CANGAS DEL NARCEA.- De la petulancia a la idiotez interesada

Mientras paseaba, casualmente y a través de las ondas, llegaban hasta mí unas declaraciones públicas de alguien. A medida que oía se configuraba en mi mente una conclusión: hay gente, que encumbrados en su personal cucaña, llevan la petulancia como bandera y el cinismo como creencia.
Y no me estoy refiriendo a determinados políticos catalanes, que bien podría ser. No. Estas situaciones se dan también mucho más ceca de nosotros y es ahí donde aparece la incredulidad.
Y con el paso de los minutos se va dibujando, de la teoría la realidad, un personaje determinado y determinante: aquel que en su lugar teórico de trabajo, en el paseo o en el café, hace prosperar la discordia y que triunfen los recelos; algo que sucede siempre cuando aparece un mediocre con ínfulas de sapiencia y verborrea vomitiva.
Y allí aparecen también la discordia, la animadversión, las contradicciones, la malquerencia, la envidia, animosidades, contiendas, murmuraciones, mentiras y silencios cómplices. Y con los días surgen el pandilleo y la siembra de cizaña y maldad en el pensamiento de este o aquel compañero. Y todo ello desarrollado por un funcionario de la mediocridad con un ego amasado con la levadura de la egolatría y cegado por una idealizada y supervalorada imagen de su propia realidad y la ceguera de la incompetencia.
Y entonces uno descubre que la idiotez no tiene límites ni fronteras.