Día 7: lluvia, nubes y el bicho acechando

Día 7: lluvia, nubes y el bicho acechando

Día 7 de julio, miércoles, siete y media de la mañana. Está oscuro y dudo de la hora. Me asomo a la ventana. Llueve y está fresco.

No he oído la llamada a la Novena y la calle está solitaria. Pese a no encontrar el momento muy propicio decido iniciar mi paseo matutino camino de La Himera. Por la mañana suelo hacerlo por la carretera, por la tarde utilizo el Paseo del Vino. Llueve suavemente y hasta el recinto ferial no me encuentro con nadie. Las nubes cubren el cielo cangués y por algunas de sus montañas bajan las nieblas. Pese a que ya hemos dejado atrás la primera quincena del verano, el sol se sigue resistiéndo a hacer acto de presencia. Alternando, irregular, flojo, se deja ver o se va según su capricho. Doce grados marca el termómetro.

No prende el espíritu festivo como aquí es consustancial sea en este día

Primer día de Novena. Puede que la cosa se anime esta noche, pero no está el ambiente propicio a pesar de que ya son bastantes los cangueses de la emigración que se dejan ver por las calles de la villa. No prende el espíritu festivo como aquí es consustancial sea en este día. Los mensajes gubernamentales invitan a ello, pero la prudencia y precaución del pueblo lo llevan a ciertas reservas. Aunque hay excepciones, quizás más de las debidas. Y luego están los jóvenes y su rebeldía. Y es que el bicho ha vuelto de nuevo con fuerza. Como dice el radiofonista Carlos Alsina: “Ha vuelto a sorprendernos nada menos que por quinta vez”. Hay que ser tontos, me digo a mí mismo.

No es desde luego el ambiente más propicio para fiestas

Desde los puestos de mando nos han hecho creer que todo había pasado, que toda iba muy bien, que mascarillas fuera, que hay que salir, que hay que vivir… ¡y zás!, repunte de contagios por todas partes y amenaza de restricciones y cierres en lontananza. No es desde luego el ambiente más propicio para fiestas. Con “la guerra de las flores” desatada en torno a las que se colocan en la capilla del Carmen de fondo, el párroco anuncia que cada día habrá un predicador distinto en la Novena. El que no se consuela es porque no quiere.

Pasa junto a mí un corredor mañanero resoplando. No lleva mascarilla, ni la suele llevar casi ninguno de ellos, al igual que ocurre con los grupos de jóvenes.  Están al aire libre, pero pasan rozándote y expeliendo esporas cual locomotora asmática. Mascarilla fuera, sí; pero tan solo en caso de que puedan respetarse las distancias. Y ni en la mayoría de las aceras canguesas ni de sus paseos periféricos es ello posible. Como tampoco lo es en la Calle Mayor ni en sus terrazas, lugares en los que con más despreocupación se incumple una y otra norma.

Hay corredores que pasan rozándote y expeliendo esporas cual locomotora asmática

Y como fondo los botellones. Están prohibidos en todo el territorio nacional, pero en todos se incumple la prohibición ante las escandalosas inhibiciones de la autoridad competente, en este caso los Ayuntamientos. Soy de los que opinan que las restricciones a la Hostelería no influyen tanto en los contagios, el que estén abiertos los locales de ocio es un freno a los botellones. Si las discotecas y bares de copas cierran inmediatamente surgen los botellones, y cuanto más temprano lo hacen antes comienzan. Quizá tenga que imponerse de nuevo el toque de queda nocturno mal que nos pese.

Y quizás de ello se derive el que la Novena se ha iniciado lluviosa y desangelada. Ya veremos lo que ocurre esta noche con las cenas de las Peñas y grupos de amigos y de trabajo. O se controlan o las amenazas de que  los contagios aumenten es más que alta.

Pero ya saben, en estos día cada uno de nosotros llevamos dentro un epidemiólogo

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R. Mera

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