Padre y maestro en el encierro. Las aventuras de papá

En la cuarentena de finales de marzo de 2020

No es que me ponga trascendente. Ni quiero ni puedo. No son éstos tiempos de liturgias ni apego a lo que fue, incluso a lo que no fue.

Carmen y Mario

La realidad de los tiempos y las cosas configuran épocas, días y momentos, que conforman acciones y hechos, e incluso vienen a definir y fijar un carácter.

Y en ello puede que se hallen muchos de aquellos que un día pasaron por mi aula configurando una época definitoria de mi etapa como enseñante. En muchos casos, los ya mayores tenemos la tendencia a verlos siempre como entonces, como si se hubiesen quedado estancados en el tiempo y el desarrollo vital. No nos damos cuenta del paso del tiempo ni de cómo éste y la vida, con sus momentos y problemas, definen caracteres y formas de ser.

Y resulta que aquellos que en nuestro criterio de comprensión del tiempo apenas han abandonado las aulas, son ya padres responsables (aunque a veces lo dudemos recordando sus “aventuras”) que en estos días han de asumir, sin escapatoria alguna, el hecho de ser padres y maestros simultáneamente.

Si difícil es ejercer en cada caso individualmente considerado, imagine el lector como debe ser el aunar ambos en el condicionamiento de duras restricciones en el espacio y movimiento. Pues ello es lo que están viviendo los padres a los que me refiero. En este caso fueran o no mis alumnos. Más bien son los que definen una época, los padres jóvenes de ahora. Y a ello hemos de aunar aún la inexperiencia. Sus coetáneas, las que fueron alumnas con ellos, al menos tienen la ventaja de los genes heredados, de la herencia educativa recibida y la acumulación en el subconsciente de las rutinas a desarrollar adquiridas con sus madres. En eso llevan ventaja.

Es por ello por lo que enfoco estas líneas a ellos. Agobiados, más que agobiados deben de hallarse. Juegos, tareas, entretenimientos, peleas entre hermanos, roces con la madre, con los hijos, y otra vez con las madres, y otra vez con los hijos

-¡Papá me aburro!

-¡Papá quiero salir a la calle!

-Que noooo, que noooo puede serrrr; que está el virus y es muuuuy malo, muuuuuuy malo

Y los papás intentan idear nuevas cosas, y nuevos pasatiempos que nunca los convencen. Y a arrastrarse por el suelo y a pelearse con uno y a cantar a la muñeca con la otra…

-¡Señor, señor que agobio!. ¡Qué pase esto pronto!, murmura el penitente

Y Rubén, que se acuerda de todas las canciones, tira de reportorio e intenta que Enzo le acompañe. Incluso las tararea con las notas de música que recuerda perfectamente. O le cuenta batallitas de los recreos cuando aún los patios del Casanova bajaban escalonados y se podía saltar de uno al otro.

Y Fernando tira de su tranquilo estar para que Fernandín pare y se comporte. Y le cuenta historias de vacas y perros de sus estancias infantiles en Las Mestas. Pero él quiere la tele, y se cansa, y pide la tableta, y se cansa, y pide de nuevo la tele. O el móvil de papá que tiene juegos

-¡Quiero bajar a la calle!

– Salva se remueve inquieto. Los gemelos, Fran y Salva, llevan pólvora en la sangre y se están disparando todo el día. No creo que intente entretenerlos enseñándoles a tocar los chinchines, algo para lo que siempre fue negado. Les hablará de pólvora, de voladores y del control y disparo de la Descarga. Y de fútbol, mucho futbol del que ambos nenos son grandes promesas.

Y en Oviedo, Mario se desespera. Carmen lleva azogue en la sangre y la casa se le queda pequeña, muy pequeña. Salvan que poseen un patio posterior que alivia la presión del espacio cerrado. Y aun así se acumulan las protestas

-¡Quiero salir a la calle!

-Quueee noooo, que están los viiirus

Y Mario hijo corea su protesta a la que no tarda en unirse su hermana. Y la pelea no tarda en llegar. Y lápices y cuadernos vuelan por el aire. Y luego las risas, y los juegos, y las amenazas, y los abrazos y los besos. Todo se funde y se hace uno y las horas quedan como en suspenso con los segunderos ralentizados al máximo. Y los cursillos de padre y maestro se aceleran con la práctica intensiva.

Me le imagino, levantando el dedo y advirtiendo a Carmen:

-Si no te portas bien caerá sobre ti todo el peso de la Iglesia

Y los relatará como el citado peso le cayó a él personalizado en la figura del cura, Pochi, de peso más que notable, y que le

Enzo

quedó magullado y dolorido.

Por ser malo, me pasó por ser malo, y fue por culpa del virus, así que no podéis salir.

Doni lo lleva con más tranquilidad. Es parte de su ser. Puede contarle a Marco que un buen día esa tranquilidad le llevó a interpretar al mejor Cristo crucificado que ha pasado por teatro alguno. Fue en el patio del Ayuntamiento. Representábamos “A buen juez mejor testigo”. Nos las ingeniamos para “crucificarle” y disimulamos el frente con una gran gasa que difuminaba y solo mostraba los perfiles acrecentados con un foco.

Al requerimiento del juramento por parte del juez, Doni bajó su mano derecha lentamente, muy lentamente, y estoy seguro que su profundo y largo “¡Siiii, juuuro!”, encogió el corazón de todos los asistentes

Durante muchos años sus compañeros se lo repetirían una y mil veces cuando querían tomarle el pelo. Ahora que ensaye y lo vuelva a representar con Marco, su hijo. Seguro que logra que las horas pasen más rápidas.

Y aunque con más espacio disponible en su encierro, arriba en La Himera, tampoco lo tendrá nada fácil Luis Carlos con sus hijas, especialmente con Carmen. Menos mal que su trabajo le llevará a efectuar alguna que otra salida “por urgencias”. Será un verdadero alivio para él. No fue alumno pero podía haberlo sido.

Sirvan estos ejemplos como homenaje a todos y cada uno de los padres que en las mismas o parecidas circunstancias se encuentran. Algún día lo contarán como verdaderas aventuras, las mismas que ellos vivieron en su niñez y adolescencia escolar.

Sean estas líneas un merecido homenaje de admiración para todos aquellos padres jóvenes que están sufriendo estos duros días con una entrega ejemplar. Y como no, también para sus consortes que, amén de aguantar a los niños, también habrán de aguantarlos a ellos.

 

 

 

 

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R. Mera

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