Se agota el año, comienza el año

Se agota el año. Los relojes descuentan las últimas horas de éste que pasó en un suspiro para unos y con una alarmante lentitud para los más jóvenes e impacientes. Es la relatividad del tiempo.

Llegamos, otra vez, a los años veinte. Aún no sabemos que pasará con éstos que nos toca vivir a nosotros. Los otros veinte, los del pasado siglo, fueron definidos como “gloriosos”. Y ello pese a que la historia nos demuestra que no fue así ni muchos menos. Algo así como nos pasa aquí en España con los treinta.

Y estos veinte llegan con preocupación tanto a la comarca suroccidental asturiana en la que vivo como a la de las Villuercas de la que soy oriundo. No es bueno el horizonte. En la primera, la minería es ya tan solo un recuerdo que se diluye a marcha rápida. Ya se ha surtido de electricidad a todo el país durante 48 horas sin gastar un solo gramo de carbón. Y en la segunda, la agricultora y la ganadería se han diluido casi sin alternativas con la misma velocidad con que caía la población.

Y no tenemos alternativas, al menos a corto plazo. Los gobernantes nos muestran ideas entre neblinas, repeticiones de otras ya agotadas y elucubraciones de estudios, gabinetes, atalayas, grupos y consorcios estatales o paraestatales, la mayoría de los cuales deciden desde la distancia, en capitales y despachos cerrados, lejanos a caminos, sendas y valles. Solo cuentan las subvenciones, la mitad de las cuales suelen perderse en sueldos de estos estudiosos de anuncios prometedores.

En este año que acaba se ha hablado mucho de la “España vaciada”, esa en la que nos encontramos los de aquí y los de allá. Y si así es como se define es porque alguien la vació. O lo hicimos entre todos.

Y esta pérdida de población, este vaciamiento, es el que debe preocuparnos, más allá incluso que el Medio Ambiente, o el calentamiento, que también. El invierno demográfico del que tanto se habla y sobre el que tampoco se hace nos afecta aquí gravemente. Estos concejos y aquellos ayuntamientos han perdido la mitad de su población en unos cincuenta años. Y aún peor: se augura que quedarán prácticamente despoblados en otros tantos. Y mientras discutimos si son galgos o son podencos los culpables, por cada niño que nace mueren tres ancianos. O llegan inmigrantes o adiós al Estado del Bienestar, pensiones, sanidad y enseñanza especialmente.

Las encuestas al respecto comienzan a señalar hacia “un egoísmo individualizado”, más allá del achacar a la negligencia o falta de interés de unos u otros la falta de nacimientos. En las respuestas se desvía la responsabilidad generalmente al gobierno o a la Administración. Nunca al miedo a que los hijos rompan nuestra especial manera de vivir o nos hagan tener que prescindir de puentes, veraneos, coches mejores, o cenas y fines de semana de fiestas. O simplemente porque no queremos. Sí, también la falta de trabajo. Si los padres de la posguerra hubieran pensado así, muchos de nosotros no existiríamos. Y quizás tampoco seguidamente los del baby-bum cuyos pertenecientes a esta época han venido sosteniendo nuestras pensiones, pensiones que ahora se tambalean mientras nosotros y nuestros políticos nos preocupamos de Torra, de Sálvame o de La Voz, con kits o sin kits. No ya el furo, ni siquiera el mañana nos preocupa. Estamos en la sociedad del individualismo más cerrado. Y a ello nos empujan quienes deberían regirnos, informarnos con verdad y programar el futuro.

Mañana acaba el año. No quiero ser tan tremendista como pueda desprenderse de lo anteriormente dicho. Nuestra sociedad debe de reaccionar. Y reaccionará. Y debe hacerlo apartando de una vez para siempre a tanto incompetente y egoísta partidario que nos están llevando consciente e interesadamente al mundo de las mentiras consentidas, la normalidad de lo no ético y el engaño programado, la falta de crítica y el conformismo borreguil, con el engaño y la manipulación como sistema.

Quizás haya que recurrir de nuevo a Miguel Hernández y recordar a las nuevas generaciones que

“No soy de un pueblo de bueyes

que soy de un pueblo que embargan

yacimientos de leones,

desfiladeros de águilas

y cordilleras de toros

con el orgullo en el asta.

Nunca medraron los bueyes

en los páramos de España”

Que los vientos del nuevo año os lleguen cargados de paz, salud y trabajo

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R. Mera

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