Ayer no fue un buen día

Ayer no fue un buen día

Transcurría monótona la mañana. Tras echar un vistazo al periódico iniciaba la redacción de un artículo sobre los peligros que acechan en la AS-15, en Asturias, y que pudisteis leer aquí, cuando el aviso de mensaje sonó en mi teléfono. No hice demasiado caso. Hay mañanas en que se pone muy pesado. Un rato después abrí el móvil. Era un mensaje escueto y rotundo de mi hermano fechado en Berzocana: “El primo Quico ha muerto, le entierran aquí mañana (por hoy) a las dos. También ha muerto en Canarias Mari Carmen Mejías, no sé qué día la traen”.

Tardé un momento en reaccionar. Cerré el móvil y me asomé a la ventana. El día estaba gris y frío. Poco a poco, en mi interior se fue llenando de luz y de sol. Mi mente viajaba en el tiempo y en el espacio volviendo a mis años de adolescente. Retazos de aquel entonces se entremezclaban como fogonazos incontrolados. Quico Domínguez Mera y Mari Carmen Mejías Rivas se nos habían ido y con ellos se nos iba también un trozo de nuestro ayer. Meses arriba o abajo éramos prácticamente de la misma edad.

Vi a mi primo Quico, zurrón al hombro, andar ligero bajo las encinas silbando y gritando a las ovejas para mantener el orden del rebaño. Tres o cuatro cabras se acercaron a él sumisas. Les premió con un poco de sal sacada del zurrón. Las pequeñas vivencias se agolpaban. Mis ratos con él y mi tío Amalio en el chozo, junto al fuego. Sus charlas sobre el ganado. El despertar entre el humo y el olor fuerte del café recién hecho, sus vivencias en unas y otras fincas, sus venidas al pueblo…

Aunque se fue a Madrid con toda la familia creo que Quico, al igual que le ocurrió a su padre, se fue tan solo en cuerpo, su espíritu permaneció siempre libre y sin ataduras en los campos extremeños. También creo que en las noches de insomnio y ruidos se aislaba pastoreando por laderas y cañadas y llamando a cada oveja por su nombre. Estoy seguro que, entonces, una sonrisa se dibujaba en su boca y se quedaba profundamente dormido.

En los últimos años, la enfermedad, y creo que también la tristeza por los campos, brisas, el ruido del agua en la tierra o el calor del sol en los secarrales, que había perdido con su marcha a Madrid, le llevo a irse encerrando en sí mismo. Caminaba ensimismado tras su hermana Pili a la que no dejaba ni a sol ni a sombra y en la que se refugiaba.

Seguro que estará ya en las praderas eternas junto a su padre y ambos, con el zurrón repleto de sal, reirán felices caminando tras el ganado o preparando unas migas con torreznos bajo la atenta mirada de su madre.

Al mismo tiempo que su imagen se diluía iba apareciendo la de Mari Carmen Mejías. Era hijas de Don Pedro, el maestro, y de Ana Rivas, que eran mis padrinos.

Al decir de Jesús Balaguera, también de nuestra edad,  y que todos los veranos acudía la villa a casa de tía Brígida Cotrina; ella, la Pepita de Don Fernando (algo más mayor), y la Tere Obispa eran, con mucho, las más guapas del pueblo. Y debía de ser verdad porque todos los muchachos andábamos siempre alrededor de ellas como moscones zumbando en las tardes de agosto.

No hace mucho cayó en mis manos una foto de un grupo de mozas de por aquel entonces en la que aparecía con un vestido blanco mu vaporoso y con una sonrisa encantadora. No puedo mostrársela por cuanto me hallo fuera de mi domicilio donde guardo mis archivos.

También la veo con su amigas en la carretera, entre el Rehoyo y el Peral de las Mozas, en una tarde de domingo de esas que el sol llenaba de rojos al ponerse por la dehesa incendiando las encinas y los tejados del pueblo. Por allí andábamos también nosotros; el citado Balaguera,  Juan Chítala, Luís Gordura, Genio el del cabo y su hermano; Rafa el de Don Lorencito, Pablo Chichas Marchena, Fujito…

Y el párroco, Don Delfín, subiendo y bajando la carretera velando por las buenas costumbres, la separación de chicos y chicas, y recordando que el Peral era el punto máximo al que se podía llegar en el paseo vespertino.

Se deslizan por la mente brochazos de momentos vividos por las calles de Berzocana y, curiosamente, todos se sitúan en tardes de verano o primavera. Los invernales se han diluido como el azúcar en el agua. O quizás algo haya tenido que ver en ello la risa sonora de Mari Carmen o su picardía al bromear con unos y otros sabiendo muy bien que era admirada.

Tiempo después la vi alguna vez en Madrid. Estaba como siempre. Después se iría a Canarias y tan solo hablé con ella algún que otro verano, en Berzocana, cuando yo iba a visitar a sus padres.

Desde Canarias volverá Mari Carmen a su pueblo de niñez y adolescencia, de veranos largos o visitas cortas determinadas luego por las obligaciones. Volverá a pasear por la carretera de Cañamero, hasta el Peral de la Mozas, y se sentará en su ya casi inexistente piedra para hacerse una nueva foto.

Y así la seguiremos viendo los que con ella vivimos unos tiempos en los que la calle y la libertad pueblerina forjaron amistades que trasciende más allá de la propia vida física.

Quico Domínguez Mera y Mari Carmen Mejías Rivas se nos han ido y con ellos se nos ha ido también un trozo de nuestro ayer

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R. Mera

2 comentarios en «Ayer no fue un buen día»

  1. Pepe, soy Quico ” mosquito” bonito artículo, dedicado a dos personas de Berzocana que nos han dejado. Te deseo mucha salud, que sigas escribiendo muchos años, desde esa tierra bendita, que tan buenos recuerdos me trae

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