SUROCCIDENTE.-De cuando teníamos tiendas-chigres

Gera: Jesús en el chigre de sus abuelos

Hemos repetido hasta la saciedad el gran problema de despoblación que azota a nuestros pueblos y aldeas. Y también de las posibles causas. Y de los remedios y soluciones de todo tipo, incluso rocambolescos, que nos llegan desde los despachos alfombrados de las capitales repletas de asesores de todo tipo que, en muchos casos, nunca se han manchado los zapatos de barro o polvo.

También hemos repetido hasta la saciedad cuales, en nuestra creencia, eran los indicadores que señalaban irremediablemente el acabar de un pueblo.

-Primero cierra la escuela, después se va el cura y por último cierra el chigre.

Y es aquí, en el chigre, en el chigre –tienda especialmente, en el que hoy queremos detenernos. Allá desde mediados de los sesenta, cuando se inició lo que vino en llamarse “la modernización de los pueblos”, se pensó que llevando la mecánica del funcionamiento de las ciudades a los pueblos y aldeas se lograría el despertar de éstos a la citada modernidad. Craso error; el efecto fue todo lo contrario de lo buscado. Y en esta “adecuación” del campo a la ciudad, lo primero que se “adecuó” fueron los impuestos, aquellos famosos módulos por los que comenzaron a cotizar tiendas, comercios y bares. A los chigres-tiendas se les vino encima un cúmulo de módulos por cuanto la Administración venía a asignar uno por cada tipo de producto o algo así. Y en los chigres de los pueblos eran múltiples y la mar de variados los que se ponían a la venta. Imposible mantenerlos abiertos cuando la población disminuía a pasos agigantados y los impuestos subían en la misma proporción. Lo que se logró fue acelerar aún más la fuga de vecinos.

De esta forma se dio el último paso para la desaparición de aquellos, ante la indiferencia de unos y otros, para el definitivo declive de las aldeas.

Un chigre en la aldea

Apenas quedan ya algunos como elementos históricos cuasi museísticos de lo que fueron y especialmente representaron en el día a día de los pueblos. No eran tan solo la tienda que resolvía una urgencia de sal, aceite, vino, alcohol, el producto para curar a las vacas heridas o enfermas; una cuchilla de afeitar o una pila para el transistor. Los chigres-tiendan eran también la sede social de la ciudadanía, de los vecinos de todas y cada una de las aldeas. Allí se reunían, hablaban, exponían los problemas o reñían por un quítame allá esas aguas. Pero esencialmente era el lugar que socializaba, como ahora se dice, el diario vivir.

Seguro que muchos de ustedes recuerdan el de sus pueblos, o el del pueblo de sus abuelos. Aquel lugar de característico olor siempre abierto y que incluso fue central telefónica cuando llegaron los primeros teléfonos. Y también los encargados de recoger y llevar cualquier aviso que llegase para cualquier vecino.

Casa Víctor y Elsa (Villaviciosa)

Yo recuerdo unos cuantos, pero con especial cariño el de Alegrías, en Larna, que conocí allá por el 70 y en el que hacíamos especial campamento nocturno en los muchos veranos que siguieron hasta su cierre definitivo. Fue allí, con los paisanos de entonces, donde aprendí muchas de las costumbres, historias y formas de vida de las aldeas a lo largo de los tiempos. Ahí también cumplían su función social de integrar a los que llegaban.

Ahora, algunos movimientos de dinamización rural desde oficinas y ciudades quieren recuperarlos, pero seguro que ya no serán los mismos, aquellos que ustedes y yo conocimos y vivimos y que ahora añoramos. Pero incluso aunque sean distintos los que vuelven, si vuelven, bienvenidos sean

.Comparte en tus redes sociales
Share on Facebook
Facebook
Tweet about this on Twitter
Twitter
Share on LinkedIn
Linkedin
Pin on Pinterest
Pinterest
Share on Tumblr
Tumblr

R. Mera

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.