Todos los días del mes de mayo, al atardecer, y a un repique de campanas,  el templo se llenaba de chicas jóvenes, todas ellas luciendo en su pecho una gran    medalla, pendiente de una cinta azul, que las acreditaba como Hijas de María; esta medalla podía ser centenaria, ya que pasaba de madres a hijas.

Desde el día de la primera comunión hasta el día de la boda se podía pertenecer a esta asociación, ya que la norma primera del  estatuto era que todas fueran solteras.

Los que lo pasaban mal eran los chicos, por aquello de la flor espiritual del día, que no era otra cosa que hacer un pequeño sacrificio en honor a la Virgen, no hace falta ser muy listos para adivinar de qué se trataba.

Paralelo al mes de  mayo oficial, que era el de la Iglesia, había otro más libre y espontáneo, que era ir a la ermita de la Concepción. Esto no era bien visto por el párroco, a la sazón Don José Álvarez Luis, que cuando oía tocar el esquilón de la ermita  decía con la voz solemne  que le caracterizaba.

-Ya suena la oración  profana, tocan el esquilón para que el pueblo sepa que están allí rezado.

Otra de las  cosas que se hacían, y   según mi hermana  se sigue haciendo, era la novena de Santa Rita. No haría mención a ella si no fuera por la peculiar hora que las devotas tienen de reunirse  para honrar a la santa: las cuatro de la tarde. Entonces  tenia explicación   ya que era la hora que mejor vagaba a las mujeres, hoy se hace por no romper  la tradición.

junioMayo daba paso a junio, y con él, la asociación de hija María dejaba el protagonismo a otro organismo similar: la del Corazón de Jesús. Para ello se cambiaba el gran telón azul por otro de idénticas dimensiones, aunque ahora era rojo.   La imagen de la Virgen era sustituida por la del Sagrado Corazón  de Jesús, las flore eran ahora yucas  y azucenas.

Si en aquella debían de ser solteras en esta la mayoría eran casadas, o  solteras mayores, otra de las cosas que cambiaba era el emblema si entonces ere la  medalla, ahora sería el escapulario, dos cintas rojas colgaban de los hombros hasta el pecho y  la espalda, en los extremos dos estampas bordadas en tela con  algún detalle eucarístico, algunos eran  verdaderas obras de arte, estos no eran transferibles ya que cuando se amortajaba se lo ponían y se enterraban con él.

 

Así pasábamos los días interminables de primavera en  aquellos años 50 y 60  del pasado siglo, años en los que una dictadura nos tenía amordazados, pero aquello niños, sin nada, los teníamos todo, porque teníamos eso:  la alusión de niños.

escapulario

Fulgencio Rodríguez Mera

30  de  mayo de 2015

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R. Mera

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