CANGAS DEL NARCEA.- Remembranzas festivas. Mi primera Descarga

Desperté sobresaltado. Por la ventana no entraba ni un resquicio de luz. A tientas, y dándome algún que otro golpe, me acerqué a la cocina y cogí una vieja linterna rectangular y llena de óxido. En el mueble del pasillo había un viejo reloj despertador, de aquellos de campana, cuyo timbre no funcionaba. Miré la hora. Eran las cinco de la mañana del día 16 de julio. Me volví a la cama, pero fui incapaz de retomar el sueño. Los nervios me tenían totalmente alterado. Y es que en ese día, en ese dieciséis de julio, iba a participar en mi primera Descarga.

Fue en esa misma tarde del día 15 cuando mi tío Antón me llamó a voces desde el bar de Las Rubionas cuando yo salía de casa y me dirigía hacia el río donde sabía debían de encontrarse mis amigos a la caza de varas y del descubierto que pudiera dejar el revuelo de alguna falda.

Carlos!. Prepárate que mañana vienes conmigo a tirar en la Descarga.

Me detuve en seco. La mente me quedó en blanco.

-¿Qué dices? Contesté voceando aun sabiendo lo que había oído.

-¿Tas tonto o faistes?, contestó mi tío arrojando el cigarrillo al suelo con un golpe seco del pulgar sobre el mismo.

– Que mañana tiras conmigo en la Descarga, ¡atontao!, ¡que tas atontao!

-¡Vale!, ¡gracias tío!.

Corrí dando saltos hacia el río. Allí estaban mis amigos. Me faltó tiempo para darles la noticia

-¡Mañana tiro en la Descarga!.

-¿Y dónde?, me preguntó Simón.

Quedé parado. No se lo había preguntado a mi tío. ¿Dónde me llevaría?

Y llegó el día 16

-Tío, ¿dónde vamos a tirar en la Descarga?

-En el Lagarón, tiramos en el Lagarón y te quiero ver allí a las siete en punto; ya te daré yo la mecha.

En el Lagarón. Me entró una especie de temblequera. Pipo me dio un empujón y me hizo volver a la realidad.

-Me voy a casa, dije de pronto corriendo hacia La Refierta y bajando las escaleras hacia la calle La Fuente a toda velocidad. ¡En el Lagarón!. Allí tiraban los mandamases de la Sociedad de Artesanos y lo más granado de la villa. Bueno y también mi tío Antón y su pandilla que siempre aparecían en todos los saraos festivos. ¡Mi primera Descarga!

Se acercaba el momento y ya con los nervios desbocados inicié la marcha hacia el Lagarón intentado aparentar serenidad. El reloj marcó las seis y media.

Llegué de los primeros y me dediqué a dar vuelta de acá para allá intentando pasar desapercibido. Por fin llegaron mi tío y sus amigos. Venían cargados de voladores. Poco a poco toda la zona se fue llenando de hombres y de voladores. Comenzó el reparto. Se daban más o menos según la categoría del tirador o su velocidad de lanzamiento, datos que los encargados del reparto conocían sin necesidad de mirar ninguna lista.

Me puse tenso. El reparto terminaba y nadie parecía acordarse de mí. Tras unos minutos que me parecieron horas, mi tío Antón se acercó a mí.

-¡A ver cómo te portas!, Sujeta bien por la carretilla y espera a que tire el volador para soltarlo, alargas el brazo y brío, saldrá solo.

Mientras me daba consejos contó del montón que portaba doce voladores

-Para ser la primera vez, con doce tienes de sobra

Alargué la mano para cogerlos justo en el momento en que mi tío cambió de idea.

-Espera. ¡Lulo!. Toma, coge también la docena d´el mi sobrín y nos apurres a los dos.

¡Apurridor!, ¡iba a tirar con apurridor!

-Tenía la piel de gallina y me temblaba ligeramente el pulso. Tiradores y apurridores comenzaban a colocarse sobre el terreno. Nos llegó el eco del campanón. Seguidamente sonó un volador. La procesión acababa de salir camino de Ambasaguas.

-¿Cómo tas Carlinos?, me preguntó Lulo un tanto guasón.

-Jodido, toy jodido. No sé si podré tirar ni uno solo.

-Nun te preocupes ho, eso solo pasa en las cien primeras Descargas.

De pronto, el sonido del campanín de Ambasaguas apagó todos los rumores. Todos callamos. Antón me alargó la mecha encendida

-¡Sopla!, me dijo casi en un susurro

-Un volador se oyó muy cerca del puente. Yo miraba, pero lo veía todo borroso, no distinguía nada.

-¡Viva la Virgen del Carmen!, gritó mi tío soltando el primer volador.

No sé cómo ocurrió todo. De pronto sentí un volador en mi mano. Instintivamente le di fuego, lo solté y cogí otro. Sentí algo húmedo en la cara. Apenas oía los estamplidos, tan solo el zumbar de los que salían de mi mano, ahora firme y segura.

-¡Viva la Virgen del Carmen!, grité con una voz que a mí mismo me resultó desconocida. Tiré mi último volador, me encogí sobre mí mismo y metiendo la cabeza entre los brazos lloré feliz. Sentí un golpe en la espalda. Me levanté como un resorte abrazándome a mi tío. Nos fundimos en un abrazo largo y efusivo, él también estaba llorando.

-Ya eres todo un hombre, y los hombres también lloran. ¡Pero solo en La Descarga! Y rio abrazándome de nuevo.

Calló el campanín y allá bajo, junto a la ermita, se oyó cantar la Salve.

 

 

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R. Mera

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