Cuando no había carnaval y el frustrado entierro de la sardina

Terminaba la década de los cincuenta. Aunque lucía el sol estaba fresca la mañana. En fila de dos desembocamos en la Plaza camino de la iglesia. Delante íbamos nosotros bajo la férrea vigilancia de Don Pedro, detrás las chicas bajo el mando de Doña Amparo. Era el miércoles de ceniza,.

Un especial revuelo de risas y llantos llamó de pronto nuestra atención y curiosidad. En la puerta del bar de Demetrio, detrás del pequeño muro que lo separaba de la plaza, se arremolinaba un grupo de hombres y creímos distinguir alguna mujer, más por el eco de sus risas que por verlas.

Una voz surgió de entre los mayores que caminaban en cabeza.

-¡El entierro de la sardina!, creo que es el entierro de la sardina.

Y así era. En unas angarillas, un grupo de hombres portaban una recortada sardina, creo que de cartón, medio tapada con una manta junto a la que gemían y lloraban por su muerte. Se distinguían especialmente los llantos de tío Obispo que, al decir de los vecinos, era un experto como plañidero. Unos lloraban, otros reían y José Justo repartía aguardiente de una botella sin marca vertiéndolo en una pequeña copa.

Vista la situación, Don Pedro nos hizo aligerar el paso dejándonos con las ganas de ver el final del entierro o la llegada de la Guardia Civil para terminar con él sin necesidad de abrir sepultura alguna.

Porque habrán de saber mis más jóvenes lectores que tanto el entierro de la sardina como el carnaval estaban totalmente prohibidos y había que andarse con mucho ojo para que ni la Guardia Civil ni el cura pillasen al osado (que los había) que quisiera desafiar la orden y taparse tan siquiera un poco la cara.

Entierro de la sardina en Cáceres

La prohibición del carnaval en el franquismo comenzó ya en plena Guerra Civil y se mantuvo al terminar la contienda hasta el final de la dictadura. En la disposición no parecía establecerse ningún argumento religioso ni moral, pero estaba claro que una fiesta con un alto contenido pagano no casaba mucho con el espíritu de “cruzada” de los que se habían alzado contra la República con el apoyo entusiasta de la Iglesia, contraria tradicionalmente a estas manifestaciones lúdicas.

Y era tal la influencia de la iglesia que, el miércoles de ceniza, día de inicio de la Cuaresma, a los escolares nos llevaban a la iglesia a recibir la ceniza pulvis es et in pulverum reverteris)   como signo penitencial del tiempo eclesiástico que se iniciaba. La verdad es que a nosotros nos venía bien, pues nos sacaba de la rutina escolar y disfrutábamos yendo y viniendo.

A respecto de las prohibiciones carnavaleras , el gobierno fue muy exigente con los alcaldes, para que estuvieran muy atentas a la hora de hacer cumplir la prohibición. En este sentido, se multiplicaron los bandos municipales avisando a los vecinos sobre la prohibición de festejar el carnaval, de fuerte raigambre en casi toda la geografía española.

A veces, el alcalde se mostraba benévolo y terminaba chocando con el cabo del Guardia Civil del cuartelillo del pueblo, en su mayoría verdaderos déspotas reyezuelos que no dudaban en aplicar mano dura directa (y no es un eufemismo) con los infractores.

Es evidente que, pasado el tiempo y sin autorizarlo nunca, sí fueron siendo más permisivos. En el ámbito rural se fue condescendiendo con algunas manifestaciones con cánticos populares, sin dejar por ello de ser atentamente controladas y vigiladas por las autoridades. También se empezaron a autorizar algunas fiestas privadas o bailes en Casinos y Sociedades, porque era más fácil controlar un recinto cerrado, pero como es lógico esto en Berzocana no sucedió nunca. Sí lo conocí en Navalmoral a cuyo Centro Moralo me llevó en una ocasión mi tío Demetrio Calvo para que lo conociese

En este contexto aparecieron las llamadas Estudiantinas, conjunto con algunos instrumentos reales de cuerda y otros figurados que recorrían las calles cantando y requiriendo ser invitados por los vecinos, aunque de disfraces nada de nada siendo las letras fiscalizadas por el cura y la guardia Civil. Ello no evitaba que se colase más de una crítica. De éstas sí llegué a conocer al menos una en Berzocana.

Entre otras letrillas cantaban ésta que después he conocido en una serie más larga que cantaban por la Vera y que hoy por hoy soliviantarían y muy mucho a las formaciones feministas:

Ya llegan los carnavales

la feria de las mujeres,

la que no la salga novio

que espere al año que viene.

La prohibición de los carnavales incluía la del entierro de la sardina que en la mañana del Miércoles de Ceniza ponía fin a los mismos y que yo creo que se recuperó antes que el propio martes de carnaval.

Nosotros, aquel año, nos quedamos sin saber cómo acabó la cosa pues al volver de misa ya no había nada en la plaza.

 

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R. Mera

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