El Acebo: ritos que han de cumplirse en su visita y acentuarse en la comida -II-

El Acebo: ritos que han de cumplirse en su visita y acentuarse en la comida -II-

(Viene de ayer)

Y con lo clásico ha de seguirse. Nos advirtieron que los filetes empanados eran pura gloria, que el empanado era un tanto especial, aunque el informante no pudiera aclararnos el por qué ni la composición del especial elemento. Nos mereció certeza y a por ellos nos lanzamos.

Sublimes. Tiernísimos. Hasta podían partirlos esos cuchillos que nos ponen en las mesas y que no cortan ni la mantequilla; adorno puro. El aplauso fue unánime y la gran fuente que nos sirvieron no tardó en quedar más limpia que la patena del cura una vez terminada misa y cánticos. Como quiera que el reparto inicial había deparado dos por boca, decidimos pedir una nueva bandejada de modo y forma que aunque el reparto total ascendiese a cuatro por comensal se pusiesen algunos más de reserva por mor de estómagos insaciables o amantes de lo que siempre aquí hemos definido como fartura.

Hechos los honores y brindado en abundancia, se dio un nuevo paso gastronómico cuando ya la terraza comenzaba a clarear y había más mesas con cafés que con condumios.

Portada por dos chavalas, una morena y otra rubia, como las de La Verbena de la Paloma, llegó una gran bandeja que precisó de movimientos en la mesa para encontrarla espacio.

¡Qué espectáculo señor! Ya troceado divisamos entusiasmados un cabrito, al horno preparado, al que escoltaban patatas y pimientos en abundancia. Metí el tenedor en una de las paletillas y se hundió en ella cual punzón en queso fresco de Genestoso.

Sin más preámbulos ni circunloquios nos lanzamos sobre las presas de las que no tardamos en dar cuenta, sin perder por ello los ritmos y cadencias que al buen comer corresponden.

Volvió la bandeja a la cocina con tan solo huesos mondos y lirondos siendo sustituida con toda prontitud por una gran perola repleta de arroz con leche y una bandeja con un gran flan tintineante y de vistoso colorido para cuya elaboración seguro que se habían gastado todos los huevos recogidos en una semana en el cercano Linares.

Nos sirvieron un gran flan para cuya elaboración seguro que se habían gastado todos los huevos recogidos en una semana en el cercano Linares.

Y así los solicitamos pues no son muy de recibo esos pequeños pocillos de arroz que se vacían en dos cucharadas y cuya consistencia deja mucho que desear a paladares curtidos como los nuestros. Como también lo es el utilizar minúsculas cucharillas cuyo contenido se pierde entre los labios o en el hueco de cualquier muela más o menos vieja. Y tal viene también a suceder con los flanes que, o te los cuelan industriales, o hechos a zampatarama en mínimas raciones individuales que no llenan ni vista ni estómagos.

Repartido que fue el contenido de ambos platos en paz y armonía, como a tales conmilitones y situación correspondía, pidiose un momento de reposo para estómagos y mentes con el fin de adecuar los tiempos para el último arreón de la romería. Y aunque callándome el nombre por prudencia torera, he de señalar que uno de los asistentes aún propuso a la concurrencia la posibilidad de solicitar una perolada de natillas con el único fin, argumentaba el tragaldabas, de calibrar la calidad de las que la casa elaboraba. Un tanto a regañadientes por algunos fue rechazada la propuesta.

Como previsto estaba aparecieron las Farías que, previsoramente habíamos subido, y se reclamó la presencia del café, café de puchero que, especialmente, habíamos solicitado del restaurante montañés estuviese preparado para tan especial momento. Y como habrá adivinado el avispado lector nos fue servido en vasos de cristal, de esos estrechos por abajo y abiertos por arriba, y no en minúsculas tazas modernistas que se te escurren entre los dedos.

El café nos fue servido en vasos de cristal, estrechos por abajo y abiertos por arriba, y no en minúsculas tazas modernistas que se te escurren entre los dedos.

Y tampoco pedimos “chupitos” ni zarandajas modernistas al actual uso. La tradición siempre ha señalado que en tales circunstancias y situaciones deben de colocarse encima de la mesa cuantas botellas sean necesarias para cubrir la demanda de los presentes en cuanto a gustos y cantidades. Y así se hizo con especial preferencia a los coñases,que del Soberano al Lepanto allí hicieron acto de presencia, sin por ello minusvalorar a anises, güisquis, rones, ginebras o pacharanes, que ocuparon su espacio sin por ello dejar sin un privilegiado lugar a los orujos de la zona que del natural a los muchos preparados con esto o aquello rendimos merecido tributo.

Debieron pasar ligeras las horas por cuanto en determinado momento nos percatamos de que nos rodeaban mesas vacías y el fresco, en el lugar tan fijo como puntual, estaba haciendo acto de presencia. Es más, allá casi a la entrada del restaurante, un pequeño grupo requería la carta para cenar. ¡Probetines!.

El autor entrenándose

Tras los últimos brindis y libaciones por un futuro ubérrimo, con premeditada lentitud y disimulados estiramientos, fuimos levantando el campamento en la sana intención de tomar café y copa en el local de enfrente; no por especiales ganas ni caprichos gastronómicos, sino por el aquel de contribuir equitativamente al reparto social de las ganancias entre el paisanaje de la hostelería.

Así lo hicimos aun cuando algo ajeno a nuestras intenciones debió pasar porque el uno se convirtió en dos, y luego en tres y luego en cuatro y… que si pago yo, que si pagas tú…ya saben ustedes, lo de las relacione sociales y el quedar bien, que no otra ninguna cosa de esas que sueles apuntar los mal pensados de los que de Pantagruel y Baco somos cofrades, sea ello sin olvidar, ni mucho menos, a la Señora del Acebo.

Aquí perdí un poco el hilo de los hechos. Sé que ya había anochecido cumplidamente cuando emprendimos el regreso a Cangas no sin hacer un alto en Veigalapiedra con la sana intención de tomar un café bien cargado. Y así lo hicimos, pero algún mameluco de los de Dos de Mayo colocó junto a los mismos una copa de Lepanto y de cumplir hubimos con tan rumbosa invitación.

Volvimos al coche entre niebla internas y externas. No recuerdo como fue la llegada ni a la villa ni a mi domicilio. El vaso de agua que pedí después de coñac debió de sentarme fatal. Y sí se lo hice saber a mi consorte que, con sorna canguesa me preguntó si me ponía la cena

Volvimos al coche entre niebla internas y externas. No recuerdo como fue la llegada ni a la villa ni a mi domicilio.

Y la enseñanza que de todo esto se deriva: si suben al Acebo, cumplan las reglas y sigan las costumbres y tradiciones, nada de caxigalinas.

Y hasta aquí esta historia con moraleja, como a toda historia que se precie corresponde. Tan solo me queda encarecerles que si al Acebo suben, que subirán, se acuerden de cumplir con las sesudas recomendaciones que nuestros amigos aquí nos han dado. ¡Ah!, copien su menú, su sobremesa… y que les aproveche.

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R. Mera