La reivindicación del cocido 60 años después

La reivindicación del cocido 60 años después

La historia del enfrentamiento

No, no es que yo quiera reivindicar aquí el cocido; fue el cocido el que vino a reivindicarse ante mí. Y no fue en Extremadura, de dónde venía el enfrentamiento, ni en Asturias, donde vivo, no; fue en León.

Veamos primero los antecedentes. Allá en los años cincuenta, e incluso en la década siguiente, el cocido era plato diario en la mayoría de las mesas de las familias de los pueblos. No sé en las capitales o pueblos grandes, pero, con parecidos más o menos acusados, las cosas, aun cambiando de plato y nombre, debían de ser más o menos igual. Sírvanos de ejemplo el caldo de berzas en esta comarca. Suroccidental asturiana.

Precisemos antes que aquellos cocidos no tenían nada que ver en absoluto con los de ahora. Eran unos cocidos míseros, del tenor de aquellos guisos de uno y otro tipo que describen nuestros clásicos en libros como el Quijote o el Lazarillo de Tormes.

Eran aquellos unos cocidos míseros, del tenor de aquellos guisos de uno y otro tipo que describen nuestros clásicos

En la mayoría de los casos, los garbanzos eran como balines, capaces de escalabrar al más pintado debidamente lanzados con un tirachinas hacia cabeza más o menos cercana. Su contundencia tampoco era mucha pues el compango no iba más allá que un pequeño trozo de tocino, demasiado seco en muchos casos; un trozo de morcilla de calabaza extremeña y, en excepcionales casos, uno aún más pequeño de chorizo cuyo consumo se reservaba al padre y que, la madre, ante las reclamaciones al respecto de la grey más pequeña justificaba siempre con un rotundo argumento

-Tu padre tiene que trabajar en el campo y necesita más la grasa del chorizo que nosotros

De notable alivio venía ser cuando los garbanzos lograban envolverse con repollo o fréjoles.

Ello no quitaba que algunos padres, ejerciendo como tales, a veces, cortaran un pequeño pellizco para el más pequeño de la casa.

De notable alivio venía ser cuando, en la época correspondiente a cada producto, los garbanzos lograban envolverse con repollo o fréjoles.

Y coligo yo que, quizás de estas situaciones, o incluso de otras anteriores o aún peores, venga el dicho ese de “Cuando seas padre, comerás chorizo”. ¡Vete tú a saber!

También algunos de ustedes recordarán una publicación mía titulada “ Un cocido de ida y vuelta” en la que describía la situación creada cuando mi tía Nicolasa se tiró dos días poniéndonos de desayuno, merienda y cena, los garbanzos que no habíamos querido comer el primero.

Entenderá ahora mis oyentes el porqué de mi antigua enemistad con el cocido en general y los garbanzos en particular.

El reencuentro

Les he contado mis cuitas y prevenciones con el cocido allá en mi niñez y adolescencias. Ahora les describo mi rencuentro con él y justifico el título que ampara a esta historia. La reivindicación del cocido.

Nótese que no soy yo el que lo revindica, sino que es él, el cocido, el que viene a reivindicarse ante mí.

Viajaba yo hacia tierras extremeñas, pero cargado ya de años y cansancios, decidí, junto a Maribel, hacer noche en las cercanías de Astorga y así terminamos en Castrillo de los Polvazares, pueblo cien por cien castellano y afamado por sus cocidos maragatos en los que se invierte el orden del consumo de las viandas que lo componen y que nada tienen que ver con aquellos paupérrimos que antes les describía.

En los cocidos maragatos se invierte el orden del consumo de las viandas que lo componen nada tienen que ver con aquellos de antaño.

En su larga calle central encontrábamos un restaurante tras otro anunciando todos sus cocidos que, a la larga y a la corta, venían a ser iguales. Digo restaurante pues bar, lo que siempre se ha conocido por bar o taberna, y ni siquiera cafetería, no lograba atopar con ninguno. Al final, en uno de los restaurantes, precedido de lo que fue un gran corralón de casa agrícola, encontramos una media docena de mesas al sol en las que tomar unas cervezas. Fueron artesanas y de bastante buen pasar. No se extrañará el lector si le digo que de aperitivo nos pusieron un platillo de garbanzos.

De vuelta a la calle nos encontramos con numeroso grupos y parejas en busca del adecuado lugar donde comer y acumulando negativas por estar ya todo al completo. Nosotros ya habíamos reservado en Juan Andrés, lugar que nos había sido especialmente recomendado, y allí nos dirigimos. A la vuelta nos enteraríamos que el día antes había andado recorriendo aquellas calles unos cuantos berzocaniegos.

Dispuestos ánimo, voluntad y cubiertos, un camarero de fuerte acento francés, cuya procedencia nos confirmó posteriormente, nos ofreció un vino monovarietal Mencía, de la tierra, embotellado para la casa, que aceptamos y probamos con un magnífico tomate a la espera del principal y popular condumio.

El lugar

No tardó en hacer acto de presencia una gran fuente de carnes de todo tipo. Hasta manitas de cerdo y una troceada tortilla de chorizo anidaban en aquella acompañando a chorizos, lacón, oreja, morcilla, tocino, morcillo y otras carnes a cuya identificación no llegué. Un tanto asustado ante la cantidad, y pecando de desprevenido aldeanismo, advertí al camarero que solo habíamos pedido para dos. Con una condescendiente sonrisa me contestó que sí, que eso era lo estipulado para dos, pero que si luego quería más lo pidiese que sería atendido sin problema alguno.

Un tanto asustado ante la cantidad, y pecando de desprevenido aldeanismo, advertí al camarero que solo habíamos pedido para dos

Pusimos manos a la obra con especial entusiasmo, pero acordándome de la recomendación de mi hijo de que no “forrase” mucho al principio si quería llegar a la sopa, frené un tanto, hecho en el que fui acompañado por mi consorte.

La reivindicación

Llegados los garbanzos me di rápidamente cuenta que venían acompañados de repollo, algo que me satisfizo especialmente. Comenzaba la reivindicación. Eran unos garbanzos suaves, blandísimos, sin atisbo alguno de pieles en la fuente… exquisitos,justificando su fama…

Cucharada a cucharada fui animándome. Volví con el cazo al pote. Maribel decidió, como en ella es costumbre, mezclar el compango con los garbanzos y también movió el cazo al centro.

No sé el tiempo que pasó, tan solo que el camarero nos preguntó si queríamos que trajese más garbanzos calientes. Se lo agradecimos repletos, fartos, que aquí en Asturias diríamos. Más aún sacamos hueco para dar cabida a una más que suculenta sopa. La elasticidad del estómago quedaba aquí demostrada.

No dudé en brindar mentalmente por mi tía Nicolasa y mis primos Juan y María Josefa y por aquellos garbanzos.

Flaqueaba el sol en su intensidad cuando nos vimos ante unas apetitosas natillas cuya sola presencia fue capaz de abrir un hueco en nuestro repletos estómagos y ya apaciguada gula.

Una placidez de siesta comenzaba a invadirme cuando el francés que tan amablemente nos atendía colocó en la mesa una panoplia de chupitos para que, sirviéndonos al libitum que dirían los romanos, o lo que nos saliese de… los pedúnculos florales (dicho en fino) que aquí afirmaríamos con rotundidad.

Ni que decir tiene que aquella noche ni tan siquiera nos planteamos cenar. Unos sesenta años después, el cocido se había reivindicado con todos los honores.

¡Ah! que usted tiene hoy cocido!. Pues aproveche y que aproveche

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R. Mera