Desde el orballo asturiano al calor extremeño

Atardecer en Berzocana

17 de agosto. Orballa. Refunfuñando, como a buen marido corresponde en estas lides, me las arreglo para que una vez más se cumpla esa Ley no escrita ni demostrada que permite que los maleteros de los coches ensanchen de un amanera antifísica para poder colocar maletas y toda la paquetería que tu consorte acarrea junto al vehículo sin desmayo. Solucionada la coyuntura, más mal que bien, inicio el camino. Hace frío.

 A medida que subo el Rañadoiro aumenta la lluvia y los “limpias” trabajan mas como si el camino fuese hacia las vacaciones navideñas que veraniegas. 12 grados.

Uno se ilusiona pensado que en la otra vertiente del puerto lucirá el sol. Otra decepción. Más agua, niebla y todo encapotado. La exuberante vegetación busca dejarse ver entre agua y brumas. Tal parece tierra de brujas y de la Santa Compaña. Me cercioro de que no es noviembre; el termómetro ha bajado un grado más.

Dejo atrás Degaña y Cerredo envueltos en agua. Pasan con ropajes de invierno los pocos vecinos que se dejan ver. Me adentro en la carretera que llaman “la minera”, ahora sin dueño y a la espera que los políticos asturianos y leoneses encuentren una solución para la misma dado el enorme servicio que presta para dar salida hacia Castilla  a toda esta zona del Suroccidente. Los propietarios, que cedieron los terrenos en su día a las empresas mineras, están dispuesto a hacerlo de nuevo a quien corresponda con tal de que la vía se mantenga.

Los limpias van decayendo en su ir y venir y ya lo hacen de forma más pausada. De todas formas no logro ver el sol hasta poco antes de Benavente. Desde allí me incorporo a la “Ruta de la Plata”. Paran definitivamente los “limpias” y el termómetro, poco a poco, comienza a subir. El calorcillo me llena de optimismo.

Y es que pienso yo, amigos lectores, que al igual que durante años los mineros asturianos bajaban a Castilla “a secar”, los que tenemos ya los huesos gastados y tendencia en las carnes más al frío que al calor, necesitamos de éste para recuperar ánimos y sensaciones, esas que te quitan un montón de años; aunque sean efímeras y, muchas veces, más ilusorias que reales.

El caso es que en busca de ellas, y dejando atrás las nieblas, orballos y fríos que en los últimos días se dejaban notar en Larna, me dirigía, con Maribel y mis nietos a bordo, hacia las Villuercas no dispuesto precisamente “a secar”, pues aquí el hecho suele ser el contrario, pero sí a calentar el cuerpo y tomarme unas cervezas en Berzocana, en su gran plaza, a la sombre de los álamos frondosos, y bromeando con Pedro, “ el mejor camarero de terrazas de España”, en su decir, que este año se queja y afirma que “ esto es una ruina”.

Berzocana

Y no es que el sol extremeño esté cerrando con fuerza la canícula, no. Ni siquiera a mediodía aprieta, aunque se deje notar, cosa que yo valoro y aprecio. Aunque también aprietan ya las nostalgias de los amigos y compañeros de escuela y correrías. Cada año falta alguno más, cada año se agolpan más intensas las sensaciones de que, bajo los álamos, estamos dando el relevo a otras generaciones.

Pero no nos pongamos tristes. Luce el sol, la cerveza está fría, mis nietos me piden un euro, y Maribel me advierte que no pida otra. Todo como siempre. Y como siempre sigo con ustedes. Y así mis estampas e impresiones les llegarán con más calor, si ello es posible, que de costumbre.

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R. Mera

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