La inexplicable zumbada del Arbolín

Peña El Arbolín

Las fotos fijan momentos de una vivencia que vienen a revivirse años después y, generalmente, ponen a los retratados frente a la implacable realidad del paso del tiempo. Realidad que uno suele analizar con benevolencia en lo que a sí mismo respecta y suele ser jocosa, cuando no sangrante, por parte de los demás hacia cada uno de los otros.

Tal puede suceder cuando ustedes accedan a ésta que aquí les muestro y que procede del archivo de la Peña el Arbolín. Aquellos aguerridos mozos de ayer, son muchos ya venerables abuelos que han visto que, al igual que sucedía en el tango, “la nieves del tiempo tiñeron mi sien”. En este caso las de todos, incluida la del firmante.

Eran aquellos años de crecimiento económico en el concejo y de auge de las fiestas esencialmente de la mano de las Peñas, la creación de la Federación y de una Sociedad de Artesanos que, de la mano de una serie de jóvenes, salió de su letargo de años en los que sus responsables se dejaron ir dejando que las cosas fluyesen por sí mismas e incluso que se fueran adormilando en el discurrir monótono de los días. Muchos de estos jóvenes figuraban tanto en la Federación, la Sociedad de Artesanos o SOFECA, la Sociedad encargada de la organización de las fiestas con independencia del Ayuntamiento, pues tan solo un concejal tenía cabida en la misma. Y dos peñas llevaron especialmente la voz cantante en este proceso, El Arbolín y Barriga Hubiera, que aportaron los hombre más activos, sin desmerecer por ello el decidido respaldo que dieron otras a los proyectos arriba citados, otras como La Amistad, La Alpargata, Cacho, El Voladorón…. Repasando las caras de los que en la foto aparecen me viene a la mente, a ráfagas y con muchas lagunas, un hecho ocurrido por aquel entonces del que me dieron cuenta posteriormente Ángel Dupont, y el fotógrafo de La Nueva España, Farpón, debutante por aquel entonces en cubrir junto a Ángel El Carmen, y que se encariñó tanto con las fiestas, y especialmente con los del Arbolín, que no falló nunca, hasta que le fueron retirando los años y su delicada salud.

Debió de ser a principios de los ochenta o finales de los setenta. Trascurría la noche del 15 de julio y las peñas, ya acuarteladas en sus lugares de tiro, se aprestaban a llenar la noche de luz y sonido con los del Arbolín dispuestos a arrasar en número y calidad a los de Barriga Hubiera y viceversa. Andaban desperdigados los peñistas por las calles de Cangas y tan solo unos cuantos bregaban con los voladores junto al pirotécnico valenciano y junto al fuego lo hacían los encargados de preparar la cena (entonces ni tan siquiera habíamos oído hablar del cáterin o de que viniesen a servirla desde uno u otro lugar).

Ejercía como jefe de cocina Antón Bonito

Cagoentoloquesemenea, vociferaba dirigiéndose a unos y otros enarbolando un recipiente de plástico. ¿Dónde está el agua?

-Bajaron a por ella hace ya una hora, grito alguien desde más lejos

Antón soltó una tira de juramentos en arameo y otros tantos idiomas vivos y muertos volviéndose junto al fuego.

-¡Pues ya me diréis como carajo hago la cena sin agua!, remungaba

-¡Echa vino! gritó el mismo de antes carcajeándose

Fue transcurriendo el tiempo y los del agua no volvían encontrándose quizás buscándola por lo chigres de Cangas. Sí fueron llegando el resto de peñistas algunos ya bien cargados y no de agua precisamente.

Dada buena cuenta de los aperitivos, entre los que reinaba abrumadoramente el gocho, Antón puso la pota con el plato principal en la mesa sin decir palabra.

Sin ningún reproche al cocinero, los peñista dieron buena cuenta de ella, entre chistes, bromas y algún que otro volador incontrolado que surgía de aquí y de allá sin mucho concierto ni orden. Entonces todo era muy distinto en este terreno.

A medida que los comensales se fueron levantando, algunos comenzaron a sentirse mal

-Oye Ángel, me da la impresión de que tengo una borrachera de órdago, dijo Farpón

-Pues yo estoy igual y apenas he bebido un par de vinos cenando, contestó el otro.

El caso es que la sensación de estar borrachos se fue extendiendo entre los peñistas muchos de los cuales, dada la bondad de la noche, no tuvieron reparo en tumbarse para espabilar y estar listos a la ya inminente hora del disparo.

Comenzaron las preguntas y las dudas y fueron creciendo los mosqueos. Alguien se dio cuenta de que los recipientes de agua estaban vacíos

Cagoenros dijo Rodrí a Pepe el Quesero. No me fio nada de Antón

-¡Oye Antón!, ¿de dónde sacaste el agua para la cena?

-Del Narcea, no te jode, contestó aquel riendo

Al final se descubrió el pastel y es aquí donde discrepan las versiones. Según Ángel Dupont, Farpón y una mayoría de los presentes, Antón en lugar de agua, que no tenía, utilizó Fino La Ina, un moriles que tenían en abundancia y que era muy consumido por aquellos años. Según otros, lo había hecho con orujo. Antón nunca aclaró su especial receta. Se reía y soltaba algún requiebro poco publicable, cuando no se hacía el loco y decía no saber nada al respecto El caso es que los del Arbolín tardaron en darse cuenta de que no se habían colocado bebiendo, sino cenando.

Otro Cangas, otras gentes

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R. Mera

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