La Descarga: No tuve a quien abrazarme

En el Fuejp

Este año he vivido una Descarga muy, muy distinta. Puedo deciros que fría, un tanto distante y con las emociones diluidas. Imagino que, por otra parte, debe ser algo normal cuando uno ha vivido tantas en el corazón de la misma e incluso en el campanario de la ermita con Abundio.

Liberado ya de las tensiones informativas y de la inmediatez decidí vivirla algo más alejado, pero no mucho. Había quedado en una terraza de la Plaza del Conde de Toreno, pero algo falló y por más que llamé para poder acceder a la misma no me oyeron y no pude subir. No había ya tiempo para más y me quedé en la misma plaza a la altura de la puerta del Ayuntamiento.

Tenía una sensación extraña. Me rodeaba una marea humana totalmente desconocida y vocinglera. Empujones de los que iban y venían buscando acomodo vaso en mano. Conversaciones de lo más dispares, variopintas y totalmente despendoladas y sin sentido. Busqué alguna cara conocida. Nada. Hasta mí no llegaba absolutamente ningún sonido que aportase referencias del momento que se vivía en la villa. Tan solo conversaciones ajenas por completo al momento. A través de visor de la máquina de fotos vi a la gente en la zona del depósito del agua, en las terrazas y balcones de la Plaza, en el Cascarín. Busqué alguna autoridad en los balcones del ayuntamiento. Nada. Todos llenos de gente variopinta pero tan solo pude reconocer a un concejal y una concejala.

Por un momento pensé que estarían por allí, dando empaque al momento, autoridades como el senador Fernando Lastra, el que también lo fue, así como como alcalde, José Manuel Cuervo; diputados de unos y otros partidos y otras autoridades regionales que me consta se hallaban en la villa: cangueses que hubiesen sido condecorados con la Medalla de Oro de Artesanos… Nada de nada.

El reloj señalaba ya las ocho y cinco y yo seguía sin saber nada de lo que ocurría. Tan solo me rodeaban cabezas y más cabezas y recibía empujones y más empujones. Al final pude distinguir, que no oír, el sonido de un volador que indicaba que la procesión bajaba ya por la calle de la Fuente. A mi alrededor ya había impacientes que señalaban a gritos que era la hora, que a qué esperaban. Con el zum de la cámara pude ver como se alineaban allá en el Cascarín los tiradores y apurridores de Barriga Hubiera.

Aplique toda mi intención auditiva en lograr oír el campanín. Nada de nada otra vez. Me encontraba totalmente perdido. Vi subir el volador de Luis desde el centro del Prao del Molín y entonces entendí que la Virgen estaba ya en el puente.

Tan solo podía seguir a los voladores cuando estos se alzaban unos metros por encima del nivel de las almenas. Todo eran cabezas. Después, cientos de móviles elevados hacia arriba. Eran más los que veían la Descara a través de sus pantallas que en directo.

Noté el retemblar del suelo. La gente empujaba hacia atrás comprimiéndonos contra la pared de ayuntamiento. Eran muchos los que se tapaban los oídos, Otros se agachaban y otros hacían las dos cosas simultáneamente.

Tronó Cangas con un espléndido final. Hubo saltos y gritos. Asombro y susto en las caras. Yo quedé un momento aislado en mí mismo. Estaba totalmente solo entre la multitud. Y ¿sabéis lo peor? No pude abrazarme a nadie, no tenía a nadie que la siéntese como yo a mí alrededor para hacerlo.

Me costó salir de la plaza. Despacio, sin hablar con nadie, seguí por la calle Pelayo arriba. Los míos comenzaron a dar señales de vida. Todo había salido bien, todos estaban bien y la habían vivido intensamente. Maribel, mi mujer, en el puente al que llegó portando la imagen de la Virgen; José Luis, mi hijo, tirando en Los Nogales, allá hacia el matadero viejo. Ellos si tuvieron con quien abrazarse.

Final

 

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R. Mera

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