Tía Berenguela y las tardes en Las Carretas

Tía Berenguela

En la escalonada Plaza de Berzocana, como al acontecimiento correspondía, tía Berenguela posa orgullosas con los jóvenes luciendo su blanco delantal. El de los días festivos.

Por la pandereta encintada que porta su nieto Pedro, todo apunta a que se trataba del día del quinteo del mismo. También creo que los otros dos mozos que la abrazan son también sus nietos, hijos de Rosa, como Pedro lo es de Carmen y Antonio Lagares.

La tía Berenguela Rivero Serrano era prima hermana de mi madre, Inés Mera Serrano, y ello nos llevó a una especial relación. Relación que se vio acrecentada por la vecindad, puesto que ella vivía en el primer número de los impares de la calle Cortes y nosotros en la esquina que con la misma hacía, y hace, Carretas.

Por su especial carácter, era un poco la encargada de poner orden entre la abundante chiquillería que en aquel entonces gritábamos y alborotábamos por las calles del entorno con nuestros juegos, carreras y gritos. Acciones que se animaban aún más en la noches veraniegas, aquellas en que los vecinos se reunían en animadas tertulias en torno al gran poyo, de piedra lisa y amarronada, que se encontraba en la puerta de Tío Tostao, junto en la  intersección de Cortes, Carretas, y el callejón donde vivía Tío Joaquín Peña.

-Pepe, hijo, ¿quieres un cachín de pan y morcilla?

Y ella misma me lo sacaba para que no perdiese tiempo en los juegos.

Su casa se conserva, al menos en el exterior, y creo que también por dentro, en las mismas condiciones que entonces. Bajabas un escalón al entrar y a la izquierda estaba una pequeña salita cuya ventana, no muy grande, daba a la calle. En su mesa camilla se sentaban Berenguela y Carmen en las tardes de invierno. La ventana, aún en su pequeñez las permitía asomarse a la calle.

 Enfrente y al fondo estaba el dormitorio y a la izquierda arrancaban unas empinadas escaleras que llevaban al piso de arriba. Subiendo, a la dereccha, se accedía a un sobrao en el que guardaban productos del campo que acarreaba su hijo Antonio, que vivió con ella hasta el final pues nunca se casó.

Dos escalones más arriba estaba la cocina. En el centro de la misma se hallaba la lumbre (el fuego) junto al cual siempre estaba un puchero con café y colgando de las llares un caldero con agua que así se mantenía siempre caliente. Y siempre, siempre, fuese invierno o verano, el puchero del café.

La iluminación era escasa. Tan solo un pequeño ventanuco (que aún se puede ver desde el exterior) daba un poco de luz al recinto.

Recuerdo con especial cariño aquellas tardes, siendo ya adolescente crecido, (o mocito gallaspero que también se decía entonces) en que no sé por qué extrañas circunstancias me encontraba en el pueblo. Hacía poco tiempo que la familia se había trasladado a vivir al domicilio de mi abuelo Juan Luis, donde tenían la sastrería, y la casa de Carretas se hallaba vacía y cerrada. En una de las habitaciones había quedado una mesa camilla y una silla y allí pasaba yo las tardes, estudiando una veces, leyendo las más.

Y cada tarde, como un reloj, y cuando éste cantaba las siete, llegaba mi tía Berenguela con un café bien cargadito. Esperaba que me lo tomase, recogía el vaso y se volvía tan contenta. Y yo tan agradecido.

Y así fue hasta que el tiempo fue cambiando relaciones y costumbres, los años fueron pasando y aquellas tardes se perdieron con la emigración de gran parte de los que las dimos vida. Los pocos que quedaron, como tía Berenguela, fueron envejeciendo con el pueblo, cada vez más vacío, hasta que partieron hacia el más allá.

Sea esta remembranza mi más cariñoso recuerdo

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R. Mera

2 comentarios en «Tía Berenguela y las tardes en Las Carretas»

    1. Por los apellidos no te sitúo. Tu abuelo debió de ser tío Juan Pedro y tu abuela la Rosa,¿no?. Lo que sí tienes son los mismos apellidos que mi abuela Juana,hermana de la madre de tío Berenguela

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