Un domingo grande que no lo fue. Nostalgias entre distancias y mascarillas

En misa

Y un año más celebramos el día de nuestros Santos Patronos Fulgencio y Florentina. Repicaron alegres las campanas y el sol se mostró resplandeciente desde las primeras horas.

Pero algo intangibles flotaba en el ambiente. El ir y venir de fieles y devotos era mucho menor que en ninguna ocasión, al menos por mí, antes conocida. Parecía flotar en el ambiente un halo de tristeza contenida, guardada en el interior de cada uno. Quizá por ello, los rostros y recuerdos de los berzocaniegos que se fueron aparecían más nítidos en el interior de cada uno que en otras ocasiones. El sonar del esquilón parecía querer silenciarse a sí mismo y las mujeres, bulliciosos y alegres en su caminar a misa en otras ocasiones, pasaban un tanto silenciosa o saludando con un lacónico buenos días. Las máscaras ocultaban quizás un rictus en lugar de una luminosa sonrisa. Y es que era eso, eran las máscaras las que definía el festivo Domingo, no las campanas ni los cohetes que salían del atrio dela iglesia.

Añoraba la procesión, siempre colorista y más ruidosa de lo conveniente, con sus saludos, abrazos y apretones de manos; sus cantos gritones de sílabas arrastradas hasta lo inverosímil y estridencias en los agudos, pero tremendamente ilusionantes y sentidos:

“Os prometemos, Santos Benditos,

no abandonaros nunca jamás;

porque vosotros también quisiste

en este pueblo siempre morar”

Se inicia el Oficio religioso en la iglesia-catedral berzocaniega llena de luz, con el dosel destacando en el presbiterio cobijando las reliquias de los Santos y las colgaduras de las grandes ocasiones prendidas de las esbeltas columnas.

Pero donde antes costaba mantener el silencio, ahora éste se masca en un contrasentido de años y momentos nunca vividos por nosotros. Me viene a la mente la gran pandemia del año 18 con miles de muertos en todas partes. Creo que fue entonces cuando se pintó la iglesia “se la encaló” para desinfectar todo el recinto tapándose las cenefas y dibujos que durante muchos años se mantuvieron ocultos. Tardarían mucho en volver a ver a mostrase ante los fieles que, en su gran mayoría, ya las habían olvidado.

Los fieles, guardando las distancias obligatorias y tapados sus rostros por las mascarillas, no muestran emociones ni sensaciones algunas. No pueden detectarse. Tan solo, y con una especial atención, puede uno adivinarlas en la expresión de los ojos.

Isabel me cuenta que sintió una sensación muy extraña, algo muy especial que la llevó a emocionarse y a que las lágrimas acudiesen como bálsamo relajante a sus ojos. No me había ocurrido nunca nada igual, intentaba explicarnos. Y no fue ella sola.

Tampoco pudimos acudir individualmente a venerar las Reliquias uno por uno, “Besar a los Santos” como aquí denominamos al acto en que cada devoto se acerca a besar el sencillo relicario de plata que un sacerdote, o uno de los cofrades, presenta. Con él te toca la frente, te le acerca a la boca para el beso y los vuelve de nuevo a la frente:

-Que por los méritos de los Santos Fulgencio y Florentina se te conceda la salud y la vida eterna.

Bajo los álamos de la Plaza

Poco a poco los fieles abandonan el templo sin mucho barullo. Cumpliendo los protocolos se distribuyen por las mesas de las terrazas de la gran plaza, centro neurálgico de la villa, que cobija a todos bajo las sombras de sus frondosos álamos. Hay que guardar turno, no hay lugar para todos a la vez.

¡Otros devotos y devotas!

El Ramo de por la tarde también estuvo tremendamente condicionado por distancias y mascarillas. Envuelto en hiedra por los cofrades no dio una y otra vuelta, y otra y otra, por la iglesia acompañado por las tañedoras de panderos cantando las coplas en las que se narra todo lo ocurrido desde la aparición de las reliquias hasta su definitivo asentamiento en esta iglesia y villa, y seguidas por los fieles que se van turnando en el simulacro de portar el ramo hasta que de nuevo se produce la llamada del cambio: ¡Otros devotos y devotas”. Y así hasta que todo el público ha cumplido con el tradicional rito.

Se cantaron las coplas, se cantaron las vísperas eclesiásticas, y se procedió al cierre de las Reliquias en su sarcófago original.

Por la tarde, el popular ofertorios en el que se subastan las ofrendas efectuadas a los Santos, entre bailes populares, tampoco pudo celebrarse. Todo quedó en ecos de otras veces perdiéndose entre el Cogorro y el Cancho de la Sábana. Con las primeras sombras las nostalgias se fueron retirando a la espera del próximo año. Año que esperamos y deseamos sea mucho mejor para todos.

Guardando las distancias

Que los Santos os protejan a todos, seáis o no creyentes, y nos vemos en las Fiestas del año que viene. Volverán a ser como siempre, así que no os desaniméis.

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R. Mera

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